Haydn, Franz Joseph - Sinfonía No. 92 en sol mayor, Hob. Oxford

Franz Joseph Haydn (1732-1809)

Sinfonía No. 92 en sol mayor, Hob. Oxford

Adagio - Allegro spiritoso
Adagio
Menuet (Allegretto)
Presto

Ante la agradable necesidad de sentarme a escribir un texto sobre la Sinfonía Oxford de Haydn, lo primero que se me ocurre es que si bien la historia de la música abunda en obras que llevan títulos referidos a lugares específicos, por lo general los nombres de ciudades están reservados a las sinfonías. Esto tiene una lógica bastante clara: si la ciudad es el Gran Lugar y la sinfonía es la Gran Forma, es justo que sean las sinfonías las que por lo general lleven el nombre de las ciudades. Así, un rápido e incompleto repaso memorioso me permite recordar la Sinfonía Londres de Vaughan Williams, la Sinfonía Leningrado de Shostakovich, las sinfonías que llevan los nombres de París, Praga y Linz en el catálogo de Mozart, por mencionar sólo algunas de las más conocidas. Y claro, este recordatorio no podría estar completo sin incluir aquellas de las sinfonías de Haydn que también llevan el nombre de alguna ciudad: la Sinfonía No. 104, Londres, y la Sinfonía No. 92, Oxford.

Las sinfonías que llevan los números 90, 91 y 92 en el catálogo de Haydn le fueron encargadas al compositor en 1789 por Claude François Marie Rigoley, conde de Ogny, interesante personaje del mundo cultural del siglo XVIII, quien entre otras cosas tenía a su cargo los famosos Concerts de la Loge Olympique en París, conciertos que fueron fundamentales en el desarrollo del ambiente musical de la capital francesa. No sería esta la primera vez que Haydn escribiera sinfonías para el conde de Ogny; hacia 1784 ó 1785, el mismo noble personaje había encargado a Haydn la creación de seis sinfonías para los Concerts de la Loge Olympique, encargo al que el compositor respondió con las sinfonías que llevan los números 82 a 87 de su catálogo, y que hoy son conocidas colectivamente como las Sinfonías París. Así, Haydn respondió al nuevo encargo del conde con las tres sinfonías mencionadas arriba, pero la historia nos cuenta que el compositor, quizá en un momento de estrechez económica o de alguna disputa con el conde de Ogny, vendió los manuscritos de estas tres sinfonías a un amigo y admirador suyo, el príncipe Oettingen-Wallerstein.

Como ha ocurrido en numerosas ocasiones en la historia de la música, la tercera de las sinfonías de la trilogía encargada a Haydn por el conde Ogny debe su título a una circunstancia fortuita. Allá por el año de 1791, Haydn viajó a Inglaterra para recibir de la Universidad de Oxford un doctorado honorífico que le confería esa prestigiosa casa de estudios. Se dice que la intención de Haydn era ofrecer en Oxford el estreno de una sinfonía compuesta especialmente para la ocasión. Sin embargo, al compositor le faltó tiempo para escribir esa nueva sinfonía, de modo que simplemente tomó la Sinfonía No. 92 y la presentó ante los ilustres académicos de Oxford.

¿Qué pensaba Haydn de sus sinfonías 90, 91 y 92? En una carta fechada el 17 de octubre de 1789, Haydn escribió lo siguiente:

Ahora me permito rogarle humildemente que diga al Kapellmeister que estas tres sinfonías, debido a sus numerosos efectos especiales, deben ensayarse antes de su estreno por lo menos una vez con sumo cuidado y una decidida concentración.

Este fragmento epistolar es fascinante porque por una parte dice mucho de las extrañas costumbres musicales del siglo XVIII respecto a los ensayos de las obras nuevas, y por otra parte nos habla del ámbito novedoso y experimental que Haydn confirió a estas tres obras. Es preciso señalar que la expresión efectos especiales no debe tomarse como una simple referencia a trucos sonoros para sorprender al público, sino a una auténtica vocación de exploración formal y tímbrica por parte del compositor. Esto se hace evidente durante la audición cuidadosa de esta la Sinfonía No. 92, sin duda uno de los mayores logros de Haydn en el campo de la creación sinfónica.

En el primer movimiento de esta sinfonía es posible encontrar el ejemplo más acabado del desarrollo de la forma sonata en toda la producción sinfónica de Haydn, al decir del musicólogo Charles Rosen. El propio Rosen menciona también que el trío del minueto de la Sinfonía Oxford es una de las grandes bromas musicales de todos los tiempos, ya que Haydn utiliza en él toda su habilidad para confundir al oyente en cuanto a los perfil rítmico de la música, utilizando para ello acentos desplazados y prolongadas pausas. Frente a este juego musical, destaca por contraste la profundidad y nobleza del movimiento lento de la sinfonía. Evidentemente impresionado por los logros de Haydn en esta sinfonía, Charles Rosen llegó a afirmar que el compositor no llegó a las alturas de la Sinfonía Oxford en ninguna de las doce sinfonías que compuso después de ésta.

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