por Juan Arturo Brennan
Wolfgang Amadeus Mozart
Sinfonía No. 39 en mi bemol mayor, K. 543 (39')
Adagio-Allegro
Andante con moto
Menuetto (Allegretto)
Finale (Allegro)
Entre julio y agosto de 1788, Wolfgang Amadeus Mozart colocó las últimas tres joyas a la corona de su creación sinfónica, componiendo las Sinfonías Nos. 39, 40 y 41 de su catálogo. Numerosos musicólogos han considerado a estas tres sinfonías como una unidad, como parte de una misma línea de pensamiento musical, y en buena medida tienen razón. Esto no quiere decir, sin embargo, que se trata de tres sinfonías semejantes entre sí; por el contrario, son obras de gran individualidad que comparten algunas características de estilo y, sobre todo, un dominio notable sobre la forma y el equilibrio estructural. El musicólogo Hans Keller escribió esto en un ensayo sobre las sinfonías de Mozart:
Como músico y escritor, uno aborda la trilogía final –K. 543, 550 y 551, creadas en un lapso de siete semanas y tres días en el verano de 1788- con una cierta carga inevitable de trepidación. Es posible que la Sinfonía No. 38 todavía requiera de algunos comentarios estimulantes, pero las tres últimas son tan populares como grandiosas, y al mismo tiempo se han escrito a su respecto muchos volúmenes, tanto en el nivel experto como en el de la crítica impresionista.
Hay quienes dicen, olvidando un poco ciertos asuntos cronológicos importantes, que con sus últimas tres sinfonías Mozart estaba dejando atrás todo aquello que, en materia sinfónica, lo ligaba a su ilustre colega, amigo y predecesor, Franz Joseph Haydn (1732-1809). Sin embargo, es prudente recordar que en el año en que Mozart compuso sus últimas tres sinfonías, Haydn componía las sinfonías Nos. 90 y 91 de su propio catálogo, que habría de cerrar en 1795 con la Sinfonía No. 104. De modo que si bien es cierto que Haydn puso los cimientos para el desarrollo sinfónico que habría de madurar aún más con Mozart, también es un hecho que la influencia bien pudo haber sido recíproca, al menos en la época de la creación de la Sinfonía K. 543.
El primer movimiento de la Sinfonía No. 39 se inicia con un episodio lento, poderoso y ciertamente dramático, similar al inicio de numerosas sinfonías de Haydn. Aquí, Mozart repite un recurso estructural que también había empleado en su Sinfonía No. 38, K. 504, conocida como Praga. Esta introducción lenta se convierte sutilmente en un Allegro de buen impulso rítmico, en el que Mozart conserva inteligentemente algunos de los rasgos expresivos dramáticos del inicio de la obra. Hay aquí, además, un interesante recurso formal que quizá venga directamente de Haydn. Se trata de la transición temática entre la introducción lenta y el Allegro, en el entendido de que en el Allegro, los violines completan una figura melódica que había sido dejada inconclusa por la flauta en el Adagio. Por otra parte, Mozart utiliza para el Allegro un compás de ¾ que no es muy usual en los primeros movimientos de sus sinfonías, y que tiene su único antecedente importante en la Sinfonía No. 12, K. 110, de 1771. Viene después un Andante con moto de cualidades ondulantes, que tiene mucho de nostálgico y reflexivo. En tercer lugar, Mozart propone un Menuetto muy breve, más enérgico y vital que la tradicional danza cortesana. El trío central del Menuetto no sólo tiene el espíritu del ländler, la antigua danza campesina austríaca, sino que al parecer está basado en un ländler auténtico bien conocido por Mozart. Este ländler es encomendado principalmente a los clarinetes. Para concluir esta hermosa sinfonía, Mozart propone un Allegro bullicioso y brillante, lleno de felices figuras rítmicas, debajo de cuyo espíritu juguetón se pueden detectar sombras del drama inicial de la sinfonía. Hay en este movimiento final un trabajo armónico muy atractivo, lleno de modulaciones fascinantes y atrevidas; en esto, así como en algunas texturas orquestales, la Sinfonía No. 39 de Mozart parece mirar al futuro, hacia las sinfonías de Franz Schubert (1797-1828).
