Beethoven: triple concierto

Esta página documenta un concierto pasado.

Ilustración sobre el concierto

Ludwig Van Beethoven
Triple concierto para violín, violoncello, piano y orquesta en do mayor, Op. 56
Allegro
Largo
Rondó alla polacca-Allegro-Tempo primo

INTERMEDIO

Ludwig Van Beethoven
Sinfonía No. 6 en fa mayor, Op. 68, Pastoral
Allegro ma non troppo
Andante molto mosso
Allegro
Allegro
Allegretto

José Areán, Director Artístico
Artibus Ensamble

José Areán
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Artibus Ensamble
Violín, Violoncello, Piano
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Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México #MúsicaEnTuCiudad - Un momento en el ensayo: Triple

por Juan Arturo Brennan

Ludwig Van Beethoven (1770-1827)

Triple concierto para violín, violoncello, piano y orquesta en do mayor, Op. 56
Allegro
Largo
Rondó alla polacca-Allegro-Tempo primo

Si hiciéramos un brevísimo análisis de la relación entre Ludwig van Beethoven y ciertos instrumentos musicales, lo mejor sería comenzar por afirmar que en el aspecto de la elección instrumental el gran compositor de Bonn no fue ni atrevido ni explorador ni revolucionario. A Beethoven jamás se le hubiera ocurrido componer conciertos para oboe o para corno, o para otros instrumentos que sí fueron abordados por sus predecesores Franz Joseph Haydn (1732-1809) y Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). Y mucho menos se le hubiera ocurrido escribir conciertos para una enorme variedad de instrumentos, como lo hicieron Georg Philipp Telemann (1681-1767) y Antonio Vivaldi (1678-1741) en el barroco. A partir de esto, podemos hallar al piano en el primer lugar de las preferencias instrumentales del señor Beethoven.

Sus cinco conciertos para piano y sus 32 sonatas son prueba más que suficiente del gran conocimiento pianístico de Beethoven, y a éstas hay que agregar otras obras sinfónicas y de cámara en las que el piano tiene una participación de primordial importancia. Esto no es extraño, si recordamos que Beethoven fue, entre otras cosas, un espléndido pianista.

¿Y el violín? Beethoven no olvidó el violín, al que dedicó también algunas interesantes obras de cámara y, sobre todo, su hermoso Concierto Op. 61, que es una de las piezas fundamentales del repertorio. Sobre esta obra es preciso aclarar que también fue pensada por Beethoven para el piano. En efecto, el propio compositor hizo una transcripción para piano del Concierto Op. 61, como reafirmando su clara preferencia por el instrumento de teclado. Entre paréntesis, hay que decir que la transcripción en cuestión es musicalmente muy interesante, y que escuchar ambas versiones, una tras otra, es una experiencia musical fascinante.

¿Y el violoncello? Aquí es donde Beethoven decidió mantenerse en el camino conservador, ya que no compuso conciertos para este instrumento, aunque le prestó alguna atención en su música de cámara, sobre todo a través de una muy atractiva serie de sonatas. Es por ello que hay quienes afirman que el Triple concierto es lo más cerca que Beethoven estuvo de crear un concierto para violoncello.

La historia registra que allá por 1803 Beethoven tuvo entre sus alumnos de piano al joven archiduque Rodolfo de Austria, hijo del emperador Leopoldo II y hermano de otro emperador, Francisco II. Cuentan los historiadores que las habilidades pianísticas del joven archiduque eran muy limitadas, y que ello explica la configuración de la parte de piano del Triple concierto, escrita por Beethoven pensando precisamente en su aristocrático alumno. Las otras dos partes solistas del concierto fueron evidentemente concebidas para músicos de mayor técnica y experiencia, siendo la más difícil de ellas la parte del violoncello. Así, la estructura del Triple concierto fue diseñada por Beethoven para una dotación de solistas que incluía al archiduque Rodolfo en el piano, August Seidler en el violín y Anton Kraft en el violoncello. Entre las muestras que pueden hallarse de la dificultad diversa de las partes solistas está sobre todo el hecho de que en la parte del piano hay muchos pasajes paralelos para las dos manos, poco trabajo de acordes y muy pocos intervalos grandes. En cambio, la parte del violín es más madura y exigente, y ya prefigura algunos de los hallazgos expresivos que Beethoven incluiría en el Concierto Op. 61. ¿Y qué pasa con la parte del violoncello solista? Para esta cuestión, recurro a un violoncellista experto, que además conoce bien la partitura del Triple concierto. He aquí las palabras de Álvaro Bitrán:

