Juan Arturo Brennan
Una mirada atenta (y con la indispensable lupa) a un mapa de Europa Central permite descubrir, en los 48.12 grados de latitud norte y los 17.43 grados de longitud este, el pequeño poblado de Galánta. Una rápida exploración a los alrededores indica de inmediato que Galánta está situada en lo que hoy es Eslovaquia, hasta hace algunos años parte de lo que fue Checoslovaquia. Si uno trata de calcular distancias aproximadas con la escala que acompaña al mapa, puede deducir que Galánta está situada a unos sesenta kilómetros de Bratislava y a cerca de cien kilómetros de Viena. Y a poco más de ciento cincuenta kilómetros al sureste de Galánta se encuentra Budapest, hoy capital de Hungría, que durante el siglo XIX fue el foco más importante de la nacionalidad magyar al interior del vasto imperio austrohúngaro. Todo este preámbulo geográfico sirve como mero recordatorio de lo complicado que era durante el siglo XIX el asunto de las nacionalidades y las culturas en el centro de Europa. El asunto se aclaró un poco hacia la segunda mitad del siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial, pero la relativa y engañosa tranquilidad duró poco, y hacia el fin del siglo XX la región volvió a ser presa del desorden étnico, político, geográfico y religioso. Tiempo atrás, sin embargo, algunos hombres de bien, creadores musicales de importancia, borraron simbólicamente tales fronteras y se dedicaron generosamente a estudiar las tradiciones musicales vernáculas del centro de Europa, sin importarles que fueran húngaras, rumanas, transilvanas o eslovacas. Los más importantes de estos sagaces sabuesos musicales fueron sin duda Zoltán Kodály y su compatriota Béla Bartók (1881-1945). En muchas de las obras de estos dos ilustres músicos húngaros están presentes con claridad esas raíces sonoras, buscadas, catalogadas, conservadas y difundidas por ellos con una tenacidad digna de aplauso y reconocimiento.
Zoltán Kodály nació en un pueblo llamado Kecskemét, en el que solo permaneció un año, debido a la constante movilidad de su familia. Esta movilidad tuvo su origen en el ferrocarril: Frigyes Kodály, el padre de Zoltán, trabajó durante muchos años como jefe de estación para la empresa ferroviaria estatal de Hungría. Así, tuvo que mudarse varias veces con su familia al ser nombrado encargado de distintas estaciones en la campiña húngara. En 1883 y 1884, Frigyes Kodály fue jefe de estación en Szob; entre 1885 y 1892, la familia vivió en Galánta; y de 1892 a 1910, en el pueblo de Nagyszombat. El resto es fácil de deducir: las Danzas de Galánta (1933) de Zoltán Kodály representan un estilizado recuerdo de la música que escuchó durante los siete años que vivió ahí con su familia. No deja de ser interesante, sin embargo, el hecho de que Kodály vivió en Galánta de los tres a los diez años de edad, y compuso las Danzas de Galánta cuando era ya un hombre maduro de cincuenta y un años. Se puede decir, sin exagerar, que las Danzas de Galánta representan, además un interesante eslabón entre dos orquestas. En esta serie de danzas, Kodály recordó no solo la música de Galánta, sino específicamente la música que hacía la orquesta gitana del pueblo. Y la obra le fue encargada para celebrar el 80 aniversario de la Sociedad Filarmónica de Budapest.
Las cinco Danzas de Galánta se ejecutan sin interrupción, de modo que la obra da la impresión de ser una larga danza con cambios de tempo y ritmo. De hecho, algunos musicólogos han afirmado que en realidad estas danzas conforman un poema sinfónico en forma de rondó. La primera danza inicia con una melodía en cuerdas al unísono, que de inmediato es armonizada y retomada por otros instrumentos, solos o en grupo. Los materiales melódicos de esta danza lenta y dramática tienen el sabor inconfundible de Europa Central, en particular en los momentos en que el clarinete se convierte en protagonista del discurso musical; he aquí uno de los momentos en que la reminiscencia de la banda de músicos gitanos es más clara. La segunda danza comienza en un tempo un poco más vivo y es la flauta la primera protagonista. Hay algo de oriental en los contornos melódicos y armónicos de esta danza, que se combinan de maneras inesperadas con los perfiles centroeuropeos de la música. Es posible hallar aquí alguna sutil reminiscencia del material que Kodály utiliza en el Intermezzo de su suite Háry János (1926). La tercera danza, de corte claramente pastoral, se inicia con oboe y clarinete, con el luminoso acompañamiento de triángulo y glockenspiel, al que más tarde su une el sonido del flautín. Las interjecciones del resto de la orquesta son, por contraste, fuertes y poderosas. Viene después una danza rápida en la que Kodály ofrece una escritura especialmente virtuosística para toda la orquesta. Esta danza tiene una parte más lenta, con algo de humorístico, en la que hay algunos solos a cargo de los instrumentos de aliento, después de los cuales la pieza se funde imperceptiblemente con la última danza, la más rápida y viva de la serie. De nuevo, se percibe aquí un perfil melódico típicamente centroeuropeo, marcado por sabrosos acentos que casi permiten imaginar a los participantes en la danza pueblerina. Una pausa inesperada da lugar a un breve episodio lírico a cargo de la flauta, el oboe y el clarinete en sucesivas intervenciones melódicas; después del solo de clarinete, la orquesta entera retoma la vibrante danza, que continúa así hasta el enérgico final.
Para más señas: la referencia principal de Kodály en las Danzas de Galánta es un tipo de música húngara del siglo XVIII asociada con la danza llamada verbunkos, y que tiene un curioso origen: el verbunkos era utilizado por los húsares en una complicada y estilizada ceremonia de reclutamiento de soldados durante las guerras imperiales. El propio Kodály afirmó que consideraba sus Danzas de Galánta como una secuela de las Danzas de Marosszék, escritas originalmente para piano en 1927, y más tarde orquestadas por el compositor. Las Danzas de Galánta fueron estrenadas en Budapest el 23 de octubre de 1933.