Strauss, Richard - Muerte y transfiguración Op. 24

Richard Strauss (1864-1949)

Muerte y transfiguración Op. 24

Existen en la historia de la música numerosas obras programáticas a las que acompaña un prolijo texto que explica con todo detalle las intenciones descriptivas del compositor. En particular, existen algunos poemas sinfónicos que van acompañados de su respectivo poema literario, y Muerte y transfiguración es uno de ellos. Con motivo de la primera audición en Inglaterra de esta soberbia narración sinfónica de Strauss, el poema se imprimió en el programa de mano, para orientación del público. He aquí mi traducción al castellano de ese texto:

En el pequeño, paupérrimo cuarto, iluminado solamente por el sordo brillo del cabo de una vela, el enfermo yace en su catre. Acaba de luchar otra vez, desesperadamente, con la muerte. Ahora, agotado, se ha sumido en el sueño, y el suave tic-tac del reloj sobre la pared es lo único que se puede escuchar en el cuarto, donde el terrible silencio es una premonición de la muerte que se aproxima. En los pálidos rasgos del enfermo se advierte una amarga sonrisa. En los confines de su vida, ¿sueña acaso con los dorados días de su niñez? Pero la muerte no le concede a su víctima el dormir y el soñar por mucho tiempo. Lo despierta con crueldad y de nuevo comienza la batalla. ¡El impulso de la vida y el poder de la muerte! ¡Qué horrible lucha! Ninguno alcanza la victoria y el silencio llega de nuevo. Agotado por la batalla, insomne como en un delirio febril, el hombre se hunde en el catre y mira su vida, momento a momento, imagen por imagen, pasando por su mente. Primero, el amanecer de la infancia, que brilla dulcemente en su prístina inocencia. Más tarde los temerarios juegos del joven, que prueba y usa su fuerza hasta que madura para la batalla del hombre que se le presenta brillante y fogosa, con los mayores beneficios de la vida como premio. Tomar todo lo que parecía transfigurado y moldearlo en una forma aún más transfigurada: este es el sólo impulso que lo acompaña noblemente a lo largo de su vida. Con sorna y frialdad, el mundo coloca un obstáculo tras otro en su camino. Cada vez que cree haber alcanzado una meta se encuentra con un tonante ‘¡Alto! ¡Convierte el obstáculo en un peldaño para ascender cada vez más y más!’ Sin abandonar su sagrado impulso, lucha y asciende. Lo que ha buscado durante todo ese tiempo con el más profundo anhelo de su corazón, lo busca aún, bañado en mortal sudor. Busca, sin encontrar. Aun si lo concibe con mayor claridad, aun si lo comprende gradualmente, nunca podrá agotar sus posibilidades, nunca podrá consumarlo en su mente. Entonces suena el último golpe del férreo martillo de la muerte, rompiendo el terrenal cuerpo en dos y cubriendo sus ojos con la noche eterna. Pero él escucha, como viniendo del cielo con poderosa resonancia, aquello que afanosamente ha buscado aquí: redención del mundo, ¡transfiguración del mundo!

Cualquier melómano interesado en la posible equivalencia entre la música y el poema puede intentar, a manera de experimento, seguir simultáneamente la línea narrativa de una y otro, ya que fluyen a la par con gran precisión. Y ello no se debe a que Strauss haya seguido fielmente el desarrollo del poema durante la creación de su obra sinfónica. Sucede, por el contrario, que el texto arriba citado fue escrito por Alexander Ritter después de que Strauss había terminado de componerMuerte y transfiguración sobre una idea propia. He aquí, pues, una obra en que el proceso usual fue invertido, lo cual no hace sino potenciar el valor intrínseco de esta magistral partitura de Richard Strauss.

El origen de este poema sinfónico puede ser localizado en el primer contacto de Strauss con la ópera Tristán e Isolda de Richard Wagner, cuya representación presenció en Bolonia en 1888. Si la idea de la muerte como posibilidad de trascendencia no es suficiente coincidencia en ambas obras, resulta que existe una carta de Strauss escrita en 1894, cuyo destinatario fue su amigo Fritz von Hausegger, en la que el compositor bávaro explica claramente la influencia del Tristány esboza la línea narrativa de Muerte y transfiguración. Strauss escribió el poema sinfónico en Munich entre 1888 y 1889 y lo estrenó él mismo el 21 de junio de 1890 en Eisenach, la ciudad natal de Bach; la partitura está dedicada a Friedrich Rösch, amigo cercano del compositor. No cabe duda que Muerte y transfiguración es una de las obras más poderosas, dramáticas y evocativas de todo el repertorio sinfónico, además de lo cual tiene una presencia trascendente en la obra de Strauss. En el ocaso de su vida, un año antes de morir, Strauss terminó sus Cuatroúltimas canciones, conmovedor ciclo que representa una de las cumbres del liedalemán. La última de ellas, titulada precisamente En el ocaso y compuesta sobre un texto de Joseph von Eichendorff, es una dolorosa despedida de la vida a cargo de un artista que sabe que su momento final ha llegado. Al terminar la canción, la soprano deja en el aire la gran pregunta con la que termina el poema: “¿Es esto acaso la muerte?” Y de inmediato, Strauss cita en un ámbito de tristeza profunda el bello tema de la transfiguración del poema sinfónico compuesto sesenta años antes. He ahí a un compositor al borde de la tumba, recordando con nostalgia infinita la lucha vital del joven de 25 años que fue y que ya no es... la muerte del uno, la transfiguración del otro, en uno de los momentos más electrizantes y emotivos de la historia de la música.

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