La parte del violoncello es la parte solista más difícil de este Triple concierto. No sólo es técnicamente muy compleja, sino que está escrita de manera que muchos pasajes demuestran que Beethoven no conocía a fondo el violoncello. En ciertas partes de la obra el violoncellista debe cambiar posiciones de mano izquierda de un modo que hace difícil la fluidez del discurso musical. De hecho, una buena interpretación de esta parte de violoncello requiere de técnicas contemporáneas, por lo que imagino que en la época de Beethoven no existían violoncellistas capaces de tocar la obra tal y como debe ser tocada. A pesar de esto, el Triple concierto es una obra que ha sido injustamente menospreciada, y yo estoy de acuerdo con quienes piensan que al paso del tiempo será justamente valorada.

Para complementar esta observación a cargo de un buen violoncellista, cabe recordar que algunos musicólogos, como Deryck Cooke, nos informan que para resolver ciertos problemas de balance sonoro en su Triple concierto, Beethoven dio un gran relieve a la cuerda más aguda del violoncello, que así puede dialogar con el violín de manera más equitativa, como si fuera una viola.

El Triple concierto fue terminado por Beethoven en 1804, mismo año en el que puso a su Sinfonía Heroica una dedicatoria a Napoleón, para retirarla de inmediato al enterarse de que Bonaparte se había proclamado emperador. La partitura del Triple concierto fue publicada en 1807, y su primera ejecución pública se realizó en 1808.

Ludwig Van Beethoven (1770-1827)

Sinfonía No. 6 en fa mayor, Op. 68, Pastoral
Allegro ma non troppo
Andante molto mosso
Allegro
Allegro
Allegretto

En el curso de cualquier discusión o análisis sobre la sinfonía Pastoral de Beethoven, tarde o temprano aparecerá por ahí el término música programática. Y sin duda, muchos se preguntarán cuál puede ser el significado de esa expresión; resolver la duda no deja de ser interesante, considerando la importancia que la música programática ha tenido en el contexto del desarrollo de la música occidental. Básicamente, la música programática es la música instrumental que conlleva algún significado extramusical. Como simple conjetura retrospectiva, hubiera sido interesante preguntar su opinión sobre la música programática a Eduard Hanslick, el influyente crítico vienés del siglo XIX. Esta referencia viene a la memoria porque una de las frases más famosas de Hanslick dice:

La música es su propio significado.

¿Y qué decir de los significados extramusicales de la música programática? Sus fuentes pueden ser múltiples, y los temas abordados por los compositores han sido ubicuos, multiformes y en ocasiones, inesperados: paisajes, viajes, personajes, biografías, geografías, fantasías. Si bien la música programática tuvo su mayor auge en el período romántico, no ha sido, ni mucho menos, una provincia exclusiva del siglo XIX: en el lejano siglo XVI William Byrd (1540-1623) escribió una suite para virginal titulada La batalla, y se sabe que el organista y compositor danés Dietrich Buxtehude (1637-1707), tres siglos antes que Gustav Holst (1874-1934) compuso una suite para clavecín sobre los planetas. El mismo Juan Sebastián Bach (1685-1750) nos dejó una pieza titulada Capricho sobre la lejanía de su hermano amado. Y desde entonces, la música programática ha existido en todas las épocas y ha participado en todos los géneros; la literatura, la leyenda, la filosofía, la pintura, la historia, se han encargado de proveer el material sobre el que muchos compositores han intentado una labor singularmente compleja: emplear los elementos de un lenguaje tan abstracto como la música instrumental para comunicar ideas tan concretas como la marcha de un tren (Pacific 231 de Arthur Honegger, 1892-1955), las aventuras de un caballero alucinado (Don Quijote de Richard Strauss, 1864-1949), el agreste paisaje marino de las islas Hébridas (La gruta de Fingal de Félix Mendelssohn, 1809-1847), un alegre baile de esqueletos (la Danza macabra de Camille Saint-Saëns, 1835-1921), o un episodio de la commedia dell’arte (Scapino de William Walton, 1902-1983).

