Concierto mexicano: Ramírez, Moncayo, Revueltas, Galindo, Márquez.
Esta página documenta un concierto pasado.

Domingo, 11 de septiembre, 12:30 horas
Explanada de la Alcaldía Gustavo A. Madero
Sábado, 17 de septiembre, 18:00 horas
Sala Silvestre Revueltas CCOY
EDUARDO ÁLVAREZ, director huésped
Agustín Ramírez (1903-1957) Acapulqueña
Acapulqueña
En este programa netamente popular están incluidas, entre otras piezas, dos importantes rapsodias orquestales mexicanas. En el entendido de que una rapsodia es una composición construida como un mosaico de melodías nacionales de origen popular, tanto el Huapango de José Pablo Moncayo (1912-1958) como los Sones de mariachi de Blas Galindo (1910-1993) son rapsodias en el sentido estricto del término. Más precisamente: el Huapango es una rapsodia jarocha, y los Sones de mariachi conforman una rapsodia jalisciense. Así, para su muy popular Huapango, Moncayo realizó un sabroso montaje orquestal a partir de tres sones muy conocidos y populares: El siquisirí, El balajú y El gavilancito. Hay quienes afirman que, si se escucha la obra con mucha atención, es posible hallar en ella, además, reminiscencias de El pájaro cu. Por otra parte, Blas Galindo también acudió a tres sones jaliscienses para construir su rapsodia: La negra, El zopilote y Los cuatro reales. En ambos casos, las piezas folklóricas son complementadas por los compositores con materiales originales, realizados sobre todo para la conexión entre unos sones y otros. En el caso de Galindo, cabe recordar que compuso originalmente sus Sones de mariachi para una pequeña orquesta de instrumentos típicos mexicanos, y más tarde realizó la versión para orquesta sinfónica. Por otra parte, hay que mencionar, por si hiciera falta, que el Huapango de Moncayo, sin duda la pieza orquestal más famosa y difundida del repertorio mexicano, ha sido objeto de un número incalculable de arreglos y transcripciones, para toda clase de combinaciones instrumentales.
Y ya que se menciona al Huapango de Moncayo como nuestra pieza sinfónica más conocida, es preciso mencionar aquí que, casi sin duda, el segundo lugar lo ocupa, desde la década de 1990, el sabroso Danzón No. 2 del compositor sonorense Arturo Márquez (1950). El mismo Márquez cuenta que su primer contacto cercano con el danzó se debió a sus visitas a los salones de baile de la Ciudad de México en compañía de amigos cercanos y conocedores de los bailes finos de salón. De inmediato, se sintió fascinado por las cálidas y sinuosas cadencias del danzón, y muy pronto empezó a componer danzones inspirado en esa experiencia. Estrenado en 1994, su Danzón No. 2 se hizo muy popular de inmediato, y le ha proporcionado a Márquez desde entonces un alto perfil de reconocimiento entre el público y, también, entre los músicos y directores de orquesta. Desde su primera audición, el Danzón No. 2 de Márquez ha sido objeto de innumerables repeticiones por las orquestas de todo el país, y con frecuencia se suele programar esta pieza en compañía del Huapango de José Pablo Moncayo. De hecho, la gran proyección y fama de que goza el Danzón No. 2 de Arturo Márquez ya ha rebasado las fronteras de México, particularmente gracias a la promoción que ha realizado el destacado director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel. Hay que señalar, sin embargo, que la gran aceptación (muy merecida, por cierto) que ha tenido su Danzón No. 2 para orquesta sinfónica nos ha hecho olvidar que, a la fecha, Márquez ha escrito otros ocho danzones, para muy diversas dotaciones, y que bien vale la pena escucharlos para entender mejor la fascinación del compositor sonorense con este tradicional género de baile fino de salón.
Después de Redes, la partitura cinematográfica más importante de Silvestre Revueltas (1899-1940) es sin duda la que escribió para La noche de los mayas. La película, que data de 1939, fue dirigida por Chano Urueta, y es uno más de los muchos casos en la historia del cine mexicano (sobre todo el de aquella época) en que se confronta de manera bastante maniquea la bondad de lo natural contra la maldad de lo artificial o, dicho en otros términos, la intrusión del pérfido hombre blanco de la ciudad en el mundo puro e impecable del indígena. La historia que cuenta Urueta en La noche de los mayas resulta un tanto acartonada, lo cual llevó a dos importantes críticos (José Antonio Alcaráz y Jorge Ayala Blanco) a utilizar, cada uno por su lado, el término “petrificada” para describir la película. A pesar de ello, el filme obtuvo un buen número de premios otorgados ese año por la industria del cine nacional, entre los cuales está el que recibió la potente música de Revueltas. La partitura original de Revueltas estuvo dispersa durante varios años, hasta que en la década de 1960 el director de orquesta José Ives Limantour organizó la música de la película en una suite en cuatro movimientos, que es la forma en que se conoce y se difunde hasta nuestros días. Cabe destacar entre los puntos de interés de la música de La noche de los mayas la manera en que, en su primer movimiento, Revueltas establece el ambiente general de la película. Más adelante, el compositor duranguense ofrece uno de los pocos casos en que utilizó materiales folklóricos en su música, al citar la conocida melodía maya Kónex, kónex palexén. El explosivo movimiento final de La noche de los mayas incluye un deslumbrante y fogoso despliegue de percusiones.
Además de su omnipresente Huapango, este programa mexicano incluye otra pieza suya, Tierra de temporal, sin duda una de sus mejores y más atractivas composiciones. En el año de 1949 la Orquesta Sinfónica de México convocó a un concurso de composición para conmemorar el centenario de la muerte de Frédéric Chopin (1810-1849), y la obra triunfadora de ese concurso fue Tierra de temporal. Mal acostumbrados como estamos por la omnipresente sonoridad del Huapango (1941) del propio Moncayo, podríamos quizá imaginar que Tierra de temporal es una obra igualmente extrovertida y brillante. Sin embargo, no lo es. En esta partitura, Moncayo transita por caminos musicales que avalan lo dicho por el musicólogo sueco Dan Malmström en el sentido de que Tierra de temporal es mucho más nacionalista en su título que en su música. El 11 de agosto de 1953, en el Teatro Nacional Estudio de Bucarest (Rumania), se realizó el estreno mundial del ballet Zapata, coreografiado por Guillermo Arriaga (1926-2014), figura capital en la historia de la moderna danza de México. El argumento del ballet, escrito también por Arriaga, es una sobria, a veces desgarradora narración de temas importantes y dolorosos de nuestra historia, temas que a más de medio siglo de distancia siguen siendo una herida abierta en el alma de la nación. Para acompañar su ya legendaria coreografía, Arriaga eligió Tierra de temporal y, desde entonces, esta música y esta coreografía forman una unidad indisoluble en la historia moderna de la cultura de México.
