Juan Arturo Brennan
Hacia el siglo I de nuestra era, los romanos establecieron el castillo de Lentia a orillas del río Danubio. En la Edad media, esta fortificación ya se había convertido en un pequeño poblado con importantes funciones comerciales. Al paso del tiempo, Lentia se convirtió en Linz, capital provincial de la Alta Austria, importante centro cultural y artístico desde el siglo XVIII. Situada a unos 160 kilómetros al oeste de Viena, la ciudad de Linz es un punto importante en el trayecto entre los mares Báltico y Adriático; de hecho, la ferrovía principal entre ambos pasa directamente por Linz. Desde 1785, Linz es sede de un obispado y en la ciudad pueden hallarse escuelas de arte y música, un seminario religioso, institutos científicos, museos, galerías de arte, teatros y una buena casa de ópera. Además, Linz es rica en edificios históricos, algunos de los cuales datan del siglo VIII. Uno de los principales atractivos de esta ciudad es el cordón de torres con el que Linz fue fortificada por el archiduque Maximiliano de Este durante el siglo XIX. Desde la década de los 1930s, Linz se ha convertido en un importante centro industrial con fundiciones, fábricas de acero, empresas eléctricas, consorcios textiles e industrias tabacaleras. A lo largo de la historia, Linz ha sido una ciudad hospitalaria, y entre sus huéspedes más ilustres es posible citar al astrónomo Johannes Kepler, el poeta Adalbert Stifter y el compositor Wolfgang Amadeus Mozart.
En junio de 1783 nació el primer hijo de Mozart y su esposa Constanza, al que llamaron Raimund Leopold. Un par de meses después, el 19 de agosto, el hijo estaba muerto; igual suerte habrían de correr otros tres hijos de Mozart antes de pasar la infancia. Dos meses después de esta tragedia, Mozart y su esposa dejaron Salzburgo para dirigirse a Linz, en un trayecto que los llevó por Vöcklabruck y Lambach. Los Mozart llegaron a Linz el 30 de octubre de 1783 y al día siguiente el compositor le escribió una carta a su padre:
Cuando llegamos a las puertas de Linz un sirviente nos esperaba para conducirnos a la casa del viejo conde Thun, donde nos hemos hospedado. No puedo decirte con cuánta amabilidad nos tratan en esta casa. El jueves 4 de noviembre voy a dar un concierto en el teatro, y como no traigo conmigo ninguna sinfonía, estoy hasta las orejas escribiendo una nueva, que debe estar lista para entonces.
¿Por qué la prisa? Resulta que el conde Thun era suegro de uno de los alumnos que Mozart tenía en Viena, y al ofrecer su hospitalidad al compositor y su esposa el noble caballero aprovechó para solicitar una sinfonía que debía estrenarse en un concierto privado en la fecha señalada. Y en efecto, Mozart terminó la sinfonía la víspera del estreno, dando muestras, una vez más, de la asombrosa facilidad que tenía parta concebir grandes estructuras musicales y después ponerlas en papel. Para esta sinfonía, Mozart eligió un procedimiento que hasta entonces no había utilizado: iniciar el primer movimiento con una introducción lenta de espíritu majestuoso, muy a la manera de muchas de las sinfonías de Joseph Haydn (1732-1809). Es posible que este detalle fuera una especie de introducción a otros pasajes serios, casi sombríos, que aparecen a lo largo de toda la obra y que algunos estudiosos han tratado de relacionar con las penurias que Mozart pasaba por esos días. Sin embargo, el balance general de la obra tiende a la luz y no a la oscuridad. Como bien lo hace notar Charles Rosen en un texto suyo sobre Mozart, en esta sinfonía el compositor buscó más la brillantez que la majestuosidad.
Y ciertamente brillante fue el estreno de la sinfonía Linz, realizado en casa del conde Thun el 4 de noviembre de 1783. El anfitrión quedó muy complacido con su sinfonía, de modo que invitó a los Mozart a permanecer unos días más en su casa. No fue sino hasta principios de diciembre que Mozart y Constanza regresaron a Viena, donde el compositor se puso a trabajar arduamente, tratando de olvidar su fallida visita a Salzburgo, que al menos fue matizada por los agradables días pasados en casa del conde Thun en Linz.
Para reforzar el aura musical de Linz, bien vale la pena recordar que fue la primera ciudad importante en el largo peregrinaje profesional de otro gran sinfonista austríaco, Anton Bruckner (1824-1896), cuya Primera sinfonía fue compuesta y estrenada en esta ciudad y es conocida también como la Sinfonía Linz. Por cierto, los restos de Bruckner reposan bajo el órgano de la iglesia de San Florian en Linz.