Juan Arturo Brennan
En este programa netamente popular están incluidas, entre otras piezas, dos importantes rapsodias orquestales mexicanas. En el entendido de que una rapsodia es una composición construida como un mosaico de melodías nacionales de origen popular, tanto el Huapango de José Pablo Moncayo (1912-1958) como los Sones de mariachi de Blas Galindo (1910-1993) son rapsodias en el sentido estricto del término. Más precisamente: el Huapango es una rapsodia jarocha, y los Sones de mariachi conforman una rapsodia jalisciense. Así, para su muy popular Huapango, Moncayo realizó un sabroso montaje orquestal a partir de tres sones muy conocidos y populares: El siquisirí, El balajú y El gavilancito. Hay quienes afirman que, si se escucha la obra con mucha atención, es posible hallar en ella, además, reminiscencias de El pájaro cu. Por otra parte, Blas Galindo también acudió a tres sones jaliscienses para construir su rapsodia: La negra, El zopilote y Los cuatro reales. En ambos casos, las piezas folklóricas son complementadas por los compositores con materiales originales, realizados sobre todo para la conexión entre unos sones y otros. En el caso de Galindo, cabe recordar que compuso originalmente sus Sones de mariachi para una pequeña orquesta de instrumentos típicos mexicanos, y más tarde realizó la versión para orquesta sinfónica. Por otra parte, hay que mencionar, por si hiciera falta, que el Huapango de Moncayo, sin duda la pieza orquestal más famosa y difundida del repertorio mexicano, ha sido objeto de un número incalculable de arreglos y transcripciones, para toda clase de combinaciones instrumentales.
Y ya que se menciona al Huapango de Moncayo como nuestra pieza sinfónica más conocida, es preciso mencionar aquí que, casi sin duda, el segundo lugar lo ocupa, desde la década de 1990, el sabroso Danzón No. 2 del compositor sonorense Arturo Márquez (1950). El mismo Márquez cuenta que su primer contacto cercano con el danzó se debió a sus visitas a los salones de baile de la Ciudad de México en compañía de amigos cercanos y conocedores de los bailes finos de salón. De inmediato, se sintió fascinado por las cálidas y sinuosas cadencias del danzón, y muy pronto empezó a componer danzones inspirado en esa experiencia. Estrenado en 1994, su Danzón No. 2 se hizo muy popular de inmediato, y le ha proporcionado a Márquez desde entonces un alto perfil de reconocimiento entre el público y, también, entre los músicos y directores de orquesta. Desde su primera audición, el Danzón No. 2 de Márquez ha sido objeto de innumerables repeticiones por las orquestas de todo el país, y con frecuencia se suele programar esta pieza en compañía del Huapango de José Pablo Moncayo. De hecho, la gran proyección y fama de que goza el Danzón No. 2 de Arturo Márquez ya ha rebasado las fronteras de México, particularmente gracias a la promoción que ha realizado el destacado director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel. Hay que señalar, sin embargo, que la gran aceptación (muy merecida, por cierto) que ha tenido su Danzón No. 2 para orquesta sinfónica nos ha hecho olvidar que, a la fecha, Márquez ha escrito otros ocho danzones, para muy diversas dotaciones, y que bien vale la pena escucharlos para entender mejor la fascinación del compositor sonorense con este tradicional género de baile fino de salón.
Después de Redes, la partitura cinematográfica más importante de Silvestre Revueltas (1899-1940) es sin duda la que escribió para La noche de los mayas. La película, que data de 1939, fue dirigida por Chano Urueta, y es uno más de los muchos casos en la historia del cine mexicano (sobre todo el de aquella época) en que se confronta de manera bastante maniquea la bondad de lo natural contra la maldad de lo artificial o, dicho en otros términos, la intrusión del pérfido hombre blanco de la ciudad en el mundo puro e impecable del indígena. La historia que cuenta Urueta en La noche de los mayas resulta un tanto acartonada, lo cual llevó a dos importantes críticos (José Antonio Alcaráz y Jorge Ayala Blanco) a utilizar, cada uno por su lado, el término “petrificada” para describir la película. A pesar de ello, el filme obtuvo un buen número de premios otorgados ese año por la industria del cine nacional, entre los cuales está el que recibió la potente música de Revueltas. La partitura original de Revueltas estuvo dispersa durante varios años, hasta que en la década de 1960 el director de orquesta José Ives Limantour organizó la música de la película en una suite en cuatro movimientos, que es la forma en que se conoce y se difunde hasta nuestros días. Cabe destacar entre los puntos de interés de la música de La noche de los mayas la manera en que, en su primer movimiento, Revueltas establece el ambiente general de la película. Más adelante, el compositor duranguense ofrece uno de los pocos casos en que utilizó materiales folklóricos en su música, al citar la conocida melodía maya Kónex, kónex palexén. El explosivo movimiento final de La noche de los mayas incluye un deslumbrante y fogoso despliegue de percusiones.
Además de su omnipresente Huapango, este programa mexicano incluye otra pieza suya, Tierra de temporal, sin duda una de sus mejores y más atractivas composiciones. En el año de 1949 la Orquesta Sinfónica de México convocó a un concurso de composición para conmemorar el centenario de la muerte de Frédéric Chopin (1810-1849), y la obra triunfadora de ese concurso fue Tierra de temporal. Mal acostumbrados como estamos por la omnipresente sonoridad del Huapango (1941) del propio Moncayo, podríamos quizá imaginar que Tierra de temporal es una obra igualmente extrovertida y brillante. Sin embargo, no lo es. En esta partitura, Moncayo transita por caminos musicales que avalan lo dicho por el musicólogo sueco Dan Malmström en el sentido de que Tierra de temporal es mucho más nacionalista en su título que en su música. El 11 de agosto de 1953, en el Teatro Nacional Estudio de Bucarest (Rumania), se realizó el estreno mundial del ballet Zapata, coreografiado por Guillermo Arriaga (1926-2014), figura capital en la historia de la moderna danza de México. El argumento del ballet, escrito también por Arriaga, es una sobria, a veces desgarradora narración de temas importantes y dolorosos de nuestra historia, temas que a más de medio siglo de distancia siguen siendo una herida abierta en el alma de la nación. Para acompañar su ya legendaria coreografía, Arriaga eligió Tierra de temporal y, desde entonces, esta música y esta coreografía forman una unidad indisoluble en la historia moderna de la cultura de México.
El programa se redondea con un rico arreglo del pianista y compositor (asociado sobre todo al jazz) Héctor Infanzón a la romántica y sensual canción Acapulqueña, original de José Agustín Ramírez Altamirano (1903-1957), compositor y poeta nacido precisamente en Acapulco; y el conocido arreglo de Terig Tucci a La bamba, pieza que ocupa un lugar imborrable en nuestro imaginario colectivo, y cuyo origen es histórica y musicalmente complejo y contradictorio. Sin duda, la versión más difundida de La bamba es la de Ritchie Valens, versión que tuvo una sólida difusión en la interpretación de Los Lobos en la película titulada, precisamente, La bamba, dirigida en 1987 por Luis Valdéz.