El programa se redondea con un rico arreglo del pianista y compositor (asociado sobre todo al jazz) Héctor Infanzón a la romántica y sensual canción Acapulqueña, original de José Agustín Ramírez Altamirano (1903-1957), compositor y poeta nacido precisamente en Acapulco; y el conocido arreglo de Terig Tucci a La bamba, pieza que ocupa un lugar imborrable en nuestro imaginario colectivo, y cuyo origen es histórica y musicalmente complejo y contradictorio. Sin duda, la versión más difundida de La bamba es la de Ritchie Valens, versión que tuvo una sólida difusión en la interpretación de Los Lobos en la película titulada, precisamente, La bamba, dirigida en 1987 por Luis Valdéz.
Arr. Infanzón
José Pablo Moncayo (1912-1958) Tierra de temporal
Tierra de temporal
Es el año de 1953, la parte más dura de la posguerra en Europa. El Viejo Continente está en pleno proceso de reconstrucción y rescate, intentando resanar las vidas y tapar los huecos dejados por la artillería de la infame Blitzkgrieg de Hitler. La Cortina de Hierro ya ha sido instalada y detrás de ella los satélites de la poderosa Unión Soviética se amoldan a la vida política de su nuevo conquistador. Rumania no es la excepción, y apenas un par de años después de terminada la guerra, ha dejado de ser una monarquía, haciendo abdicar al rey Miguel y enviándolo al exilio. En 1953, Rumania vive su vida política bajo una constitución muy parecida a la de la Unión Soviética, y el siniestro Nicolae Ceaucescu ha iniciado ya su irresistible ascenso al poder, que pronto será suyo. Bajo estas condiciones, en 1953, llega hasta la lejana y gris ciudad de Bucarest, la capital rumana, un grupo de mexicanos cuyo oficio es el de hacer danza. El 11 de agosto de ese año, en el Teatro Nacional Estudio de Bucarest, se realiza el estreno mundial del ballet Zapata, coreografiado por Guillermo Arriaga, figura capital en la historia de la moderna danza de México. El argumento del ballet, escrito también por Arriaga, es una sobria, a veces desgarradora narración de temas importantes y dolorosos de nuestra historia. He aquí ese argumento dancístico:
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Parto. Zapata nace de la tierra. Ella le da la primera luz, el primer pedazo de aire. Es la fuerza para que su sangre corra como rebelde río y que cada golpe de su corazón se convierta en gigantesca ola para aniquilar al intruso, al injusto, al culpable.
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Vida y lucha. Zapata vive y lucha para devolver los derechos más sagrados a todos sus hermanos: ¡Tierra y libertad!
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Muerte y testamento. Finalmente cae bajo el golpe de la traición. Vuelve al seno de la tierra, sólo que ahora, a través de ella, la cal de sus huesos y la savia de sus arterias habrán de transformarse, como profético testamento, en el más agudo grito, que correrá clamando justicia por el surco de cada parcela en todos los sembradíos donde la tierra sea ignominiosamente violada y el campesino despiadadamente despojado.
Bajo esta línea narrativa, el público rumano pudo ver aquella noche de agosto de 1953 una de las historias más importantes del quehacer dancístico de México, basada a su vez en una de las figuras más notables del movimiento revolucionario mexicano. Los papeles protagónicos de Zapata en la noche de su estreno fueron bailados por Guillermo Arriaga y Rocío Sagaón, y el vestuario estuvo a cargo de Miguel Covarrubias. ¿Y la música? Arriaga utilizó como soporte sonoro de su ballet Zapata la pieza sinfónica Tierra de temporal, obra de José Pablo Moncayo que ha pasado a la historia de nuestra música no sólo por sus numerosos méritos propios, sino también por su afortunada transmutación coreográfica.
En el año de 1949 la Orquesta Sinfónica de México convocó a un concurso de composición para conmemorar el centenario de la muerte de Federico Chopin, y la obra triunfadora de ese concurso fue Tierra de temporal. Malacostumbrados como estamos por la omnipresente sonoridad del Huapango (1941) del propio Moncayo, podríamos quizá imaginar que Tierra de temporal es una obra igualmente extrovertida y brillante. Sin embargo, no lo es. En esta partitura, Moncayo transita por caminos musicales que avalan lo dicho por el musicólogo sueco Dan Malmström en el sentido de que Tierra de temporal es mucho más nacionalista en su título que en su música. ¿Qué hay, entonces, en esta pieza sinfónica de Moncayo? Sorprendentemente, hay un lenguaje que, sin dejar de ser identificable como mexicano, tiene claros contornos impresionistas que le dan una delicadeza muy peculiar y atractiva. Esto no deja de ser interesante, sobre todo a la luz del hecho de que Moncayo, a diferencia de algunos de sus colegas, no tuvo oportunidad de "afrancesarse" a través de los estudios musicales en Europa. Así pues, Tierra de temporal se mueve en un ámbito sonoro que, sin dejar de ser mexicano, apunta hacia horizontes más universales.
Tres meses después del estreno de Zapata en Bucarest, el ballet compuesto por Arriaga sobre la música de Moncayo se estrenó en México, en el Teatro de Bellas Artes, el 10 de noviembre de 1953. De nuevo, Guillermo Arriaga hizo el papel de Zapata, y Roció Sagaón recreó el papel de La Tierra. A partir de entonces, esta partitura sinfónica de Moncayo ha estado inseparablemente asociada al trabajo dancístico y coreográfico de Arriaga, como parte de uno de los mejores momentos de la danza moderna mexicana. El paso del tiempo ha dejado claro que, por desgracia, el agudo grito de los huesos y las arterias de Zapata sigue clamando justicia, porque la tierra mexicana de temporal sigue siendo ignominiosamente violada, y el campesino es despiadadamente despojado todos los días. Con los años, la música de Moncayo y la coreografía de Arriaga siguen siendo tan vigentes como antes.
