Mester: Prokofiev, 5a

Esta página documenta un concierto pasado.

Ilustración sobre el concierto

Ernst von (Ernö) Dohnányi
Minutos sinfónicos (13')

Jules Massenet
Suite Le Cid (17')

INTERMEDIO

Sergei Prokofiev
Sinfonía No. 5 (46')

Jorge Mester, director huésped

Jorge Mester
Director(a)
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Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México - Un momento en el ensayo - Prokofiev. Sinfonía n° 5

Sobre el Maestro Jorge Mester.

por Juan Arturo Brennan

Ernö Dohnányi (1877-1960)

Minutos sinfónicos, Op. 36
Capricho
Rapsodia
Scherzo
Tema con variaciones
Rondó

La consulta de diversos textos biográficos y analíticos sobre Ernö Dohnányi permite concluir que fue un personaje de gran importancia en el desarrollo de la cultura musical de Hungría. De hecho, Dohnányi es considerado como el músico húngaro más importante después de Franz Liszt (1811-1886), superior incluso a Béla Bartók (1881-1045). ¿Cuál es la razón, entonces, de que su persona sea prácticamente desconocida fuera de su país natal, y su música sea interpretada con escasa frecuencia? Misterio total.

Antes de convertirse en un compositor de prestigio, Dohnányi llegó a ser considerado como el más grande pianista de su tiempo. Entre otras hazañas, interpretó en Hungría toda la obra pianística de Beethoven en 1920, así como los 27 conciertos para piano de Mozart en 1941. Su fama como ejecutante lo llevó a recibir numerosas invitaciones a los más importantes centros musicales de la época, y sus labores como pianista fueron combinadas con una intensa actividad como director de orquesta. En este ámbito, Dohnányi revolucionó el medio musical húngaro, programando y dirigiendo conciertos en los que rescató obras maestras olvidadas y programó la mejor música de sus contemporáneos; en el proceso, y a expensas de sus propias composiciones, Dohnányi elevó notablemente el nivel del público melómano de Hungría. Fue condiscípulo de Bela Bartók, alumno de Eugene d’Albert, protegido de Johannes Brahms (1833-1897) y amigo de Joseph Joachim. En el campo de la enseñanza y la difusión, también realizó una intensa actividad: fue maestro y director de la Academia de Budapest y durante varios años dirigió la radio húngara. Entre sus alumnos más notables se encuentran prestigiosos músicos como Annie Fischer, Géza Anda y Georg Solti. A lo largo de su productiva carrera, Dohnányi fue reconocido también como un músico de memoria infalible, con una enorme capacidad de lectura de partituras a primera vista y singulares dotes de improvisación. A pesar de sus numerosas contribuciones al desarrollo de la cultura musical en Hungría, Dohnányi se vio continuamente obstaculizado y atacado desde diversos frentes, más políticos que artísticos o estéticos. Esto bien pudo deberse a su espíritu independiente y a su incuestionable rectitud ética y estética, aunque también tuvo mucho que ver con los numerosos cambios de orientación política del gobierno de Hungría. El hecho de que Dohnányi fuera básicamente apolítico contribuyó a que fuera el blanco de ataques tanto de la derecha como de la izquierda. Esa actitud apolítica no le impidió, sin embargo, oponerse con energía al surgimiento y avance de la ideología nazi en Hungría, así como tampoco le impidió proteger generosamente a los músicos judíos que tocaban en su orquesta. La enorme influencia que tuvo en la vida musical de Hungría en los años anteriores a la guerra ocasionó en 1945 una feroz reacción en su contra, y Dohnányi se vio obligado a abandonar el país en 1948, estableciéndose primero en Argentina y más tarde, en forma definitiva, en los Estados Unidos. Su música fue prohibida en su país natal durante un largo período, y no fue sino hasta la década de los 1970s cuando comenzó una revaloración de su trabajo creativo.

