Bruckner, Anton - Sinfonía No. 3, WAB 103

Anton Bruckner (1824 - 1896)

Sinfonía No. 3, WAB 103

Gemässigt, mehr bewegt, misterioso
Andante. Bewegt, feierlich, quasi adagio
Scherzo. Ziemlich schnell
Finale. Allegro

El bueno de Anton Bruckner, asiduo compositor, hombre recto, religioso, disciplinado y ascético, carecía de la malicia necesaria para meterse en la densa política musical de la segunda mitad del siglo XIX en la capital del imperio austro-húngaro. Esa falta de la mundana habilidad para intrigar, complotar y conspirar le acarreó a Bruckner varios problemas, el más grave de los cuales le causó serios dolores de cabeza durante muchos años. No deja de ser curioso que este problema haya surgido, de la manera más inocente, el mismo día en que Bruckner tuvo su primer contacto importante con la música de Richard Wagner (1813-1883). El 13 de febrero de 1863 Bruckner asistió en la ciudad de Linz a una representación de la ópera Tannhäuser y de inmediato fue cautivado por la magia musical (que no por la hechicería dramática) de Wagner. Estudioso como siempre, Bruckner obtuvo la partitura de Tannhäuser, que examinó a fondo, y en los meses subsecuentes asistió a sendas representaciones de otras dos óperas de Wagner, Lohengrin y El Holandés Errante. Con ello, la conversión wagneriana de Bruckner quedó completa y a partir de ese momento sería un ferviente admirador de Wagner y su música.

Diez años después, en 1873, Bruckner abordó la creación de su Tercera sinfonía, obra en la que la conexión estilística wagneriana es especialmente evidente. En 1865 Bruckner había tenido el placer inmenso de conocer personalmente a Wagner y durante los años siguientes vivió con la convicción de que por ese solo encuentro había quedado en deuda perpetua con el Maestro, que era como Bruckner llamaba a Wagner. Así, en 1873 el rústico sinfonista austríaco halló la oportunidad perfecta para pagar esa deuda imaginaria. Para marzo de ese año Bruckner había terminado su Tercera sinfonía y en el verano escribió a Wagner una carta en la que le pedía su venia para enviarle las partituras de la Segunda y Tercera sinfonías. Al no recibir respuesta de Wagner, Bruckner se armó de valor y emprendió el camino hacia Bayreuth con sus partituras bajo el brazo. Wagner pasaba en ese entonces por un período especialmente agitado de su vida profesional, involucrado de lleno en su monumental Tetralogía operístico-mitológica, y en la construcción de su teatro de ópera en Bayreuth. Aún así se dio tiempo para recibir brevemente a Bruckner. Echó un rápido vistazo a la Segunda sinfonía, dando su aprobación indiferente, pero al ver la partitura de la Tercera, pareció interesarse genuinamente por ella, de modo que le pidió a Bruckner que se la dejara para estudiarla con detenimiento. Por la tarde, Bruckner volvió a la casa de Wagner y éste le manifestó que con gusto aceptaría la dedicatoria de la sinfonía. Así, Bruckner y Wagner bebieron varias cervezas para celebrarlo, lo que ocasionó que al día siguiente el pobre Bruckner no pudiera acordarse de cuál de las dos sinfonías había elegido Wagner. Entonces, escribió una nota al Maestro, en la que le preguntaba: "¿La Sinfonía en re menor, donde la trompeta anuncia el tema?" Y Wagner, extrañamente cordial, le envió la respuesta de inmediato: "Sí, sí, mis mejores deseos." Entonces Bruckner estampó en la partitura la dedicatoria formal a Richard Wagner y a partir de entonces Wagner se refirió a su admirador como Bruckner, la trompeta.

El remate de esta curiosa anécdota musical se conecta directamente con el hecho de que ese primer tema del primer movimiento de la obra, anunciado con toda solemnidad por la trompeta, no sólo es un material musical utilizado para el desarrollo de toda la sinfonía, sino también uno de los temas más nobles creados por Anton Bruckner. Esa nobleza no evitó que Bruckner se encontrara de pronto con el problema mencionado arriba. El medio musical vienés era dominado en ese entonces, a base de terrorismo puro, por el feroz crítico Eduard Hanslick, quien profesaba una admiración ilimitada por Johannes Brahms (1833-1897) y un desprecio igualmente grande por Wagner. Así, el inocente Bruckner fue involucrado en esta pugna musical muy a pesar suyo, y su cercanía a Wagner le acarreó duros ataques por parte de Hanslick, quien hizo todo lo posible por obstaculizar la promoción y difusión de sus sinfonías en Viena. Como era su costumbre, Bruckner se dio casi de inmediato a la tarea de revisar la Tercera sinfonía. La primera revisión de la obra data de 1874, mientras que la segunda es de 1876-1878. Muchos años más tarde, en 1888-1889, el compositor hizo una última revisión de la partitura, en la que probablemente intervinieron sus bienintencionados pero desorientados alumnos y admiradores. El estreno de la obra tampoco fue fácil, ya que inicialmente fue rechazada por la Filarmónica de Viena y su director Otto Dessoff, en más de una ocasión. Más tarde, en la temporada 1877-1878 el director Johann Herbeck se comprometió a estrenarla, siguiendo así su conducta de apoyo generoso a la música de Bruckner. Para desgracia del compositor, Herbeck murió antes de la fecha señalada, y la tarea de dirigir el estreno de su Tercera sinfonía recayó en el propio Bruckner. Sus habilidades como director de orquesta eran muy limitadas, de modo que el estreno de la obra (16 de diciembre, 1877) resultó un desastre total. Este desastre no sería mitigado sino hasta 1890 cuando Hans Richter, que sí sabía qué hacer con una enorme sinfonía y una gran orquesta, dirigió en Viena la última versión (1888-1889) de la Tercera sinfonía de Bruckner. Hasta la fecha, directores de orquesta y musicólogos debaten ferozmente sobre la validez relativa de las distintas versiones de ésta y de otras sinfonías de Bruckner. Al parecer, la única conclusión más o menos equilibrada, fuera de preferir las versiones originales a ultranza, es la de aceptar que en cualquiera de sus versiones las sinfonías de Anton Bruckner son monumentos sonoros de una belleza singular; la Tercera sinfonía no es una excepción.

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