Silvestre Revueltas (1899-1940) La noche de los mayas (Limantour)
La noche de los mayas (Limantour)
En este programa netamente popular están incluidas, entre otras piezas, dos importantes rapsodias orquestales mexicanas. En el entendido de que una rapsodia es una composición construida como un mosaico de melodías nacionales de origen popular, tanto el Huapango de José Pablo Moncayo (1912-1958) como los Sones de mariachi de Blas Galindo (1910-1993) son rapsodias en el sentido estricto del término. Más precisamente: el Huapango es una rapsodia jarocha, y los Sones de mariachi conforman una rapsodia jalisciense. Así, para su muy popular Huapango, Moncayo realizó un sabroso montaje orquestal a partir de tres sones muy conocidos y populares: El siquisirí, El balajú y El gavilancito. Hay quienes afirman que, si se escucha la obra con mucha atención, es posible hallar en ella, además, reminiscencias de El pájaro cu. Por otra parte, Blas Galindo también acudió a tres sones jaliscienses para construir su rapsodia: La negra, El zopilote y Los cuatro reales. En ambos casos, las piezas folklóricas son complementadas por los compositores con materiales originales, realizados sobre todo para la conexión entre unos sones y otros. En el caso de Galindo, cabe recordar que compuso originalmente sus Sones de mariachi para una pequeña orquesta de instrumentos típicos mexicanos, y más tarde realizó la versión para orquesta sinfónica. Por otra parte, hay que mencionar, por si hiciera falta, que el Huapango de Moncayo, sin duda la pieza orquestal más famosa y difundida del repertorio mexicano, ha sido objeto de un número incalculable de arreglos y transcripciones, para toda clase de combinaciones instrumentales.
Y ya que se menciona al Huapango de Moncayo como nuestra pieza sinfónica más conocida, es preciso mencionar aquí que, casi sin duda, el segundo lugar lo ocupa, desde la década de 1990, el sabroso Danzón No. 2 del compositor sonorense Arturo Márquez (1950). El mismo Márquez cuenta que su primer contacto cercano con el danzó se debió a sus visitas a los salones de baile de la Ciudad de México en compañía de amigos cercanos y conocedores de los bailes finos de salón. De inmediato, se sintió fascinado por las cálidas y sinuosas cadencias del danzón, y muy pronto empezó a componer danzones inspirado en esa experiencia. Estrenado en 1994, su Danzón No. 2 se hizo muy popular de inmediato, y le ha proporcionado a Márquez desde entonces un alto perfil de reconocimiento entre el público y, también, entre los músicos y directores de orquesta. Desde su primera audición, el Danzón No. 2 de Márquez ha sido objeto de innumerables repeticiones por las orquestas de todo el país, y con frecuencia se suele programar esta pieza en compañía del Huapango de José Pablo Moncayo. De hecho, la gran proyección y fama de que goza el Danzón No. 2 de Arturo Márquez ya ha rebasado las fronteras de México, particularmente gracias a la promoción que ha realizado el destacado director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel. Hay que señalar, sin embargo, que la gran aceptación (muy merecida, por cierto) que ha tenido su Danzón No. 2 para orquesta sinfónica nos ha hecho olvidar que, a la fecha, Márquez ha escrito otros ocho danzones, para muy diversas dotaciones, y que bien vale la pena escucharlos para entender mejor la fascinación del compositor sonorense con este tradicional género de baile fino de salón.
Después de Redes, la partitura cinematográfica más importante de Silvestre Revueltas (1899-1940) es sin duda la que escribió para La noche de los mayas. La película, que data de 1939, fue dirigida por Chano Urueta, y es uno más de los muchos casos en la historia del cine mexicano (sobre todo el de aquella época) en que se confronta de manera bastante maniquea la bondad de lo natural contra la maldad de lo artificial o, dicho en otros términos, la intrusión del pérfido hombre blanco de la ciudad en el mundo puro e impecable del indígena. La historia que cuenta Urueta en La noche de los mayas resulta un tanto acartonada, lo cual llevó a dos importantes críticos (José Antonio Alcaráz y Jorge Ayala Blanco) a utilizar, cada uno por su lado, el término “petrificada” para describir la película. A pesar de ello, el filme obtuvo un buen número de premios otorgados ese año por la industria del cine nacional, entre los cuales está el que recibió la potente música de Revueltas. La partitura original de Revueltas estuvo dispersa durante varios años, hasta que en la década de 1960 el director de orquesta José Ives Limantour organizó la música de la película en una suite en cuatro movimientos, que es la forma en que se conoce y se difunde hasta nuestros días. Cabe destacar entre los puntos de interés de la música de La noche de los mayas la manera en que, en su primer movimiento, Revueltas establece el ambiente general de la película. Más adelante, el compositor duranguense ofrece uno de los pocos casos en que utilizó materiales folklóricos en su música, al citar la conocida melodía maya Kónex, kónex palexén. El explosivo movimiento final de La noche de los mayas incluye un deslumbrante y fogoso despliegue de percusiones.
Además de su omnipresente Huapango, este programa mexicano incluye otra pieza suya, Tierra de temporal, sin duda una de sus mejores y más atractivas composiciones. En el año de 1949 la Orquesta Sinfónica de México convocó a un concurso de composición para conmemorar el centenario de la muerte de Frédéric Chopin (1810-1849), y la obra triunfadora de ese concurso fue Tierra de temporal. Mal acostumbrados como estamos por la omnipresente sonoridad del Huapango (1941) del propio Moncayo, podríamos quizá imaginar que Tierra de temporal es una obra igualmente extrovertida y brillante. Sin embargo, no lo es. En esta partitura, Moncayo transita por caminos musicales que avalan lo dicho por el musicólogo sueco Dan Malmström en el sentido de que Tierra de temporal es mucho más nacionalista en su título que en su música. El 11 de agosto de 1953, en el Teatro Nacional Estudio de Bucarest (Rumania), se realizó el estreno mundial del ballet Zapata, coreografiado por Guillermo Arriaga (1926-2014), figura capital en la historia de la moderna danza de México. El argumento del ballet, escrito también por Arriaga, es una sobria, a veces desgarradora narración de temas importantes y dolorosos de nuestra historia, temas que a más de medio siglo de distancia siguen siendo una herida abierta en el alma de la nación. Para acompañar su ya legendaria coreografía, Arriaga eligió Tierra de temporal y, desde entonces, esta música y esta coreografía forman una unidad indisoluble en la historia moderna de la cultura de México.