Como compositor, Ernst von Dohnányi fue un creador particularmente consistente, destacando sobre todo en los ámbitos de la música orquestal y la música de cámara. Al mismo tiempo que desarrolló un lenguaje propio, Dohnányi supo combinar el clasicismo formal de Brahms con algunas de las propuestas más avanzadas de su compatriota Liszt. La producción orquestal de Dohnányi incluye obras concertantes para piano, violín, violoncello y arpa, dos sinfonías, dos suites, una obertura, una rapsodia y otras piezas. En su música sinfónica es posible hallar un agudo sentido de la forma, una sólida instrumentación y una rica componente armónica. En 1933, Dohnányi compuso los Minutos sinfónicos, Op. 36, obra en cinco movimientos que presenta una elegante simetría formal y expresiva, ya que los movimientos primero, tercero y quinto son semejantes, mientras que el segundo y el cuarto presentan a su vez claras analogías entre sí. El Capricho es un movimiento vivo e incisivo, caracterizado por un ondulante acompañamiento. La Rapsodia es una pieza evocativa, de cualidades casi impresionistas, ataviada con atractivos colores orquestales. El Scherzo está concebido bajo las características tradicionales de la forma, y su espíritu es muy parecido al del Capricho. El Tema con variaciones es de carácter plácido, casi bucólico, y por momentos muestra la influencia de Brahms en la música de Dohnányi. A propósito de variaciones, cabe recordar aquí que la obra más famosa de Dohnányi es la serie de Variaciones sobre una canción de cuna Op. 25 para piano y orquesta, de 1913. El Rondó final es una pieza de gran energía, sustentada en un impulso motor inextinguible y sólido. A lo largo de las cinco partes de la obra es posible detectar sonoridades que provienen indudablemente de la música tradicional centroeuropea.

Cabe recordar que en ocasiones se menciona a este buen músico húngaro con la versión alemana de su nombre, Ernst von Dohnányi.

Jules Massenet (1842-1912)

Suite del ballet de la ópera El Cid
Castellana
Andaluza
Aragonesa
Alborada
Catalana
Madrileña
Navarra

El Cid no es sólo uno de los grandes personajes de la literatura de todos los tiempos, sino también una figura mítica indispensable en la cultura, la conciencia y la identidad de España. Luis Guarner, catedrático de literatura y autor de una estupenda edición bilingüe del Cantar de Mío Cid, apunta lo siguiente:

De cuantos mitos aportó el genio de nuestra literatura a la universal, es, sin duda, el del Cid el más trascendente ya que, esta vez, el héroe no es tan sólo un ente de ficción, sino la misma sublimación de nuestra realidad histórica, de la que asciende para convertirse en la figura representativa de todo un pueblo.

En efecto, el Cid es figura indispensable de la mitología española, y el Cantar de Mío Cid es uno de los textos fundamentales de la lengua castellana, la de antes y la de ahora. Porque a eso se refiere el carácter bilingüe de la edición realizada por Luis Guarner: ofrece al lector el texto original en castellano medieval y, a la vez, en una sobria adaptación al castellano moderno. El Cantar del Mío Cid cuenta, en el mejor estilo épico, las aventuras y desventuras de Don Rodrigo Díaz de Vivar, mejor conocido como el Cid Campeador. Reyes, príncipes, nobles, vasallos, damas, guerreros árabes, forman el reparto de este fascinante texto cuya lectura permite comprender por qué la figura del Cid es tan cara al espíritu español: por ser el símbolo de una de las gestas fundamentales de la historia de España, la Reconquista. En el Cid Campeador, todo español ve lo mejor de las heroicas, agotadoras jornadas a través de las cuales España fue rescatada de manos de los árabes y vuelta a manos hispanas. Era de esperarse que una figura de tal relevancia mítica e histórica se convirtiera en inspiración de obras de arte de todo tipo. Los músicos, en particular, abordaron la figura de Don Rodrigo para aproximarse a ella desde diversos puntos de vista. Es preciso recordar en este sentido que en el Cantar de Mío Cid está siempre muy presente la figura de Doña Jimena, su mujer, presencia que ha dado lugar a algunas aproximaciones al tema más románticas que lo estrictamente indispensable. Tal es el caso de la ópera El Cid del compositor francés Jules Massenet. De nuevo, se trata de un compositor francés intentado recrear el mundo español en una obra suya.

