Juan Arturo Brennan
A la hora de llevar las cuentas sinfónicas es usual decir que Mendelssohn compuso cinco sinfonías. Ello es cierto si por sinfonía se entiende solamente una gran forma sonata concebida para orquesta sinfónica. Sin embargo, es pertinente recordar que además de sus cinco sinfonías para orquesta completa Mendelssohn compuso doce sinfonías para orquesta de cuerdas, mismas que no figuran en la numeración convencional de sus trabajos sinfónicos. Dicho lo cual, se hace necesario mencionar que cuatro de las cinco sinfonías de Mendelssohn llevan títulos que hablan claramente de su origen y/o su intención. Así, la segunda se llama Canto de alabanza, la tercera es la Escocesa, la cuarta es la Italiana y la quinta lleva por título Reforma.
Entre 1829 y 1832 Mendelssohn realizó un largo viaje por diversos países de Europa, viaje planeado por su padre con el objeto de ponerlo en contacto con la gente y la cultura de distintos lugares. El compositor tenía 21 años de edad cuando partió hacia la tierra que habría de inspirarle su Cuarta sinfonía. En su camino hacia el sur, cruzando Alemania, se codeó con los ricos y los famosos. En Weimar tuvo el privilegio de pasar dos semanas de agradable convivencia con el gran personaje de la literatura alemana, Johann Wolfgang von Goethe. El poeta tenía ya más de ochenta años y se dedicaba a dar los últimos toques a la segunda parte de su colosal Fausto. Era admirado como una de las más grandes figuras de su país, quizá más temido que amado. Sin embargo, abrió las puertas de su casa y de su alma al joven músico de veintiún años al que había admirado cuando Mendelssohn era un niño prodigio. Así, Goethe y Mendelssohn pasaron largas y felices horas juntos. Mientras el músico tocaba y explicaba sus piezas, el viejo poeta quizá recordaba la Italia que él mismo había conocido en su famoso viaje de tantos años antes.
De Weimar a Munich, de Munich a Viena y de ahí, cruzando las montañas, hacia Venecia. En una carta fechada el 10 de octubre de 1830, Mendelssohn escribió:
Esto es Italia. Lo que he estado esperando en mi vida como la mayor felicidad, ha empezado, y me regocijo en ello.
Más tarde, el compositor alemán habría de recordar:
Todo el país tenía tal aire festivo que me sentí como un joven príncipe haciendo una entrada triunfal.
Sin duda, ese aire festivo quedó fielmente reflejado en la Cuarta sinfonía de Mendelssohn, obra extrovertida, llena de luz, alegres ritmos e inspirados toques orquestales. Al iniciar la composición de la obra Mendelssohn escribió a casa:
Será lo más alegre que haya escrito, en especial el último movimiento.
A pesar de esta afirmación, un año más tarde la sinfonía le costaba al compositor los momentos más amargos de su vida, según sus propias palabras. Ello se debía, paradójicamente, a su inconformidad con el último movimiento, en el que incorporó sabiamente el ágil ritmo del saltarello italiano. La insatisfacción de Mendelssohn con esta obra lo llevó a impedir que la partitura fuera publicada en vida suya; hasta la fecha, dada la enorme popularidad de esta obra, nadie ha podido detectar con claridad la causa de las dudas de Mendelssohn respecto su sinfonía Italiana.
Las imágenes que inspiraron a Mendelssohn el cuarto movimiento de esta obra han quedado registradas en otra carta suya:
Llegué al Corso, y cuando menos me lo esperaba, recibí una lluvia de caramelos. Miré hacia arriba y vi a unas damas que había visto en algún baile, y a quienes apenas conocía. Cuando me quité el sombrero para saludarlas, la lluvia de caramelos se tornó violenta. Cuando pasó su carruaje, en el siguiente vi a Miss T., una inglesa delicada y hermosa. Traté de saludarla pero también me arrojó caramelos. Me desesperé y entonces tomé un puñado de caramelos y me atreví a devolvérselos con valor. Había ahí muchos conocidos y pronto mi saco azul estaba blanco como el de un molinero. La familia B. se hallaba en un balcón arrojándome dulces a la cabeza como si fueran granizo. Así, entre el arrojar y recibir caramelos y entre miles de bromas y los más extravagantes disfraces, el día terminó con las carreras de caballos.
La primera versión de la sinfonía Italiana, iniciada durante el carnavalesco viaje a Italia, fue terminada en Berlín en 1833 y estrenada el 13 de mayo de ese año bajo la batuta de Mendelssohn, con la Sociedad Filarmónica de Londres. Más tarde, el compositor revisó la partitura y al parecer nunca quedó satisfecho del todo con el resultado final, lo cual demuestra que puede haber cierta angustia aun en el alma de un hombre cuya vida ha transcurrido como bajo una lluvia de caramelos.