El programa se redondea con un rico arreglo del pianista y compositor (asociado sobre todo al jazz) Héctor Infanzón a la romántica y sensual canción Acapulqueña, original de José Agustín Ramírez Altamirano (1903-1957), compositor y poeta nacido precisamente en Acapulco; y el conocido arreglo de Terig Tucci a La bamba, pieza que ocupa un lugar imborrable en nuestro imaginario colectivo, y cuyo origen es histórica y musicalmente complejo y contradictorio. Sin duda, la versión más difundida de La bamba es la de Ritchie Valens, versión que tuvo una sólida difusión en la interpretación de Los Lobos en la película titulada, precisamente, La bamba, dirigida en 1987 por Luis Valdéz.
Noche de los mayas
Noche de jarana
Noche de Yucatán
Noche de encantamiento
Dominio público La Bamba
La Bamba
En este programa netamente popular están incluidas, entre otras piezas, dos importantes rapsodias orquestales mexicanas. En el entendido de que una rapsodia es una composición construida como un mosaico de melodías nacionales de origen popular, tanto el Huapango de José Pablo Moncayo (1912-1958) como los Sones de mariachi de Blas Galindo (1910-1993) son rapsodias en el sentido estricto del término. Más precisamente: el Huapango es una rapsodia jarocha, y los Sones de mariachi conforman una rapsodia jalisciense. Así, para su muy popular Huapango, Moncayo realizó un sabroso montaje orquestal a partir de tres sones muy conocidos y populares: El siquisirí, El balajú y El gavilancito. Hay quienes afirman que, si se escucha la obra con mucha atención, es posible hallar en ella, además, reminiscencias de El pájaro cu. Por otra parte, Blas Galindo también acudió a tres sones jaliscienses para construir su rapsodia: La negra, El zopilote y Los cuatro reales. En ambos casos, las piezas folklóricas son complementadas por los compositores con materiales originales, realizados sobre todo para la conexión entre unos sones y otros. En el caso de Galindo, cabe recordar que compuso originalmente sus Sones de mariachi para una pequeña orquesta de instrumentos típicos mexicanos, y más tarde realizó la versión para orquesta sinfónica. Por otra parte, hay que mencionar, por si hiciera falta, que el Huapango de Moncayo, sin duda la pieza orquestal más famosa y difundida del repertorio mexicano, ha sido objeto de un número incalculable de arreglos y transcripciones, para toda clase de combinaciones instrumentales.
Y ya que se menciona al Huapango de Moncayo como nuestra pieza sinfónica más conocida, es preciso mencionar aquí que, casi sin duda, el segundo lugar lo ocupa, desde la década de 1990, el sabroso Danzón No. 2 del compositor sonorense Arturo Márquez (1950). El mismo Márquez cuenta que su primer contacto cercano con el danzó se debió a sus visitas a los salones de baile de la Ciudad de México en compañía de amigos cercanos y conocedores de los bailes finos de salón. De inmediato, se sintió fascinado por las cálidas y sinuosas cadencias del danzón, y muy pronto empezó a componer danzones inspirado en esa experiencia. Estrenado en 1994, su Danzón No. 2 se hizo muy popular de inmediato, y le ha proporcionado a Márquez desde entonces un alto perfil de reconocimiento entre el público y, también, entre los músicos y directores de orquesta. Desde su primera audición, el Danzón No. 2 de Márquez ha sido objeto de innumerables repeticiones por las orquestas de todo el país, y con frecuencia se suele programar esta pieza en compañía del Huapango de José Pablo Moncayo. De hecho, la gran proyección y fama de que goza el Danzón No. 2 de Arturo Márquez ya ha rebasado las fronteras de México, particularmente gracias a la promoción que ha realizado el destacado director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel. Hay que señalar, sin embargo, que la gran aceptación (muy merecida, por cierto) que ha tenido su Danzón No. 2 para orquesta sinfónica nos ha hecho olvidar que, a la fecha, Márquez ha escrito otros ocho danzones, para muy diversas dotaciones, y que bien vale la pena escucharlos para entender mejor la fascinación del compositor sonorense con este tradicional género de baile fino de salón.
Después de Redes, la partitura cinematográfica más importante de Silvestre Revueltas (1899-1940) es sin duda la que escribió para La noche de los mayas. La película, que data de 1939, fue dirigida por Chano Urueta, y es uno más de los muchos casos en la historia del cine mexicano (sobre todo el de aquella época) en que se confronta de manera bastante maniquea la bondad de lo natural contra la maldad de lo artificial o, dicho en otros términos, la intrusión del pérfido hombre blanco de la ciudad en el mundo puro e impecable del indígena. La historia que cuenta Urueta en La noche de los mayas resulta un tanto acartonada, lo cual llevó a dos importantes críticos (José Antonio Alcaráz y Jorge Ayala Blanco) a utilizar, cada uno por su lado, el término “petrificada” para describir la película. A pesar de ello, el filme obtuvo un buen número de premios otorgados ese año por la industria del cine nacional, entre los cuales está el que recibió la potente música de Revueltas. La partitura original de Revueltas estuvo dispersa durante varios años, hasta que en la década de 1960 el director de orquesta José Ives Limantour organizó la música de la película en una suite en cuatro movimientos, que es la forma en que se conoce y se difunde hasta nuestros días. Cabe destacar entre los puntos de interés de la música de La noche de los mayas la manera en que, en su primer movimiento, Revueltas establece el ambiente general de la película. Más adelante, el compositor duranguense ofrece uno de los pocos casos en que utilizó materiales folklóricos en su música, al citar la conocida melodía maya Kónex, kónex palexén. El explosivo movimiento final de La noche de los mayas incluye un deslumbrante y fogoso despliegue de percusiones.
