Tríptico mexicano
Las contribuciones de Manuel Enríquez (1926-1994) al panorama musical mexicano del siglo XX son muchas, pero una es fundamental: la de haber señalado por primera vez un camino directo, claro y posible hacia una música mexicana que pudiera dejar atrás los parámetros del nacionalismo que había sido, hasta la aparición de Enríquez, la única vía de expresión sonora en nuestro medio. En relación con las fases de su desarrollo musical, Enríquez afirmó lo siguiente:
Creo que en términos generales puedo apuntar tres etapas. La primera se caracteriza por un proceso de experimentación muy extenso dentro del lenguaje politonal. La segunda, en la que hay un intento de regreso a un formalismo a través de un anacrónico lenguaje serial. Y la tercera, que es una amplia incursión dentro de los lenguajes más abiertos y experimentales.
A lo largo de la parte orquestal de su catálogo, Manuel Enríquez se mostró siempre como un agudo oyente de las texturas sinfónicas, y en sus propias obras logró un tratamiento novedoso y virtuosístico de la orquesta, tanto en su totalidad como a través de sus secciones en particular. Y si esta cualidad es evidente en sus obras orquestales maduras, ya está presente también en sus partituras sinfónicas tempranas, y se puede apreciar asimismo en las transcripciones y arreglos para orquesta que Enríquez realizó a lo largo de su carrera, basándose ya sea en obras de otros compositores mexicanos o en materiales de la tradición popular. A este último ámbito pertenece su breve Tríptico mexicano (1982), redactado con dedicatoria especial a las orquestas juveniles de México, en el que es apreciable no sólo esa peculiar habilidad para la orquestación sino también una intención de proponer ciertas armonías un tanto distintas a las armonías tradicionales de las canciones populares. Los melómanos que tengan afinidad con la música popular mexicana podrán reconocer en este arreglo orquestal melodías como Adiós Mariquita linda, Rayando el sol y El carretero.