La ópera de Massenet está construida en cuatro actos y diez cuadros, sobre un libreto de Adolphe d’Ennery, Louis Gallet y Edouard Blau. A su vez, estos tres caballeros basaron su libreto en el drama titulado El Cid escrito por Pierre Corneille hacia 1637. Es interesante recordar que Corneille escribió esta obra bajo el mecenazgo del notorio cardenal Richelieu y que la puesta en escena de El Cid causó un cierto revuelo, en parte por la novedad de su estructura dramática y en parte porque Corneille exigió una mayor participación en las ganancias generadas por su obra. Incluso, la polémica debió ser aclarada con la publicación de un texto titulado Sentimientos de la academia Francesa sobre El Cid.

En el libreto de d’Ennery, Gallet y Blau se narra la historia de Don Rodrigo quien, para lavar una afrenta en contra de su padre, mata a Don Gormas, padre de su prometida Jimena. Ella pide al rey que castigue a Don Rodrigo y vengue la muerte de su padre, pero como Rodrigo debe partir a luchar contra los moros, el castigo es pospuesto. Rodrigo vuelve victorioso y es aclamado como El Cid. Entonces, el rey debe hacer justicia por la muerte de Don Gormas, y pide a Jimena que ella misma dicte la sentencia. Conmovida, Jimena perdona a Rodrigo; él, sin embargo, tiene aún sentimientos de culpa y trata de quitarse la vida. Jimena lo impide y, al fin, surge el amor entre ellos. El Cid fue estrenada en la Ópera de París el 30 de noviembre de 1885, y desde entonces se ha dicho que Massenet había caído bajo el influjo de Giuseppe Verdi (1813-1901) al escribir esta ópera. El siempre interesante Diccionario Oxford de la Ópera informa que fueron escritas varias otras óperas en las que El Cid es el personaje central. ¿Sus autores? Stuck, Leo, Sacchini, Piccini, Bianchi, Paisiello, Roesler, Farinelli, Aiblinger, Savi, Paccini, Neeb, Cornelius, Boehme. ¿Reconoce usted, lector, a algún compositor español en esta lista? Seguramente no, porque no los hay, y ello no deja de ser extraño. Si se considera quiénes son los compositores enumerados, es claro que todas esas óperas escritas sobre la figura de El Cid son meras curiosidades históricas de mediana calidad y escaso interés. Esto pudo haber cambiado cuando, en 1890, Claude Debussy (1862-1918) abordó la composición de una ópera titulada Rodrigo y Jimena. La obra, por desgracia, quedó inconclusa, de manera que estrictamente no existe todavía una gran ópera sobre Don Rodrigo Díaz de Vivar, Mío Cid.

En cuanto a Massenet, no pudo sustraerse a la añeja costumbre de incluir música de ballet en una ópera, y en El Cid lo hizo a partir de lo que pudieran llamarse piezas características, intentando plasmar en una serie de danzas algunos de los sabores sonoros regionales de España: Castellana, Andaluza, Aragonesa, Navarra, Catalana, Madrileña...

¿Qué tan española resultó finalmente la música francesa que Massenet compuso para El Cid? Tan española, o no, como la creada por Georges Bizet (1838-1875) en Carmen, o la de la rapsodia España de Emmanuel Chabrier (1841-1894), o la de la Rapsodia española de Maurice Ravel (1875-1937), etc. etc. De última hora: Cid es una palabra de origen árabe que quiere decir señor. Es decir, que fueron los mismos árabes, sus acérrimos enemigos, quienes honraron el valor y la gallardía de Don Rodrigo Díaz de Vivar, en un gesto de indudable nobleza.

Sergei Prokofiev (1891-1953)

Sinfonía No. 5 en si bemol mayor, Op. 100
Andante
Allegro marcato
Adagio
Allegro giocoso

En el año de 1945, Sergei Prokofiev declaró lo siguiente:

Considero mi Quinta sinfonía como la culminación de un largo período de mi vida creativa. La concebí como una sinfonía sobre la grandeza del espíritu humano. Además, esta obra es de particular importancia para mí, porque marcó mi regreso a la forma sinfónica después de un largo intervalo.