Además de su omnipresente Huapango, este programa mexicano incluye otra pieza suya, Tierra de temporal, sin duda una de sus mejores y más atractivas composiciones. En el año de 1949 la Orquesta Sinfónica de México convocó a un concurso de composición para conmemorar el centenario de la muerte de Frédéric Chopin (1810-1849), y la obra triunfadora de ese concurso fue Tierra de temporal. Mal acostumbrados como estamos por la omnipresente sonoridad del Huapango (1941) del propio Moncayo, podríamos quizá imaginar que Tierra de temporal es una obra igualmente extrovertida y brillante. Sin embargo, no lo es. En esta partitura, Moncayo transita por caminos musicales que avalan lo dicho por el musicólogo sueco Dan Malmström en el sentido de que Tierra de temporal es mucho más nacionalista en su título que en su música. El 11 de agosto de 1953, en el Teatro Nacional Estudio de Bucarest (Rumania), se realizó el estreno mundial del ballet Zapata, coreografiado por Guillermo Arriaga (1926-2014), figura capital en la historia de la moderna danza de México. El argumento del ballet, escrito también por Arriaga, es una sobria, a veces desgarradora narración de temas importantes y dolorosos de nuestra historia, temas que a más de medio siglo de distancia siguen siendo una herida abierta en el alma de la nación. Para acompañar su ya legendaria coreografía, Arriaga eligió Tierra de temporal y, desde entonces, esta música y esta coreografía forman una unidad indisoluble en la historia moderna de la cultura de México.
El programa se redondea con un rico arreglo del pianista y compositor (asociado sobre todo al jazz) Héctor Infanzón a la romántica y sensual canción Acapulqueña, original de José Agustín Ramírez Altamirano (1903-1957), compositor y poeta nacido precisamente en Acapulco; y el conocido arreglo de Terig Tucci a La bamba, pieza que ocupa un lugar imborrable en nuestro imaginario colectivo, y cuyo origen es histórica y musicalmente complejo y contradictorio. Sin duda, la versión más difundida de La bamba es la de Ritchie Valens, versión que tuvo una sólida difusión en la interpretación de Los Lobos en la película titulada, precisamente, La bamba, dirigida en 1987 por Luis Valdéz.
Arr.Tucci
Blas Galindo (1910-1993) Sones de mariachi
Sones de mariachi
Al ir manejando por el notorio Eje Central de la desordenada geografía urbana de la capital mexicana, uno llega al llamado Primer Cuadro (o Centro Histórico) y pronto deja atrás la Torre Latinoamericana. Poco más adelante pasa junto al Palacio de Bellas Artes (llamado Teatro Blanquito por los bromistas) y casi de inmediato está el Teatro Blanquita. Es en esta zona donde a casi todos los capitalinos (y a no pocos turistas) nos ha ocurrido una experiencia singular. El pasar al volante de un automóvil frente a la famosa Plaza Garibaldi nos ha expuesto una y otra vez a ser abordados con vehemencia por unos extraños personajes vestidos con rústicos uniformes, que nos hacen toda clase de proposiciones, algunas más decorosas que otras. Entre las ofertas está, claro, la de pasar al Tenampa o al Plaza Santa Cecilia o a algún otro lugar de esos donde, además de escuchar música típica, podemos rociar las penas del día con tequila de diversa procedencia y muchas otras bebidas espirituosas de dudosa pureza y altísimo octanaje. (La birria y demás antojitos son extra, se entiende). Ante la insistencia de los personajes en cuestión sólo hay dos respuestas posibles: la primera consiste en detener el vehículo donde se pueda y aceptar la invitación (que acabará por costar bastante cara) o acelerar con rumbo al Paseo de la Reforma para dejar atrás la tentación. Esta es, al menos en la gran ciudad, la expresión más conocida de la actividad del mariachi, y mientras uno huye apresuradamente del lugar, se puede poner a considerar algunas cuestiones interesantes sobre esta peculiar expresión de la música vernácula mexicana.
De entrada, está la controversia sobre el nombre, en la que dos bandos se disputan la razón. En esta esquina, los que afirman que mariachi es una corrupción del término francés mariage, usado porque los mariachis solían tocar con especial frecuencia en las bodas de pueblo. En la otra esquina, quienes dicen que mariachi es una síntesis del nombre María, abundantísimo en las letras de los sones de mariachi, y el sufijo náhuatl chi, que es como un diminutivo. Dejemos, pues, que los dos bandos diriman su controversia a balazos, en el más puro estilo del mariachi bronco, para explorar otros asuntos, entre los cuales está el hecho de que el mariachi es el conjunto musical típico de la urbe mexicana en lo que se refiere a la interpretación de sones. En su forma original, el mariachi estaba compuesto por dos violines, vihuela o guitarra de golpe, jarana y arpa. (Si alguien ha visto recientemente un mariachi con tal dotación, favor de avisar de inmediato, antes de que desaparezca por completo.) En pleno siglo XX, la dotación del mariachi cambió y se sustituyó el arpa por el guitarrón, y hacia los 1930s se añadieron las dos trompetas que hoy son indispensables en cualquier mariachi que se respete. (Hay pocas cosas más tristes que escuchar un mariachi moderno con una sola trompeta.) Fue por esos años que la música de mariachi se hizo muy popular en las ciudades, sobre todo gracias al cine, la radio y los discos. Este tipo de conjunto musical, hoy día tan popular, nació en la región del estado de Jalisco situada al sur de la ciudad de Guadalajara, y aún es posible encontrar mariachis con la dotación original mencionada en las costas del estado de Michoacán.
