Fiestas
La tradición me invita a iniciar esta nota con un breve y muy convencional resumen curricular del compositor y director de orquesta Héctor Quintanar. Sin embargo, su posición personal y su historia profesional en el campo de la música mexicana de concierto me hacen dejar de lado, por esta vez, la tradición. Y mientras pienso qué escribir a manera de introducción a sus Fiestas, me viene a la memoria una anécdota, que me permito citar no simplemente porque se refiere a Quintanar, sino porque resulta un curioso acercamiento a la extraña visión que suele tenerse de la música contemporánea. En el año de 1982 escribí para la Revista Universidad de México una reseña sobre ese interesante espacio musical público y abierto que es el Audiorama del Parque Hundido en la Ciudad de México. Mi reseña incluía fragmentos de una entrevista que hice con un caballero de nombre José Alejandro Sánchez Vázquez, quien por entonces era el encargado del funcionamiento y programación del Audiorama. A una pregunta mía sobre la posible presencia de la música nueva en el Audiorama, me respondió:\
Esa música no la pongo así nomás cuando está el público normal. Imagínese, les pongo a Pierre Henry o a Schaeffer o a Estrada y casi siempre se van diciendo ‘¿Qué está pasando aquí?’ Porque la verdad es que no a toda la gente le gusta este tipo de música moderna, y sí hay que saber algo de música para entenderlo. Y mucha gente no entiende muy bien la clase de música que a veces ponemos. Por ejemplo, Héctor Quintanar tiene un concierto para veinte pianos y una motocicleta. Y la verdad es que sí, pues suena extraño, ¿no?
Hasta aquí la anécdota, cuya hipotética glosa, sin duda harto divertida, hubiera quedado mejor en boca del propio Quintanar. Enseguida, y para entrar en materia, cito un texto relativo a Fiestas, que me fue enviado por el compositor. Dice así:
Rechazar un encargo no suele ser la actitud más común en un compositor, pero esta fue la primera reacción de Héctor Quintanar cuando la UNAM le pidió que compusiera una obra para ser estrenada en los conciertos inaugurales de la Sala Nezahualcóyotl, edificio destinado a convertirse en uno de los más grandes foros de Latinoamérica, dotado con todos los adelantos necesarios para hacer de él un escenario modelo. La razón para negarse era que se le pedía una obra de carácter nacionalista. Quintanar, quien hacía no muchos años formara el primer laboratorio de música electrónica en México, y se había distinguido como compositor “de vanguardia”, sentía profundo respeto hacia los nacionalistas mexicanos y sus obras, y pensaba que esa corriente ya había dado sus mejores frutos. No obstante, cediendo a la insistencia, aceptó el encargo cuando se lo presentaron como reto: romper con el prejuicio de que era un músico encasillado en una corriente determinada y demostrar que para un creador auténtico, sólidamente formado, era posible abordar géneros y estilos diferentes sin menoscabo de la calidad de la obra. Por supuesto, la empresa no se presentó como sencilla: la sombra de Revueltas, Moncayo, Chávez y tantos otros, se cernía sobre aquellos que pisaban sus dominios. La solución fue no adentrarse en territorios que ya habían sido conquistados, eludiendo los lugares comunes como los temas de aire indígena, ciertos elementos melódicos y el lenguaje armónico típico de la escuela nacionalista. Así, Quintanar abordó una nueva manera de expresar el espíritu de “lo mexicano” a través de algunas celebraciones anuales que son tradición en el país (Día de Reyes, Día de Muertos y Fiestas Patrias), huyendo de la ortodoxia y de lo meramente descriptivo, conservando no obstante un eje tonal para cada una de las partes. De orquestación variada, amplia gama cromática y ciertas aventuras virtuosistas de los metales, la obra se desarrolla mediante un brillante tratamiento de las cuerdas y maderas, así como una ponderación alta de las percusiones, dando a estas últimas los más enfáticos matices nacionalistas. La obra fue terminada en 1976 y el compositor la dedicó al entonces rector de la UNAM, Guillermo Soberón.
Después de recibir y transcribir este texto, tuve una breve charla personal con Héctor Quintanar, en la que, como de costumbre en estos casos, le pregunté si hay algo muy específico que quiera añadir a lo anotado arriba. Me dijo entonces: “Prefiero que no nos metamos en pedantes sutilezas técnicas." Esta es una respuesta que yo, como melómano, le agradezco cumplidamente, y estoy seguro que mis lectores también. Sin embargo, en el curso de esa breve charla se alcanzaron a filtrar algunas observaciones del compositor, en las que me habló del peculiar y unitario contexto armónico de Fiestas, así como de la improbable pero efectiva convivencia de un aire de huapango con un cluster.(Breviario cultural necesario: un cluster es un acorde tumultuoso, construido sobre numerosas notas adyacentes, y es uno de los recursos sonoros importantes en el lenguaje musical del siglo XX). Asimismo, Quintanar enfatizó el hecho de que el concepto de las fiestas arriba mencionadas fue tomado de una manera muy amplia y general como motivación para la composición, pero que no hay en la partitura ninguna intención descriptiva o programática. Fiestas fue estrenada el 30 de diciembre de 1976 en el concierto sinfónico con el que se inauguró formalmente la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario, recién diseñada y construida por Arcadio Artis, Orso Núñez y otros arquitectos universitarios. En esa ocasión la Orquesta Filarmónica de la UNAM estuvo bajo la batuta del propio Héctor Quintanar, quien además de su propia obra dirigió composiciones de Chávez, Jerusalén, Sumaya y Beethoven.