Ravel, Maurice - Rapsodia española

Maurice Ravel (1875-1937)

Rapsodia española

Preludio a la noche
Malagueña
Habanera
Feria

Permítame, amable lector, hacer una digresión turístico-geográfica antes de entrar en materia musical. Allá por el otoño de 1990, gracias a una serie de afortunadas coincidencias, me hallaba en Europa, yendo y viniendo de aquí para allá en trenes de diversas nacionalidades. En París, y teniendo como destino final la capital española, me monté en un tren-no-tan-rápido para dirigirme hacia la frontera hispano-francesa. Después de una noche de trayecto bastante movido y agitado (es falso que se pueda dormir en un tren, aunque sea europeo), el tren se detuvo, al filo de la madrugada, en su última parada en Francia, muy cerca ya de la frontera con España. Recién detenido el tren abandoné mi estrecho compartimiento con el objeto de echarle un último vistazo a Francia. Al abrir la puerta del vagón vi con mis desvelados ojos, a la naciente luz del día y a escasos centímetros de mi nariz, un letrero típico de estación ferroviaria, en no muy buen estado, que decía: ST. JEAN DE LUZ-CIBOURE. Me quedé mirando el letrero con la sospecha de que algo debía recordarme ese nombre y, de pronto, llegó el chispazo de memoria y me encontré hablando solo, para sorpresa de los demás viajeros: “¡Ah, caray, si aquí es donde nació Ravel!” Respondí a un impulso automático, y apenas tuve tiempo de esgrimir la cámara para tomar una fotografía del letrero (turista al fin y al cabo) porque segundos después el tren partió, y unos minutos más tarde estábamos en España, en la ciudad de Irún.

Sí, así de cerca nació Maurice Ravel de España, lo que explica muy bien el alto contenido de asuntos hispanos que hay en su música. Además de ser originario de la fronteriza región de los Bajos Pirineos, Ravel tenía en la sangre una interesante mezcla de nacionalidades: era suizo por parte de su padre y vasco por parte de su madre. Por ello, a nadie le extraña que este compositor tan esencialmente francés en muchos aspectos haya conservado a lo largo de su vida una clara liga creativa con España, sus ambientes y sus sonidos. Como prueba de esta cercanía con lo español, recordemos obras ravelianas como el Bolero, la Pavana para una infanta difunta, la Alborada del gracioso, Don Quijote a Dulcinea y La hora española.

Otra de sus obras de corte hispánico, la Rapsodia española, ocupa un lugar importante en el catálogo de Ravel, por una razón que bien vale la pena explicar brevemente. Por costumbre cultural, nos ha dado por meter a Ravel y a Claude Debussy (1862-1918) en un mismo paquete cuando hablamos de impresionismo musical. En efecto, Debussy es el impresionista francés por excelencia, pero muchos musicólogos y analistas sostienen que a pesar de algunos detalles superficiales que en algunas de sus partituras apuntan hacia el impresionismo, Ravel no fue un compositor impresionista. Y como suele ocurrir que la excepción confirma la regla, esos mismos musicólogos y analistas afirman también que la única obra realmente impresionista de Ravel es, precisamente, la Rapsodia española. Hasta aquí este dato, muy apto para desatar la polémica y para que los interesados se metan de nuevo en esa camisa de once varas que es el tratar de definir con claridad el impresionismo en términos musicales, a través de simples palabras.

En el año de 1895 Ravel produjo una interesante obra para dos pianos a la que puso el extraño título de Sites auriculaires. Con apenas 20 años de edad, Ravel ya estaba llamando la atención de sus contemporáneos y ya estaba dando los primeros pasos para convertirse en una figura de capital importancia en el desarrollo del lenguaje pianístico moderno. El caso es que años después, en 1907, Ravel abordó la creación de su Rapsodia española, obra planeada en cuatro movimientos: Preludio a la noche, Malagueña, Habanera y Feria. Para esta composición, Ravel escribió tres movimientos enteramente originales y retomó uno de los movimientos de Sites auriculaires, transcribiéndolo literalmente a la orquesta para obtener la Habanera de la Rapsodia española.

La pieza fue estrenada por el propio Ravel al frente de la Orquesta Colonne y, como solía ocurrir en aquellos años en que al público sí le importaba (para bien o para mal) la música nueva, el estreno causó un pequeño escándalo y una serie de explosivas reacciones encontradas. Por cierto, en la orquestación original de la Rapsodia española Ravel contemplaba la inclusión de un sarrusofón, extraño y rústico instrumento que hoy en día suele sustituirse por un contrafagot. El mencionado sarrusofón, mitad aliento-madera y mitad aliento-metal, fue inventado por un director de bandas llamado Pierre-Auguste Sarrus, a quien Adolphe Sax, inventor del saxofón, demandó infructuosamente ante la ley, acusándolo de haber violado algunas patentes suyas en la construcción de su raro instrumento.

En cuanto a la Rapsodia española, es claro que la obra habita ese mundo compartido de lo francés y lo español que, en todo caso, ayudaría a una posible definición de la personalidad musical de Ravel. Si al escuchar esta Rapsodia española usted se pregunta retórica­mente: ¿qué distancia hay entre el Ravel francés y el Ravel español?, yo le propongo una respuesta práctica. La distancia es la misma que, frontera de por medio, separa a Saint Jean de Luz-Ciboure de Irún. O sea, unos cuantos minutos en tren.

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