Así que, si algún compositor estaba destinado a poner sones de mariachi en orquesta sinfónica, tenía que ser Blas Galindo, músico nacido en San Gabriel, Jalisco, y muy cercano a las músicas populares de su estado natal. Después de participar activamente en la revolución (o irse a la bola, como se decía entonces) cargando un fusil en una mano y una guitarra en la otra, Galindo regresó a su pueblo y al paso de los años se empapó de las cadencias y las melodías de los sones de su tierra. En 1940 Galindo compuso la que al correr del tiempo sería su obra más popular, Sones de mariachi, concibiéndola primero para una pequeña orquesta que incluía la vihuela, la guitarra y el guitarrón. Esta primera versión de los Sones de mariachi fue estrenada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en mayo de 1940, bajo la dirección de Carlos Chávez, con motivo de una exposición titulada Veinte siglos de arte mexicano. Así como José Pablo Moncayo utilizó tres huapangos (o sones jarochos) como materia prima de su Huapango orquestal, Galindo cimentó su partitura sobre tres conocidos sones de su tierra: El zopilote, Los cuatro reales y La negra. De éste último Galindo enfatizó, sobre todo, las brillantes intervenciones de las trompetas. Poco después del estreno de la versión original Galindo realizó la transcripción de la obra para orquesta sinfónica, que fue estrenada en México por Carlos Chávez al frente de la Orquesta Sinfónica de México, el 15 de agosto de 1941, en el marco de un programa dedicado por entero a la música mexicana.
Ahora sí, habiendo escapado del acoso de los modernos mariachis de la Plaza Garibaldi, y casi para llegar a Paseo de la Reforma, uno puede preguntarse, mientras espera el cambio de luz en el semáforo: ¿se volverá a tocar alguna vez la versión original de estos Sones de mariachi, con su dotación que se parece más al mariachi que la de muchos mariachis que andan sueltos por ahí?
Arturo Márquez (1950) Danzón No. 2
Danzón No. 2
Entre quienes conocen de música, existe un consenso en el sentido de que Arturo Márquez es el compositor mexicano más destacado de su generación. En su obra es posible detectar variedad, riqueza, y un oficio indiscutible, además de un lenguaje propio de evidente solidez, que son producto de una buena combinación de sus antecedentes musicales: el piano, el violín, el trombón, las bandas, el jazz, el rock, estudios con Gutiérrez Heras, Quintanar, Ibarra, Enríquez, perfeccionamiento en Francia, labores musicológicas. A todo esto puede añadirse que Márquez es un estudioso y conocedor de la música popular de México, cuya esencia ha sabido incorporar en sus obras sin caer en alusiones nacionalistas ni folklorizantes. Además, el compositor tiene merecida fama por su habilidad y oficio en las labores de arreglar, instrumentar y transcribir música.
La mejor forma de acercarse al Danzón No. 2 de Arturo Márquez es a través de un texto de su puño y letra, que dice así:
La idea de componer el Danzón No. 2 surgió en 1993 durante un viaje a Malinalco con el pintor Andrés Fonseca y la bailarina Irene Martínez, ambos expertos en bailes de salón y con una especial pasión por el danzón, la cual me transmitieron desde el principio y también en posteriores excursiones a Veracruz y al Salón Colonia en la colonia Obrera del Distrito Federal. A partir de estas experiencias empiezo a aprender sus ritmos, su forma, sus contornos melódicos a base de escuchar las viejas grabaciones de Acerina y su Danzonera, y dentro de mi fascinación capto que la aparente ligereza del danzón es sólo una carta de presentación para una música llena de sensualidad y rigor cualitativo que nuestros viejos mexicanos siguen viviendo con nostalgia y júbilo como escape hacia su mundo emocional, el cual afortunadamente aún podemos ver en el abrazo que se dan música y baile en Veracruz y en los salones de la ciudad de México. El Danzón No. 2 es un tributo a ese medio que lo nutre. Trata de acercarse lo más posible a la danza, a sus melodías nostálgicas, a sus ritmos montunos, y aun cuando profana su intimidad, su forma y su lenguaje armónico, es una manera personal de expresar mi respeto y emotividad hacia la verdadera música popular. El Danzón No. 2 fue compuesto gracias a un encargo de la Dirección de Actividades Musicales de la UNAM y está dedicado a mi hija Lily.
A este breve retrato de la obra hecho por su autor es posible añadir que, como en otras composiciones suyas, Márquez ha logrado en este Danzón No. 2 una sofisticada y al mismo tiempo sabrosa estilización de todo aquello que define al danzón, permitiendo al oyente una clara identificación de la raíz popular de esta pieza de concierto. Prueba de ello es la entusiasta reacción del público ante cada audición de la obra, cuyo estreno se llevó a cabo el 5 de marzo de 1994 en la Sala Nezahualcóyotl, con la Orquesta Filarmónica de la UNAM dirigida por Francisco Savín. A la fecha (verano de 2015), Arturo Márquez cuenta en su catálogo con ocho danzones para distintas dotaciones instrumentales: Danzón No. 1 para cinta magnetofónica (con saxofón opcional), 1992; Danzón No. 2 para orquesta, 1993; Danzón No. 3 para flauta, guitarra y pequeña orquesta, 1994; Danzón No. 4 para orquesta de cámara, 1996; Danzón No. 5, Portales de madrugada, 1997; Danzón No. 6, 2001; Danzón No. 7, 2001; y Danzón No. 8, Homenaje a Maurice, 2004. Para más señas, y para deleite de los aficionados a los danzones de Márquez, están todos grabados en un CD titulado Arturo Márquez: Ocho danzones. Y en el entendido de que el danzón es una de las expresiones más sabrosas, arraigadas y difundidas de la música popular de América Latina, bien vale la pena hacer algunas observaciones a su respecto, a saber:
Una buena definición práctica del danzón, extraída de una enciclopedia especializada, dice así:
Danzón. Baile formal de salón por parejas, en forma de rondó, derivado de la tradición de la contradanza y la habanera del siglo XIX. El danzón cubano se ha desarrollado dentro de la tradición urbana popular con influencias africanas cada vez más presentes. Entre ellas se encuentra el uso generalizado de los patrones simétricos del cinquillo y el tresillo, desfasados rítmicamente para crear complejos ritmos cruzados. Estructuralmente, el danzón consiste en una serie de alternancias* entre versos, estribillos y solos instrumentales. Nótese que lo que esta enciclopedia llama baile formal de salón, en México se conoce popularmente como baile fino de salón.