Béla Bartók (1881-1945)
Concierto para orquesta
Introducción
Juego de los pares
Elegía
Intermezzo interrumpido
Final
Es un hecho evidente que Béla Bartók pasó los últimos años de su vida en un triste estado de salud, y un peor estado financiero. Sobre lo que existen versiones contradictorias es sobre la reacción de la comunidad musical ante su situación. Hay quienes afirman que, además de la enfermedad y la privación, Bartók tuvo que soportar la indiferencia de sus colegas. Otras versiones, sin embargo, apuntan hacia el hecho de que muchos músicos notables hicieron todo lo posible por aliviar las penurias del compositor húngaro, quien aun en situaciones extremas se resistía a aceptar favores.
Así pues, hacia 1943 Bartók se hallaba enfermo y sin dinero. Para aliviar un poco su precaria situación, Serge Koussevitzki le encargó una obra nueva, por la cual habría de pagarle mil dólares. Este encargo fue hecho a sugerencia de Joseph Szigeti y Fritz Reiner, y la idea era que Bartók compusiera una pieza a la memoria de Natalie Koussevitzki, la recientemente fallecida esposa del afamado director de orquesta. Resulta claro que el encargo surtió efecto casi inmediato: Bartók fue dado de alta del hospital en el que estaba internado y su salud mejoró notablemente. Entonces, revitalizado por el encargo, compuso el Concierto para orquesta entre el 15 de agosto y el 8 de octubre de 1943. Sobre algunas cuestiones de forma, contenido y sonoridad del Concierto para orquesta, he aquí las palabras del propio compositor:
El ambiente general del Concierto representa, aparte del jocoso segundo movimiento, una transición gradual entre la seriedad del primer movimiento y lo lúgubre del tercero, hasta la afirmación vital del último.
En este breve párrafo es posible detectar, quizá, la convicción de Bartók en el sentido de que el encargo de esta obra hizo mucho por prolongar su vida. En otra parte, el compositor comenta lo siguiente sobre su Concierto para orquesta:
El título de esta obra orquestal cuasi-sinfónica se explica por la tendencia a tratar instrumentos individuales o grupos de instrumentos en una forma solista o concertante. El tratamiento virtuosístico aparece, por ejemplo, en las secciones fugadas del desarrollo del primer movimiento (en los metales) o en los pasajes a modo de perpetuum mobile del tema principal del último movimiento y, especialmente, en el segundo movimiento, en el que parejas de instrumentos aparecen consecutivamente con brillantes pasajes.
Sin duda, Bartók hizo bien en destacar el asunto de las parejas del segundo movimiento, cuyo título original es Gioco delle coppie, y que representa el mayor atractivo sonoro de la obra. En este movimiento el compositor plantea la entrada sucesiva de pares de fagotes, oboes, clarinetes, flautas y trompetas con sordinas, que tejen interesantes melodías en movimientos paralelos; lo más llamativo del asunto es que cada pareja de instrumentos trabaja ese discurso melódico paralelo en un intervalo distinto, con lo que Bartók logra efectos armónicos muy interesantes. En el cuarto movimiento, además de la afirmación vital a la que Bartók se refiere, se esconde un interesante asunto musicológico, que tiene que ver con el origen del tema principal. Algunos analistas dicen que el tema en cuestión es muy similar a uno de los temas de la Séptima sinfonía, Leningrado (1941), de Dmitri Shostakovich (1906-1975). Otros, sin embargo, afirman que el tema es una vieja tonada vienesa de cabaret que aparece citada en la partitura de la opereta La viuda alegre de Franz Léhar (1870-1948). Con la intención de aclarar este punto, Peter Bartók, hijo del compositor, afirmó que en realidad todo aquello era cierto: que el tema sí era una canción de cantina, que sí aparecía en la obra de Léhar, que sí había sido citada por Shostakovich, y que su padre conocía bien toda la historia musical de la melodía. Sea como fuere, si la intención de la cita fue la de homenajear a Shostakovich, esto no haría más que aumentar la estatura musical y humana de Bartók, a través de su reconocimiento a la grandeza de uno de sus más importantes contemporáneos.
El estreno del Concierto para orquesta estuvo a cargo de la Orquesta Sinfónica de Boston, dirigida por Koussevitzki, y se realizó el primero de diciembre de 1944 con un éxito completo. Poco después del triunfo de su Concierto para orquesta, Bartók recibió varios encargos más, pero la leucemia pudo más que el impulso creativo: el compositor murió el 26 de septiembre de 1945, menos de un año después del estreno de esta popular obra suya y sin poder terminar las obras que le habían sido encomendadas.