Yoo: Stravinski - Brahms

Esta página documenta un concierto pasado.

Ilustración sobre el concierto

Igor Stravinsky
Petrushka (1947) (34')

INTERMEDIO

Johannes Brahms
Sinfonía No. 2 (40')

Scott Yoo, director huésped

Scott Yoo
Director(a)
Leer más


Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México - Un momento en el ensayo - Stravinsky. "Petrushka"

Leer breviario curricular de Scott Yoo.

por Juan Arturo Brennan

IGOR STRAVINSKI (1882-1971)

Petrushka, ballet completo

Investigar y escribir sobre Stravinski y su música es una empresa relativamente fácil, gracias a la numerosa documentación existente al respecto. Entre todos esos papeles destacan, como es natural, las cartas y textos escritos por el propio Stravinski en relación al origen, inspiración y creación de sus obras. En uno de esos textos se encuentra una versión compacta del proceso creativo que dio como resultado el ballet Petrushka, una de las partituras más importantes del compositor ruso. He aquí las palabras de Stravinski:

Antes de abordar La consagración de la primavera, que habría de ser una empresa ardua y prolongada, quise refrescarme componiendo una pieza orquestal en la que el piano tuviera una parte importante, una especie de Pieza de concierto. Al componer la música, tuve en la mente la clara imagen de una marioneta, dotada súbitamente de vida, que exasperaba a la orquesta con sus diabólicas cascadas de arpegios. A su vez, la orquesta responde con amenazantes toques de trompeta. El resultado es un ruido terrible que llega a un clímax y termina en el triste colapso de la pobre marioneta. Luego de terminar esta extraña pieza, luché por horas, mientras caminaba a orillas del lago Ginebra, para encontrar un título que expresara con una palabra el carácter de mi música y, consecuentemente, la personalidad de la criatura. Un día brinqué de gusto al encontrar el título: Petrushka, el inmortal e infeliz héroe de las ferias de todos los países. Poco después, Diaghilev vino a visitarme a Clarens, donde yo estaba residiendo. Se asombró mucho cuando, en vez de los bosquejos de La consagración, le toqué la pieza que acababa de componer y que más tarde se convirtió en la segunda escena de Petrushka. Quedó tan complacido que insistió en que yo debía desarrollar el tema del sufrimiento de la marioneta y convertirlo en un ballet completo. Mientras estuvo en Suiza, trabajamos la línea general del asunto y la trama a partir de ideas que yo sugerí. Establecimos el lugar de la acción: la feria, con la multitud, los puestos, el pequeño teatro, el mago con todos sus trucos y los muñecos que cobran vida: Petrushka, su rival y la bailarina, así como la tragedia de amor que culmina con la muerte de Petrushka. De inmediato comencé a componer la primera escena del ballet, que terminé en Beaulieu, donde pasé el invierno de 1910-1911 con mi familia.

Así pues, para los asuntos del libreto y la continuidad escénica de Petrushka, Stravinski requirió los servicios de Alexandre Benois, quien a pesar de estar distanciado del empresario Diaghilev, aceptó colaborar en el proyecto. Entre los últimos meses de 1910 y los primeros de 1911 todos los involucrados en la producción de Petrushka trabajaron arduamente sobre una partitura que no era fácil, sobre un libreto ciertamente complejo y sobre una serie de propuestas escénicas que hacían muy difícil la labor de los bailarines. Sin embargo, al paso de los meses las asperezas se pulieron y a mediados de 1911 Petrushka quedó lista para su estreno. Como fue el caso de los otros ballets de Stravinski, Petrushka tuvo un estreno de lujo, a juzgar por el talento y fama de los involucrados: producción general de Serge Diaghilev, música de Igor Stravinski, libreto de Alexandre Benois, coreografía de Michel Fokine, dirección musical de Pierre Monteux, y los papeles principales del ballet bailados por Vaslav Nijinski, Tamara Karsavina, Enrico Cechetti y Alexander Orlov. Con semejante acumulación de genios, el estreno no podía ser sino un éxito rotundo, y así fue, la noche del 13 de junio de 1911, cuando Petrushka se puso en escena por primera vez. Sin embargo, tal éxito no fue universal, debido entre otras cosas a que el público parisino era más flexible y conocedor que los públicos de otras latitudes. De ese modo, cuando Petrushka se puso en escena por primera vez fuera de Francia (en Viena, en enero de 1913), la hostilidad del público, la orquesta y la crítica fueron notables. Sin embargo, este ballet de Stravinski corrió con mejor suerte al ser estrenado en Londres y en Nueva York, donde obtuvo sendos y rotundos éxitos.

La partitura de Petrushka contiene muchas y muy variadas riquezas, y al menos un gesto enigmático: el famoso acorde Petrushka, una armonía bitonal en la que Stravinski superpone la tonalidad de do mayor y la de fa sostenido mayor. No ha faltado quien compare esta extraña propuesta armónica con la que Richard Strauss (1864-1949) hace en el final de su poema sinfónico Así hablaba Zaratustra (1896), donde se plantea el choque armónico de un acorde de do mayor contra uno de si mayor. El mismo Stravinski afirmó que este acorde había sido concebido como un insulto, pero no suyo, sino un insulto de Petrushka al público, que es repetido al final de la obra por el espíritu de la marioneta muerta. En 1947, Stravinski revisó la partitura de Petrushka, redujo la enorme orquesta de la versión original y propuso un final alternativo para la versión de concierto de su ballet, en la que en vez del lánguido acorde Petrushka, la música termina con un brillante fortissimo de toda la orquesta.