Otra definición, obtenida en una enciclopedia menos especializada, dice esto:
Danzón. Baile cubano que es una variedad de la antigua contradanza habanera. Uno de los más célebres autores de esta clase de bailes fue el compositor Manuel Saumell y Robredo, que escribió, entre otros, los que llevan por título Los ojos de Pepa y Sopla que quema. El lector perspicaz adivinará de inmediato que esta definición viene de una enciclopedia española.
De entre los numerosos danzoneros surgidos de la cuenca del Caribe, ninguno más entrañable y popular que el desaparecido Acerina, negro timbalero de ritmo infalible y cadencioso. Poca gente sabe que el verdadero nombre de Acerina era Consejo Valiente Robert.
Por razones que sería interesante explorar a fondo, el danzón es uno de los géneros populares que con más frecuencia ha sido combinado con temas de la música de concierto. Se recomienda la audición de algunos danzones basados en músicas de Gioachino Rossini (1792-1868), Franz Schubert (1797-1828), Giuseppe Verdi (1813-1901), Claude Debussy (1862-1918), que son una verdadera delicia. En la vertiente simétrica a esto se encuentra el sabroso Danzón cubano de Aaron Copland (1900-1990), compuesto en 1942 y orquestado en 1944.
José Pablo Moncayo (1912-1958) Huapango
Huapango
Según la fuente que uno consulte, huapango es una corrupción de la palabra fandango, o un término proveniente de la lengua náhuatl que quiere decir "lugar donde se coloca la madera", o sea, la tarima para el baile, o es una contracción de las palabras Huasteca y Pango, siendo éste el nombre alternativo del río Pánuco, o es el equivalente del llamado son jarocho, o un aire popular en décimas rimadas, o un tipo de canción popular mexicana que existe en dos variedades, el huapango jarocho y el huapango ranchero. En realidad, y aunque el asunto parezca muy complejo, todas estas definiciones tienen algo de útil para acercarnos a la esencia del huapango. Y este acercamiento no deja de ser interesante, necesario quizá, si consideramos que el Huapango de José Pablo Moncayo (1912-1958) es la obra musical más notoria de México. Para esta espléndida, brillante, siempre luminosa obra orquestal, Moncayo elaboró y transformó los temas de tres huapangos alvaradeños, citados en una nota por el musicólogo Otto Mayer-Serra: El Siquisirí, El Balajú y El Gavilancito. Ante la posibilidad (también fascinante) de escuchar estos sones en sus versiones originales, uno puede darse cuenta de que Moncayo hizo mucho más que citar textualmente los huapangos. De hecho, su trabajo de elaboración es muy rico y variado, y el detalle más claro de su apego a la forma original del son jarocho está presente en la sección final de la obra, cuando la trompeta y el trombón dialogan retadoramente, cual si fueran dos copleros alvaradeños. La diferencia fundamental es que la trompeta y el trombón, en vez de intercambiar sutiles insultos y otras cuestiones de doble y hasta triple sentido, intercambian brillantes frases musicales. Por cierto: además de los tres sones citados por Mayer-Serra, es posible detectar en el Huapango de Moncayo la presencia fugaz de fragmentos de algunos otros, en particular El pájaro cu.
Para volver al huapango como forma musical popular, cabe la aclaración de que, en su forma típica a la usanza veracruzana, suele acompañarse por lo general con requinto, arpa, guitarra y, en ocasiones, violín y jarana. Una audición atenta del Huapango de Moncayo nos permitirá descubrir que el compositor tapatío logró, con particular elegancia y efectividad, transportar a la orquesta algunos de los sonidos del conjunto instrumental típico del huapango. A este respecto cabe mencionar, por ejemplo, el interludio protagonizado por el arpa hacia la mitad de la obra, o los episodios en los que los violines acompañan como pequeñas jaranas, rasgueados y no frotados. Blas Galindo (1910-1993), colega y coterráneo de Moncayo, decía esto sobre el compositor y su Huapango:
Moncayo no es un compositor nacionalista. El Huapango*, su obra más divulgada, constituye un caso aislado en su producción. Trátase, en rigor, de un arreglo brillante y afortunado de sones veracruzanos. En sus restantes obras, que no son de procedencia folklórica, se advierten, sin embargo, ciertos elementos mexicanos, los cuales imprimen un carácter peculiar a la música de este autor. Es, sin duda, un mexicanismo elevado a una categoría universal. Moncayo maneja los recursos del arte de orquestar con seguridad de maestro. *
La inmensa (y bien merecida) fama y popularidad de que goza el Huapango de Moncayo puede verse como un fenómeno que tiene aspectos positivos y facetas negativas. Un breve inventario al respecto puede contener, entre otras, estas observaciones:
1.- El impacto enorme del Huapango en nuestro medio musical, tanto en el ámbito de su ejecución frecuente como en el de la percepción del público, ha ocasionado que el resto de la producción de Moncayo (muy estimable, por cierto) haya sido relegada a un olvido inmerecido. Entre los miles de melómanos que no pierden oportunidad de escuchar el Huapango una y otra vez, ¿cuántos conocen Bosques, Cumbres, Tierra de temporal, las Tres piezas para orquesta, la Sinfonía o la Sinfonietta, para mencionar únicamente el rubro de su música orquestal?
2.- Con cierta justificación, el Huapango de Moncayo ha sido transcrito, arreglado y transformado en numerosas ocasiones, convirtiéndose en una pieza que aparece con ubicuidad bajo múltiples disfraces sonoros. Si por una parte ello ayuda a la mayor difusión de esta luminosa obra cuando se carece de una orquesta sinfónica, lo cierto es que algunas de esas versiones le hacen más daño que bien a la partitura del compositor jalisciense. Una buena transcripción para acordeón, por ejemplo, resulta más coherente y satisfactoria que un mal intento de arreglar el Huapango para cuarteto de guitarras amplificadas y gran órgano.
3.- Muchos melómanos suponen que el Huapango de Moncayo, especie de segundo himno nacional mexicano, debiera ser materia perfectamente conocida para nuestros músicos. Por desgracia, suele ocurrir lo contrario, y no es infrecuente enfrentarse a malas ejecuciones de esta obra, causadas por aproximaciones rutinarias y descuidadas por parte de orquestas y directores que creyendo que conocen el material a la perfección lo interpretan con desgano y soberbia singulares.
