Juan Arturo Brennan
Aproximarse al poema sinfónico como forma musical y en especial a los poemas sinfónicos de Richard Strauss implica necesariamente la referencia a un elemento característico de la expresión musical del siglo XIX: la autobiografía puesta en música. El problema que esto representa es una posible falta de especificidad musical. Ello quiere decir que si se da un vistazo rápido y somero a la historia del arte occidental, la presencia del impulso autobiográfico es clara y definida a lo largo de todas las épocas, en todas las artes, en todos los géneros y estilos. El pintor flamenco Jan van Eyck, al realizar su famoso Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa, decide pintarse a sí mismo reflejado en el espejo que aparece tras la pareja. Marcel Proust se lanza En busca del tiempo perdido y traza la historia de su vida a través de una riquísima alegoría en la que el punto focal es la búsqueda de la elusiva verdad. Y después llegaron los compositores: el primer gran hito autobiográfico de la historia de la música es probablemente la Sinfonía fantástica (1830), que lleva por subtítulo Episodios en la vida de un artista, compuesta por Héctor Berlioz (1803-1869). Seguramente Berlioz no fue el primer compositor en utilizar la música con intenciones autobiográficas, pero sí fue el primero que lo asumió con una claridad que no dejaba lugar a dudas, y fue también el que dio origen a una larga secuela de músicas autobiográficas. A partir de ello, es fácil establecer una asociación directa entre el poema sinfónico y la autobiografía.
Cuando Franz Liszt (1811-1886) inventó, por decirlo así, el poema sinfónico, se dedicó a la descripción de situaciones, ideas y personajes muy diversos, a través de sus 13 obras en este género: Hamlet, Los preludios, Orfeo, Prometeo, Mazeppa, Tasso, Hungaria, son algunos de los temas abordados por el compositor húngaro. A partir de Liszt el poema sinfónico se hizo más libre, más rico en los recursos orquestales aplicados a la descripción de ideas extra-musicales y, sobre todo, más amplio en cuanto a los posibles temas a abordar. Sin duda, el gran héroe de la tradición del poema sinfónico es Richard Strauss, y si bien en la actualidad no todos sus poemas sinfónicos son considerados como obras maestras, es un hecho que hasta hoy nadie ha enriquecido el repertorio del poema sinfónico en la medida que lo hizo Strauss. He aquí la lista de los poemas sinfónicos del compositor bávaro:
Desde Italia, 1887
Macbeth, 1887
Don Juan, 1888
Muerte y transfiguración, 1889
Till Eulenspiegel, 1895
Así hablaba Zaratustra, 1896
Don Quijote, 1897
Una vida de héroe, 1898
Sinfonía doméstica, 1903
Sinfonía alpina, 1915
No se extrañen los puristas de ver dos sinfonías en esta lista de poemas sinfónicos. De hecho, tanto la Doméstica como la Alpina, a pesar de su designación, no son sinfonías en el sentido tradicional, sino poemas sinfónicos expandidos en su duración, desarrollo y recursos musicales.
De las obras citadas arriba, Don Juan, Muerte y transfiguración y Till Eulenspiegel son obras maestras indiscutibles; Zaratustra, Quijote y Héroe forman lo que podría llamarse el segundo escalón de los poemas sinfónicos de Strauss, y no deja de ser interesante el hecho de que los tres se refieren a sendos personajes. El héroe en cuestión, como podrá imaginar el lector, es el propio Strauss. En su tiempo, la creación de este peculiar poema sinfónico le acarreó al compositor una verdadera avalancha de críticas negativas. ¿Cómo era posible que un compositor que se respetaba como tal se atreviera a colocarse como protagonista de una de sus propias composiciones? ¿Cómo se atrevía a describir a sus enemigos con tanta saña musical, con tanta cacofonía? ¿Qué le daba derecho a emplear semejantes recursos orquestales para glorificarse a sí mismo, describiendo desvergonzadamente su triunfo sobre sus oponentes?
Richard Strauss se dedicó a la composición de esta obra autobiográfica a partir del verano de 1898, y él mismo dirigió su estreno absoluto en Frankfurt, el 3 de marzo de 1899. Sobra decir que tal estreno fue uno de los puntos más tormentosos de la vida de Strauss. Además de los detalles autobiográficos personales, que son más o menos descifrables según la mayor o menor vocación romántica de quien escucha el poema sinfónico, Una vida de héroe está lleno de citas musicales a través de las cuales Strauss se refiere a sí mismo y a su obra; ahí están las citas de Don Juan, del Zaratustra, de Don Quijote, de Till Eulenspiegel, de Macbeth, de la ópera Guntram y de algunas otras piezas de su catálogo. El punto culminante de Una vida de héroe es la gran batalla entre el héroe y sus adversarios, batalla de la que Strauss sale victorioso, como era de esperarse. No es extraño que haya sido esta parte de la obra la que más violentas críticas produjo. Porque, ¿saben ustedes quiénes eran los enemigos que Strauss describió con tanta violencia y venció tan categóricamente en Una vida de héroe? Los críticos musicales, ni más ni menos. Touché, como dicen los franceses.
La partitura de Una vida de héroe, cuya carátula indica con toda claridad que se trata de una obra für grosses Orchester ('para gran orquesta'), está dedicada al director holandés Willem Mengelberg y a la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam.