Chaikovski, Piotr Ilyich - Sinfonía No. 2 en do menor, Op. 17, Pequeña rusa

Piotr Ilyich Chaikovski (1840-1893)

Sinfonía No. 2 en do menor, Op. 17, Pequeña rusa

Andante sostenuto. Allegro vivo
Andantino marziale, quasi moderato
Scherzo. Allegro molto vivace
Finale. Moderato assai. Allegro vivo

Dondequiera que se discute la música de Chaikovski, verbalmente o por escrito, se hace un uso bastante libre de los adjetivos, tratando de hallar alguno que le convenga con exactitud al famoso compositor ruso: emocional, atormentado, banal, sentimental, melcochoso, superficial, almibarado, débil, neurótico. ¿Neurótico? Respecto a este último calificativo, Hans Keller nos dice lo siguiente:

Nuestra era ha producido la noción del artista neurótico. ¿Debemos culpar a nuestra era, o al artista? El crítico de Chaikovski no puede menos que interesarse en esta cuestión porque para muchos, Chaikovski es el artista neurótico por excelencia. La sinfonía llamada Patética (el mismo Chaikovski retiró este título) llena siempre el Albert Hall de Londres. ¿Acaso se reúnen ocho mil personas simultáneamente para oír a Chaikovski compadecerse de sí mismo? No hay duda de que en la Patética existen complejos emocionales que en la vida pueden originar la neurosis (no hay complejos neuróticos como tales: depende de lo que el individuo haga con ellos). No hay duda de que algunas de las emociones que Chaikovski expresa con asombrosa franqueza pueden estimular la autocompasión en los que lo escuchan y ellos, a su vez, de inmediato proyectan sus propios sentimientos en Chaikovski. Si lo hacen, son ellos los que se están comportando en una forma neurótica, no porque hayan estado en contacto con una forma neurótica del arte sino porque son incapaces de enfrentar una instancia particular de la realidad artística, incapaces quizá de enfrentarse a ninguna emoción expresada con energía. Probablemente sea esta claridad con la que Chaikovski expresa sus emociones la causa de que muchos melómanos sofisticados aún lo subestimen como sinfonista, mientras que sus obras menores son bien apreciadas: su música de ballet y su música de salón que, como casi todo lo que compuso, nos ofrece el flujo característico de su invención melódica.

Por el texto anterior, podemos suponer que Hans Keller no considera al elemento emocional como un impedimento para la comprensión de las sinfonías de Chaikovski.
En el verano de 1872 Chaikovski hizo un viaje a Kamenka, en la provincia de Kiev, para visitar a su hermana Alexandra. Las canciones que oyó en labios de los habitantes de este pequeño pueblo de Ucrania (conocida como Pequeña Rusia para bochorno de los ucranianos) inspiraron a Chaikovski para emprender la composición de su Segunda sinfonía. La obra fue terminada en Moscú, y durante las vacaciones de Navidad, Chaikovski fue a San Petersburgo, donde mostró el manuscrito de su sinfonía al Grupo de los Cinco (Rimski-Korsakov, Borodin, Cui, Balakirev y Mussorgski). Los cinco se entusiasmaron con la obra, ya que su empleo del material folklórico parecía acercar a Chaikovski a los ideales nacionalistas del grupo.

El sobrenombre de Pequeña rusa con el que hoy conocemos a la Segunda sinfonía de Chaikovski no fue idea del compositor, sino de Nikolai Kashkin, un crítico musical contemporáneo suyo, y se debe al empleo de las melodías ucranianas ya mencionado. La Segunda sinfonía de Chaikovski fue estrenada el 7 de febrero de 1873 en Moscú bajo la dirección de Nikolai Rubinstein y fue muy bien aceptada por el público. A pesar del éxito, el propio Chaikovski no quedó muy satisfecho con su sinfonía y la revisó en 1879, alterando drásticamente los movimientos primero y tercero, y recortando una parte sustancial del cuarto. Esta nueva versión fue estrenada el 12 de febrero de 1881 en San Petersburgo, bajo la dirección de Karl Zike. Al escuchar esta sinfonía, sigue siendo incomprensible el hecho de que, al igual que las sinfonías Primera y Tercera de Chaikovski, reciba un mínimo de atención por parte de directores, orquestas y públicos, en favor de constantes y repetitivas ejecuciones de las últimas tres sinfonías del compositor ruso. Quizá el gusto popular por la Cuarta, la Quinta y la Patética, dado su alto contenido emocional, coloque al público en el plano neurótico al que se refería Hans Keller en el texto arriba citado.

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