Brahms, Johannes - Sinfonía No. 4 en mi menor, Op. 98

Johannes Brahms (1833-1897)

Sinfonía No. 4 en mi menor, Op. 98

Allegro non troppo
Andante moderato
Allegro giocoso
Allegro energico e passionato

Me atrevo a enviarle un trozo de una pieza mía. ¿Tendría usted tiempo de echarle un vistazo y escribirme después? Por desgracia, mis piezas son más placenteras que yo, y las cerezas nunca maduran lo suficiente por aquí, así que no tema si no le gusta el sabor de lo que le envío. No estoy dispuesto a escribir una mala número 4.

Este breve párrafo forma parte de una carta escrita por Johannes Brahms a su amiga Elisabeth von Herzogenberg, a la cual adjuntaba el manuscrito del primer movimiento de su Cuarta sinfonía. La última frase de este trozo epistolar demuestra que, si bien la historia nos dice que Brahms era severamente autocrítico, también es cierto que sentía cierta seguridad por el resultado de la que habría de ser su última sinfonía. Y si por una parte sería difícil rebatir la casi unánime opinión crítica que afirma que esta es la mejor sinfonía de Brahms, sí es posible discutir la posición de los puristas que afirman que la forma sinfónica no dio un sólo paso más después de esta obra. Coincidir con esta línea de pensamiento sería tanto como borrar del mapa de la historia musical a Carl Nielsen (1865-1931), Gustav Mahler (1860-1911), Jean Sibelius (1865-1957), Dmitri Shostakovich (1906-1975), Ralph Vaughan Williams (1872-1958), Sergei Prokofiev (1881-1953) y muchos otros compositores que decididamente contribuyeron a la expansión de la forma sinfónica. En más de una ocasión se ha escuchado a algún melómano adicto a Brahms (y no necesariamente enemigo de Anton Bruckner, 1824-1896) formular especulativamente la siguiente pregunta: “¿Por qué limitarse a cuatro sinfonías, teniendo un dominio tan evidente de la forma? Otros compositores de menor calibre escribieron muchas más...”
La respuesta (o al menos una de las posibles respuestas) puede hallarse en este texto de Hendrik Willem van Loon:

Brahms perteneció a una civilización que ya no existe. Pero aún comprendemos el lenguaje que hablaba: el lenguaje de un hombre honesto que tenía algo que decir, que lo dijo tan clara y elocuentemente como pudo y que después dejó de hablar.

Al pensar en la Cuarta sinfonía de Brahms como la culminación de su obra sinfónica, uno puede caer en la tentación de echar un vistazo al contexto de otras cuartas sinfonías. De las cuartas sinfonías de Franz Joseph Haydn (1732-1809) y Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) casi nadie se acuerda; la Cuarta sinfonía de Ludwig van Beethoven (1770-1827) es quizá su sinfonía menos interpretada; en cambio, la cuarta de Felix Mendelssohn (1809-1847) es la más popular de las suyas, y lo mismo ocurre con las cuartas de Robert Schumann (1810-1856) y Bruckner; en el caso de Piotr Ilyich Chaikovski (1850-1893), la cuarta va detrás de la quinta y la sexta en popularidad; la Cuarta sinfonía de Antonin Dvořák (1841-1904) apenas sobrevive, a la sombra de la novena, la séptima y la octava; la cuarta de Mahler es considerada como su sinfonía fácil, mientras que la Cuarta sinfonía de Sibelius está sometida a la fama de la segunda, la quinta y la séptima. Así que, retomando nuestra idea inicial, es posible afirmar que Brahms tenía razón y que, finalmente, no compuso una mala cuarta.
La sinfonía fue compuesta entre 1884 y 1885 en Mürzzuschlag, y Brahms sufrió una severa decepción cuando una interpretación de la versión para piano a cuatro manos de la obra no despertó el menor entusiasmo entre sus amigos más cercanos. El estreno oficial, sin embargo, fue mucho más prometedor, y ello se debió a que Hans von Bülow preparó concienzudamente a su orquesta para el concierto que dirigió el mismo Brahms el 25 de octubre de 1885. Los cuatro movimientos de la obra tienen como valor fundamental su solidez formal y la total ausencia de material superfluo. El más interesante, sin duda, es el cuarto, respecto al cual sobrevive una añeja controversia entre los estudiosos de la música. Mientras que unos afirman que la forma del movimiento es la de una passacaglia, otros dicen que en realidad se trata de una chacona. Y es lógico que la controversia persista, porque a estas alturas del siglo XXI, los musicólogos aún no se han puesto de acuerdo del todo sobre las diferencias reales entre una forma y otra. El caso es que este notable Allegro energico e passionato tiene la forma de una enorme serie de variaciones (treinta en total) sobre un bajo inmutable que Brahms mantiene con admirable fidelidad a lo largo de todo el movimiento. El bajo mismo es una versión variada de un tema de una cantata de Johann Sebastian Bach (1685-1750), y las variaciones construidas sobre el tema nos conducen a una intensa coda que es en sí misma otra breve serie de cuatro variaciones. En la memoria de todos los amantes de la música de Brahms está claramente impresa la anécdota del último concierto sinfónico al que el compositor asistió poco antes de su muerte. En el concierto se interpretó su Cuarta sinfonía ante un público totalmente entregado a Brahms, y la imagen romántica que nos ha llegado describe esa emotiva despedida entre Brahms y su público. Pero más importante que esa anécdota y esa imagen es el hecho de que si bien es cierto que la última sinfonía de Brahms cerró una época en la música de su tiempo, también fue un punto de partida para un mundo nuevo que otros habrían de conquistar después de su muerte. En el mismo año en que Brahms inició su Cuarta sinfonía, Gustav Mahler comenzó a trabajar en la primera de las suyas, el espléndido Titán, una obra que pertenece a un mundo conceptual y sonoro totalmente distinto.

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