Wellesz, Egon - Sinfonía No. 1, Op. 62

Egon Wellesz (1885-1974)

Sinfonía No. 1, Op. 62

Largo. Adagio. Allegro energico
Allegro agitato quasi presto
Molto adagio sostenuto

El austriaco Egon Wellesz no es un compositor muy conocido ni difundido; sus obras aparecen con muy escasa frecuencia en los programas de concierto, a pesar de tener un catálogo de obras bastante variado e interesante. Y en más de una ocasión, sus logros como creador han sido discutidos más en términos de comparación con la música de otros compositores que por sus propios méritos. Sin embargo, a Wellesz se debe el haber enunciado antes que nadie un importante concepto que es indispensable para el estudio y comprensión de la música moderna y contemporánea. En el año 1912, Wellesz publicó un ensayo bajo el título francés de Schönberg etla jeune école viennoise, es decir, Schoenberg y la joven escuela vienesa. Gracias a Wellesz y su texto, hoy en día se habla (y mucho) de lo que al paso del tiempo llegó a conocerse como Segunda Escuela de Viena, movimiento estético-musical de alto impacto anclado en el pensamiento y la música de Arnold Schoenberg (1874-1951), Alban Berg (1885-1935) y Anton Webern (1883-1945).

Como ha ocurrido una y otra vez en la historia de la música, la vocación de Egon Wellesz fue súbitamente sacudida y encaminada por un suceso particular: su asistencia a una función de la seminal ópera alemana El cazador furtivo, de Carl Maria von Weber (1786-1826), dirigida por Gustav Mahler (1860-1911). Además de realizar estudios formales en la Universidad de Viena, Wellesz asistió con frecuencia a los ensayos de Mahler y, poco más tarde, se convirtió en alumno de Schoenberg y amigo de Webern; al paso del tiempo, Wellesz habría de ser el primer biógrafo de su ilustre maestro. De interés particular para un primer acercamiento al estudio de Wellesz y su música es su perfil cultural y académico; hablaba y escribía en varios idiomas, y realizó destacados estudios musicológicos, particularmente en las áreas de la ópera barroca y los himnos bizantinos. De hecho, la colección de sus escritos sobre estos y otros temas es tan interesante como su producción musical.

En 1938, como consecuencia de la anexión de Austria por los nazis, Wellesz, de sangre judía, tuvo que abandonar su natal Viena y terminó por establecerse en Oxford, en cuya prestigiosa universidad realizó una brillante y muy admirada trayectoria como académico. El musicólogo Robert Layton comenta lo siguiente sobre el paso de Wellesz por Oxford:

En Oxford Wellesz se convirtió en un apreciado e influyente maestro, y fue ahí donde emprendió la composición de la serie de nueve sinfonías que lo ocupó durante las últimas tres décadas de su vida.

Cabe aquí una breve interrupción para comentar que la música y la figura de Wellesz son tan poco conocidas, que cuando se menciona la vieja leyenda de que han sido muchos los compositores que sólo llegaron a su novena sinfonía, el nombre de Wellesz nunca se menciona en la lista. El caso es que el compositor vienés se dedicó a la redacción de sinfonías hasta los últimos años de su vida, firmando el manuscrito de su Sinfonía No. 9 en 1971, tres años antes de su muerte. He aquí, de nuevo, la voz de Robert Layton:

La Sinfonía No. 1 (1945), que fue estrenada por la Orquesta Filarmónica de Berlín bajo la batuta de Celibidache, es francamente tonal y en ocasiones mahleriana en sentimiento. El tipo de lenguaje que parecía ser relevante en el clima de Viena antes de la guerra no pareció ser para él una salida expresiva natural, y sus sinfonías lo muestran usando los descubrimientos del sistema de doce notas a la luz de una respuesta intuitiva más que al llamado esquemático de una doctrina.

Si uno escucha con atención la Sinfonía No. 1 de Wellesz podrá descubrir fácilmente los elementos mahlerianos a los que se refiere Layton; sin embargo, más allá de las similitudes, el lenguaje de Wellesz es armónicamente más austero, y la orquestación más sobria y oscura. Y si bien es cierto que también es posible hallar aquí la influencia de Schoenberg y su escuela, el oyente conocedor se sorprenderá quizá al percibir fugaces pinceladas del estilo sinfónico de Anton Bruckner (1824-1896). El estreno de la obra, mencionado arriba en la cita de Robert Layton, ocurrió en Berlín el 14 de marzo de 1948.

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