SCHUBERT, FRANZ - Sinfonía no. 9 en do mayor, D. 944, Grande

Franz Schubert (1797-1828)

Sinfonía no. 9 en do mayor, D. 944, Grande

Andante - Allegro non troppo
Andante con motto
Scherzo: Allegro vivace
Finale: Allegro vivace

Antes de entrar en materia a la parte histórico-anecdótica de la obra que hoy ocupa nuestra atención, es necesario hacer un par de aclaraciones sobre algunos datos que hay en su título, a saber:

  1. La letra D que precede al número de catálogo de la sinfonía se refiere al apellido del musicólogo Otto Erich Deutsch, quien en 1951 realizó un catálogo de las obras de Schubert que vino a sustituir a los antiguos números de opus que se le habían asignado y que hoy son básicamente obsoletos.

  2. El sobrenombre de Grande con que se conoce a esta obra le fue dado por dos razones: por su evidente dimensión monumental, poco usual en el repertorio sinfónico de su tiempo (siendo Ludwig van Beethoven, 1770-1827, la excepción), y para distinguirla de la Sexta sinfonía, D. 589, de Schubert, que también está escrita en la tonalidad de do mayor.

Dicho esto, ya es posible entrar en materia recordando que hasta hace relativamente poco tiempo era posible hallar esta bella sinfonía programada como sinfonía número 7 ó número 10, dependiendo del momento y del lugar. Esto se debió a que la Séptima sinfonía de Schubert existía sólo como un fragmento, y a que se creía que Schubert había compuesto en realidad diez sinfonías. Es decir, el tipo de enigmas que suelen gustar mucho a los comentaristas, los musicólogos y los redactores de notas de programa. Cabe aclarar, además, que desde hace unos años existe la tendencia a omitir del todo la inexistente Séptima sinfonía de Schubert, por lo que ahora suele mencionarse a la famosa Inconclusa como su Sinfonía No. 7 y a la Gran Do mayor como su Sinfonía No. 8

En el año de 1828, pocos meses antes de su muerte, Schubert terminó el manuscrito de esta enorme obra, que había iniciado algunos años atrás durante sus vacaciones en Gmunden y Gastein. El compositor ofreció la sinfonía a la Sociedad de Amigos de la Música en Viena, y a partir de ese ofrecimiento la obra comenzó un largo y triste peregrinar por los rincones del olvido. De entrada, la Sociedad rechazó la sinfonía pretextando que era demasiado larga y difícil. Así, a la muerte de Schubert, el manuscrito de la sinfonía quedó olvidado y empolvado en algún cajón y luego fue a dar a manos de Ferdinand Schubert, hermano del compositor. Once años después de la muerte de Franz Schubert, otro ilustre músico germano, Robert Schumann (1810-1856), rescató el manuscrito de manos de Ferdinand y lo hizo llegar a manos de un tercer músico ilustre, Félix Mendelssohn (1809-1847). Por ese entonces, Mendelssohn era director de la notable Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig (la más antigua de las orquestas sinfónicas que aún existen) y era sin duda el personaje ideal para dar a conocer la gran sinfonía de Schubert. Generoso y sensible como era, Mendelssohn se dio a la tarea de preparar cuidadosamente el estreno de la obra, cosa nada fácil porque sus músicos la consideraron larga y difícil. Sin embargo, Mendelssohn prevaleció sobre sus huestes musicales y al fin la Novena sinfonía de Schubert se estrenó bajo su batuta en Leipzig, el 21 de marzo de 1839.

Sin embargo, la azarosa historia de esta obra no terminó ahí, porque Mendelssohn intentó promoverla en Londres, donde fue rechazada, incluso cuando propuso dirigirla él mismo en la capital inglesa. Al parecer, los músicos de París también se rehusaron a tocar esta partitura de Schubert, y tuvieron que pasar muchos años para que la obra comenzara a ser aceptada sin reticencias ni pretextos. Hasta la fecha, sin embargo, hay quienes se quejan de la relativa longitud de la obra, cosa que no es para extrañar a nadie si se considera lo que se ha dicho en este mismo sentido respecto a las sinfonías de Bruckner y Mahler, e incluso, respecto a la Heroica y la Coral de Beethoven. De hecho, quizá sin mala intención, el mismo Schumann atizó la hoguera de esta polémica. Después de rescatar la partitura y ponerla en manos de Mendelssohn, el bueno de Schumann se expresó de la Novena sinfonía de Schubert refiriéndose a su “celestial longitud, como una gran novela de Jean Paul, que parece no terminar jamás.” Vale la pena recordar, por cierto, que fue una novela de Jean Paul la que inspiró la Primera sinfonía de Gustav Mahler (1860-1911). Es evidente, incluso, que el mismo Schubert era consciente de que estaba transitando por un camino hasta cierto punto novedoso, ya que poco antes de iniciar la creación de esta gran obra escribió una carta a su amigo Leopold Kupelwieser en la que le informaba de su intención de componer un cuarteto, un octeto, y de prepararse a “abordar el camino de la gran sinfonía.” Con esta afirmación, Schubert parecía reconocer, en efecto, que esta obra habría de ser de dimensiones distintas a las de sus anteriores sinfonías. El caso es que hoy día, por fortuna, ya casi nadie se asusta con el tamaño de La grande de Schubert, y se le escucha con la admiración que sin duda merece. Y para la especulación queda una duda: si poco antes de su muerte a los 31 años de edad Schubert pudo componer semejante monumento musical, ¿hasta dónde habría llegado en su desarrollo sinfónico si hubiera vivido hasta los sesenta o setenta? Muy probablemente, más allá que el mismo Beethoven.

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