BEETHOVEN, LUDWIG VAN - Sinfonía no. 7 en la mayor, Op. 92

Ludwig van Beethoven (1770-1827)

Sinfonía no. 7 en la mayor, Op. 92

Poco sostenuto - Vivace
Allegretto
Presto - Presto meno assai
Finale: Allegro con brio

Casi sin excepción, todas las notas que se han escrito respecto a ésta, probablemente la más bella de las sinfonías de Beethoven, citan la famosa frase en la que Richard Wagner (1813-1883) afirma que la Séptima sinfonía es la apoteosis de la danza. Sin embargo, lo dicho por Wagner va más allá de esta categórica definición, y es ciertamente interesante conocer más a fondo la descripción hecha por el gran compositor de óperas y dramas musicales. En el año de 1850, casi cuarenta años después del estreno de la obra, Wagner escribió esto:

La Séptima sinfonía de Beethoven es la alegría, que con una omnipotencia orgiástica nos lleva a través de todos los espacios de la naturaleza, de todas las corrientes y los océanos de la vida, dando voces de alegría y consciencia, por donde caminamos al ritmo audaz de esta danza humana de las esferas. Esta sinfonía es la apoteosis de la danza, la mejor realización de los movimientos corporales en forma ideal.*

Beethoven inició la composición de la Séptima sinfonía en el año de 1807 y la terminó en el verano de 1812. El estreno se llevó a cabo en la Universidad de Viena el 8 de diciembre de 1813 bajo la batuta de Beethoven mismo. Como solía ocurrir en aquellos tiempos, el concierto fue organizado con un fin especial: recaudar fondos para los soldados austríacos y bávaros heridos en la batalla de Hanau mientras defendían a su patria de las huestes de Napoleón, quien en otros tiempos había sido el héroe de Beethoven. Además de la Séptima sinfonía, Beethoven estrenó en ese concierto una de sus obras más extrañas y menos características: La victoria de Wellington, también conocida como Sinfonía de la batalla o La batalla de Vitoria. Esta especie de poema sinfónico-militar, que hoy es considerado como una de las obras más débiles de Beethoven, inflamó el espíritu patriótico del público y, dadas las circunstancias, su éxito opacó al de la sinfonía. Sin embargo, el segundo movimiento de la Séptima fue muy bien recibido por el público vienés.

Así como la historia nos cuenta que durante un tiempo Joseph Haydn (1732-1809), Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), Karl Ditters von Dittersdorf (1739-1799) y Johann Baptist Vanhal (1739-1813) se juntaban para tocar cuartetos de cuerda, también nos dice que la noche del 8 de diciembre de 1813 Beethoven se encontró en muy buena compañía, ya que la orquesta estaba llena de personajes musicales ilustres, como Louis Spohr (1784-1859), Giacomo Meyerbeer (1791-1864), Johann Nepomuk Hummel (1778-1837), Ignaz Moscheles (1794-1870), Domenico Dragonetti (1763-1846), Andreas Romberg (1767-1821) y Antonio Salieri (1750-1825).

En particular, han llegado hasta nosotros muchos datos de esa noche del estreno de la Séptima sinfonía de Beethoven gracias a la autobiografía de Louis Spohr. En ella, Spohr cuenta que para ese entonces Beethoven sufría ya de la sordera que habría de ser la mayor angustia de su vida, y que por ello no alcanzaba a escuchar adecuadamente cuando la orquesta tocaba pasajes muy delicados, de modo que el compositor perdió varias veces el camino en su propia partitura. Sin embargo, según cuenta Spohr, la orquesta no se perdió de igual manera gracias a que Salieri, para proteger a Beethoven, se encargaba de dirigir correctamente detrás de bambalinas. Además del buen recibimiento que el público dio a la obra, la crítica vio con buenos ojos y escuchó con buenos oídos esta obra maestra. La crítica publicada en el Allgemeine Musikalische Zeitung afirmaba que la Séptima era la más melodiosa, agradable y accesible de las sinfonías de Beethoven. Entre los muchos momentos felices de esta sinfonía está, por ejemplo, la asombrosa y emocionante coda del primer movimiento, en la que Beethoven hace subir a los cornos a un registro agudo poco usual en sus partituras, con un resultado brillante. Inmediatamente después de este vibrante momento, Beethoven nos ofrece el Allegretto, uno de los más notables movimientos de la literatura sinfónica de todos los tiempos, en el que el compositor propone un acorde misterioso y seductor como inicio de un discurso musical de enorme belleza, con un contenido armónico y rítmico que parecía estar adelantado cincuenta años a su tiempo. El efecto total de este movimiento es el de crear en el oyente ese sentimiento, al mismo tiempo vago e intenso, que el compositor Ned Rorem (1923) ha descrito acertadamente como nostalgia por el futuro. Otro gran sinfonista, Gustav Mahler (1860-1911), después de una ejecución de la Séptima de Beethoven en el año de 1899, afirmó esto:

El último movimiento de la sinfonía tuvo un efecto dionisíaco sobre el público. Todos salieron de la sala de conciertos como embriagados, y así debe ser.

No cabe duda que la Séptima sinfonía de Beethoven aún tiene la hermosa capacidad de producir ese efecto, y es seguro que la noche de su estreno la embriaguez del público fue doble, porque no sólo asistieron al estreno de una obra maestra sino que además, con esa noche de espléndida música beethoveniana, estaban celebrando de algún modo la derrota de Napoleón a manos de Europa.

Consulta todas las actividades que la Ciudad de México tiene para ti