La música programática tiene en el poema sinfónico una de sus formas más sólidas de expresión, y entre la sinfonía abstracta y el poema sinfónico existe lo que se ha denominado sinfonía programática, es decir, una sinfonía que se apega a los principios formales tradicionales y al mismo tiempo ofrece elementos sonoros que sugieren ideas extramusicales. Entre los ejemplos notables de sinfonías programáticas están las sinfonías El reloj y Los adioses de Franz Joseph Haydn (1732-1809), la Sinfonía fantástica de Héctor Berlioz (1803-1869), la Patética de Piotr Ilyich Chaikovski (1840-1893), la Londres de Ralph Vaughan Williams (1872-1958), la Leningrado de Dmitri Shostakovich (1906-1975) y, por supuesto, la Pastoral de Beethoven. No hay que olvidar que el contenido programático de la Pastoral fue tomado muy literalmente en la realización de la película Fantasía, en la que al compás de esta música de Beethoven, ninfas y faunos se dedican al goce de la vida bucólica, y diversas formas de vida vegetal practican la danza con singular empeño.

Beethoven compuso su Sexta sinfonía entre 1807 y 1808, y en el programa de su estreno, el 22 de diciembre de 1808 en Viena, se describía a la obra como Una sinfonía titulada: Recuerdos de la vida en el campo, en fa mayor. Es difícil dudar de las intenciones programáticas de Beethoven, considerando que cada uno de los cinco movimientos lleva, además de la indicación de tempo, un subtítulo muy descriptivo.

I. Despertar de sentimientos de alegría al llegar al campo. La característica más notable de este movimiento es algo que se relaciona directamente con el primer movimiento de la Quinta sinfonía de Beethoven: la insistente repetición de la idea principal, repetición que sin embargo nos deja la impresión de una enorme variedad.

II. Escena junto al arroyo. Este movimiento está lleno de murmullos musicales, que sin duda pueden ser traducidos al lenguaje de la naturaleza; diversos analistas han hallado aquí el zumbido de los insectos, el canto del ruiseñor, la llamada del cucú.

III. Alegre reunión de campesinos. La fuente sonora de Beethoven para este movimiento puede ser localizada en las rústicas bandas que tocaban en las tabernas de los alrededores de Viena. Como proyección futurista de esta inspiración, recordemos los sonidos de las bandas vienesas en la música de Gustav Mahler (1860-1911).

IV. Tempestad. La música de taberna es interrumpida por la inminencia de la tormenta, una tormenta descrita por Beethoven con recursos impresionistas noventa años antes de Debussy: truenos en las cuerdas bajas, el aullido del viento en el flautín.

V. Canción pastoral: sentimiento de alegría después de la tormenta. Un clarinete solo, y después un corno, cantan la canción de gracias del pastor. A partir de esto, Beethoven desarrolla un movimiento que es como una glorificación panteísta de la naturaleza. La actitud reflejada en este movimiento, y de hecho en toda la sinfonía, no deja de ser una muestra singular del carácter de un hombre que amaba profundamente la naturaleza, y que para cuando compuso su sinfonía Pastoral, su avanzada sordera le impedía escuchar los sonidos de ese mundo amado.

Esta obra es, pues, una interesante muestra del papel que la naturaleza jugó en el proceso creativo de muchos compositores románticos. Como referencia, se pueden comparar las asociaciones programáticas de la Pastoral, única sinfonía descriptiva de Beethoven, con las de la Romántica, única sinfonía descriptiva de Anton Bruckner (1824-1896).

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