Johannes Brahms (1833-1897)

Sinfonía No. 2 en re mayor, Op. 73 (40')
Allegro non troppo
Adagio non troppo
Allegretto grazioso quasi andantino
Allegro con spirito

Todo lo que la música de Johannes Brahms tiene de contenida, compacta y equilibrada, la música de Gustav Mahler (1860-1911) lo tiene de efervescente, iconoclasta y extrovertida. Por estas y otras razones, quizá sea difícil encontrar muchos puntos de contacto entre la música de ambos, pero hay al menos un dato anecdótico que puede dar origen a una interesante conexión Brahms-Mahler: ambos eran afectos a retirarse del mundanal ruido durante el verano, para dedicarse a la composición en medio del reino de la naturaleza, de preferencia a las orillas de un lago. Las enormes diferencias entre las obras de ambos no hacen más que confirmar el diverso efecto que la naturaleza puede producir en almas tan distintas.

Fue siguiendo este impulso veraniego que Brahms dejó la ciudad para irse a Pörtschach, en Carintia, a orillas del lago Wörth, en el año de 1877, para componer su Segunda sinfonía. Al parecer, se trataba simplemente de abordar la creación de otra obra más, pero el hecho tenía para Brahms un significado muy especial. Oprimido excesivamente por el fantasma de Ludwig van Beethoven (1770-1827) que se le aparecía en la forma de la Novena sinfonía, Brahms había dudado muchos años antes de abordar la forma sinfónica. Cuando finalmente lo hizo, ocupó cerca de 20 años de trabajo en su Primera sinfonía, obra a la que algunos exagerados llegaron a designar como la “décima de Beethoven”. Aparentemente, el hecho de haber terminado la primera le facilitó a Brahms la composición de la segunda, cuya elaboración le llevó sólo unos cuantos meses. La aparición de esta obra tomó por sorpresa a todos aquellos que conocían la música de Brahms, sobre todo a quienes habían escuchado su oscura Primera sinfonía. En contraste con ésta, la Segunda sinfonía resultó una especie de idilio musical, transparente, tranquilo, y ciertamente más accesible que su antecesora. El mismo Brahms describió su Segunda sinfonía en estos términos:

Sonaba tan alegre y tierna que parecía haber sido escrita especialmente para una pareja de recién casados.

Esta frase demuestra que incluso el austero Brahms era propenso a caer inesperadamente en lo cursi. La Segunda sinfonía fue estrenada en Viena en diciembre de 1877, bajo la dirección de Hans Richter, y tuvo una buena recepción por parte del público y la crítica, aunque no unánime. Esta obra ayudó a confirmar, entre otras cosas, los extremos a los que llega la crítica musical en sus momentos de mayor desorientación. Aquellos que habían calificado a la Primera sinfonía de Brahms como música matemática, rígida e impenetrable, ahora decían que la Segunda sinfonía era débil, blanda e indefinida. Un aparente justo medio en el análisis de esta obra fue logrado por el crítico vienés Eduard Hanslick:

El carácter de esta sinfonía puede ser descrito brevemente como pacífico, tierno, pero no afeminado. El primer movimiento tiene algo del carácter de una serenata, con el tema suave y crepuscular del corno. El movimiento nos sumerge en una clara ola de melodía en la que descansamos, refrescados por las reminiscencias mendelssohnianas. El final de este movimiento concluye con una nueva belleza melódica. El Adagio es amplio y cantable y el Scherzo es íntegramente delicioso. El final es siempre agradable y sincero, y apartado de los tormentosos finales de la escuela moderna. La sangre de Mozart fluye por sus venas.

Con el objeto de mantener la perspectiva histórica de la crítica, vale la pena recordar que Hanslick tuvo como pasatiempo favorito durante muchos años el alabar incondicionalmente la música de Brahms y simultáneamente, atacar por principio la música de Anton Bruckner (1824-1896) y de Richard Wagner (1813-1883), en lo que fue una de las polémicas musicales más notorias del siglo XIX. Evidentemente, este asunto no quedó ahí: Hugo Wolf (1860-1903), partidario de Bruckner y su música, censuró duramente a Brahms, y lo mismo hizo Piotr Ilyich Chaikovski (1840-1893), quien llegó a llamar rufián, bastardo, mediocre, caótico y vacío a Brahms. Al margen de esta querella de críticos no tan críticos, la Segunda sinfonía de Brahms gozó de una buena fortuna desde su estreno. Poco después de su primera audición en Viena, la obra fue interpretada en Leipzig, en Düsseldorf, y en Hamburgo bajo la dirección de Brahms mismo. Y en aquellos tiempos en que las comunicaciones no eran tan veloces, la sinfonía llegó a Londres y a Nueva York apenas un año después de su estreno. Y justamente un año más tarde, en el verano de 1878, Brahms regresó a Pörtschach. Con el recuerdo aún reciente de su Segunda sinfonía, a la que alguien puso el sobrenombre de Pastoral, Brahms le escribió a Hanslick (quien por razones evidentes era buen amigo suyo) una carta en la que le decía:

Hay tantas melodías sueltas por aquí que hay que tener cuidado para no pisarlas.

Al parecer, Brahms se cuidó tanto de no pisar esas melodías que en sus dos últimas sinfonías, particularmente en la cuarta, volvió al estilo de la Primera sinfonía, dejando a un lado el elemento bucólico que los analistas han detectado en la Segunda sinfonía. Diez veranos más tarde, a la orilla de otro lago, Mahler habría de iniciar su propio trayecto sinfónico, su propio contacto con la naturaleza y la música.

Consulta todas las actividades que la Ciudad de México tiene para ti