4.- Una de las consecuencias más negativas de la gran popularidad del Huapango está en el hecho de que casi inmediatamente después de su estreno, esta rica obra comenzó a ser usada (y abusada) como fondo musical para toda clase de propaganda oficialista y gubernamental, así como en numerosos productos audiovisuales comerciales, promocionales y turísticos de intención "nacional" o "mexicanista", con el consiguiente efecto de "abaratamiento por hartazgo". Debiera quedar prohibido por ley volver a utilizar el Huapango para musicalizar películas, documentales, comerciales y similares, en el entendido de que el abuso perjudica la salud... de la partitura.
El Huapango, noble obra que ha resistido todos estos abusos y vejaciones a lo largo del tiempo, se estrenó el 15 de agosto de 1941, con la Orquesta Sinfónica de México dirigida por Carlos Chávez. Pocos son los melómanos que saben, por cierto, que diez años antes, en 1931, el compositor mexicano José Pomar (1880-1961) escribió su propio Huapango para orquesta, obra por demás muy interesante.
Eduardo Álvarez

Director(a)
Acordeonista, violinista y director de orquesta. Es en la actualidad uno de los directores de orquesta mexicanos más destacados de su generación. Su vida musical inicia en 1965 cuando ingresa a la ahora Facultad de Música de la UNAM, en México, donde estudió la carrera de Acordeonista Concertista, en 1971 ingresa al Conservatorio Nacional de Música donde estudió las carreras de Violinista Concertista con Roberto Vaska y Dirección Orquestal con Francisco Savín+ y Efrem Kurtz. En 1982 continúa sus estudios de dirección orquestal en la Accademia Chigiana en Siena, Italia, en donde estudió bajo la tutela del Maestro Franco Ferrara.Gracias a su gran desempeño musical fue concertino de la Orquesta Sinfónica del Conservatorio y de la Orquesta de Cámara, primer violín del Cuarteto de Cuerdas del Conservatorio.
Desde los 20 años de edad fundó y colaboró en la fundación de diversas agrupaciones como: Sociedad Coral del Conservatorio, coro “Axis Mundi”, Orquesta de Cámara del CENETI, Orquesta de Cámara del Conjunto Cultural Ollin Yoliztli, la “Academia de Música del Palacio de Minería”, la Orquesta Sinfónica de Minería en donde fungió como violinista, sub director musical y gerente general, a invitación expresa del Mtro. Jorge Velazco.
En 1980 es invitado a formar parte de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México como asistente de los segundos violines, en donde trabaja con grandes directores y solistas como Leonard Bernstein, Efrem Kurtz, Isaac Karabachevsky, Emil Tchajarov, Ruggiero Ricci, Isaac Stern y Henry Szeryng.
En 1987 funda la Sociedad Filarmónica de Conciertos, primera orquesta en la historia de México en ser patrocinada exclusivamente por la iniciativa privada, grabando más discos que cualquier otra orquesta y siendo la pionera en grabación digital en Latinoamérica.
Como catedrático fue maestro de violín en la Escuela de Iniciación y en la Escuela de Perfeccionamiento, ambas pertenecientes al Conjunto Cultural Ollin Yoliztli (CCOY), también fue maestro de violín en la Escuela de Música de la Universidad Americana de Acapulco y Escuela Estatal de Música Margarito Damián Vargas, actualmente es catedrático del Conservatorio Nacional de Música, la máxima casa de estudios musicales en México impartiendo la Maestría en Dirección Orquestal y Coral en Interpretación Mexicana que por vez primera en la historia del conservatorio se integra a sus planes de estudio y en este año logró reincorporar la Licenciatura en Dirección Orquestal.
En 1994 el Gobierno de la Ciudad de México lo premian con la Medalla al Mérito por su sobresaliente labor en la educación musical de la juventud mexicana. En 1997 en conjunto con el Mtro. Fernando Lozano fundaron la Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. En 1998 es invitado por el Gobernador del Estado de Guerrero, para fundar la Orquesta Filarmónica de Acapulco y la Escuela Estatal de Música “Margarito Damián Vargas”. En 2004 por su ardua labor al frente de la Orquesta fue galardonado con el Premio civil Cultura y Artes “Ignacio Manuel Altamirano” , la más alta condecoración que el Estado otorga.En el 2019 recibe la presea"Gaviota Maricela Lara" en los Premios Internacionales Gaviota A.C. Ese mismo año es distinguido como uno de los "30 mejores Profesionales del Año” por Musical America Worldwide. En 2023 es reconocido por el Gobierno del Estado como “Director Emérito”, por ser uno de los directores mexicanos que se ha mantenido al frente de una institución por más de 20 años.
El Maestro Álvarez ha colaborado como instrumentista y director con más de 70 Orquestas en el mundo, siendo director huésped en numerosas ocasiones de distintas orquestas y se ha presentado en diversos escenarios y prestigiosas salas de concierto a nivel mundial así como innumerables artistas han colaborado bajo su batuta. Dentro de sus presentaciones más emblemáticas se encuentran: gira por Europa con el espectacular show de Ópera “Viva Verdi”, gira internacional en Israel con la Sinfónica de Haifa y en Italia con la Orquesta Sinfónica de Roma, en Portugal se presentó con la Orquesta Clásica del Sur, para conmemorar el 150 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas México-Portugal, con la OSUAEH y la OFA, presentó dos magnos conciertos juntando a sus 2 orquestas a cargo con más de 170 músicos en escena, teniendo como solista al armonicista italiano Gianluca Littera.
Su discografía incluye grabaciones con la Sociedad Filarmónica de Conciertos, Filarmónica de la Ciudad de México y Filarmónica de Acapulco. Realizó más de 35 álbumes, todos ellos digitales, que incluyen Música Sinfónica, Música Coral y repertorio Folklórico de toda la República Mexicana.
Actualmente con más de 40 años de carrera musical, continúa su valiosa labor al frente ahora de la Orquesta del Conservatorio Nacional de Música; esto sin dejar de atender las continuas invitaciones que recibe para dirigir diversas instituciones sinfónicas en México y en el extranjero.
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