En efecto, el cuadro cronológico de las sinfonías de Prokofiev nos muestra una larga pausa después de la Cuarta sinfonía:

  • Sinfonía No. 1 1916-1917
  • Sinfonía No. 2 1924
  • Sinfonía No. 3 1928
  • Sinfonía No. 4 1929-1930
  • Sinfonía No. 5 1944
  • Sinfonía No. 6 1947
  • Sinfonía No. 7 1951-1952

El hecho de que hayan pasado casi quince años entre la Cuarta sinfonía y la Quinta no implica que hayan sido años improductivos para el compositor. Por el contrario, en ese período surgieron algunas obras de importancia que, ciertamente, habría de influir en la escritura de la Quinta sinfonía, considerada por muchos críticos como la mejor de las obras sinfónicas de Prokofiev. Entre las obras compuestas por Prokofiev en ese largo intervalo pueden mencionarse su partitura para el filme El teniente Kijé, Pedro y el lobo, los conciertos para piano números 4 y 5, el Concierto para violoncello, el ballet Romeo y Julieta y la ópera La guerra y la paz. Especial mención merece en este período la cantata Alexander Nevski, construida por el compositor a partir de la música escrita para el filme homónimo de Sergei Eisenstein, y que es sin duda una de sus mejores partituras. Así, la Quinta sinfonía representó para Prokofiev no sólo la vuelta a la forma sinfónica sino también, de alguna manera, la vuelta a su patria.

En 1918, con permiso de las autoridades, Prokofiev dejó Rusia y en 1920 se estableció en Francia para una larga temporada. En 1927 regresó a Rusia brevemente en una gira de conciertos y fue bien recibido. De regreso en París, continuó su asociación cercana con el empresario Serge Diaghilev, para quien compuso algunas partituras importantes de música para la escena. En 1934 el compositor regresó definitivamente a su tierra natal y tuvo que pasar por un breve período de adaptación debido a las enormes diferencias que había entre el mundo musical soviético y el ambiente de Europa Occidental. Entre su partida y su regreso, la Rusia de Prokofiev se había convertido en la Unión Soviética y, como tantos otros compositores, tuvo que pagar tributo a la historia y a los héroes. Con Alexander Nevski, Prokofiev estaba seguro de haber cumplido con el estado soviético, de modo que pudo enfocar sus energías a la composición de música pura. Así, la Quinta fue la primera de sus sinfonías escritas como ciudadano soviético. Prokofiev compuso la obra en el verano de 1944, durante un período en que Moscú había sido evacuada a causa de la guerra. Buena parte de la sinfonía fue escrita en Ivanovno, y la obra fue estrenada unos meses después de ser terminada, en Moscú. Dicen las crónicas que poco antes del inicio del concierto en el que se estrenó la obra, se recibieron noticias de la gran victoria del ejército soviético en el río Vístula. Sobre este asunto, Israel Nestyev, biógrafo de Prokofiev, escribió lo siguiente:

Los primeros compases de la sinfonía se escucharon contra el tonante fondo de una salva de artillería. La emotiva música de Prokofiev iba plenamente con el ánimo del público. Los críticos señalaron esto en sus laudatorias reseñas sobre la nueva obra. Dmitri Kabalevski, elogiando la sinfonía como la expresión del valor del hombre, su energía y su grandeza de espíritu, también hizo notar su profundo carácter nacional.

Si bien es probable que Prokofiev haya querido infundir en su Quinta sinfonía algo de orgullo nacional, sería difícil hablar de esta obra como una sinfonía nacionalista. A pesar de que Prokofiev no dudaba en emplear temas rusos en algunas de sus composiciones, su pensamiento musical no era estrictamente nacionalista, y su estilo y su lenguaje musical estaban muy lejanos de las enseñanzas y la herencia del Grupo de Los Cinco, mensajeros supremos del nacionalismo musical en Rusia. Sin embargo, escrita y estrenada bajo el estruendo de la guerra, la Quinta sinfonía de Prokofiev dejó, desde el día de su estreno, un sabor nacional que conserva hasta nuestros días. Para esta sinfonía el compositor utilizó una gran orquesta con piano, arpa, una nutrida sección de percusiones, maderas a tres con un clarinete extra, cuatro cornos, tres trompetas, tres trombones, tuba y cuerdas. La Quinta sinfonía de Sergei Prokofiev fue estrenada en Moscú el 13 de enero de 1945 bajo la batuta del compositor, en la que habría de ser su última aparición como director de orquesta.

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