El festín de los enanos
Antes de entrar en materia, una observación cronológica: en media docena de fuentes consultadas sobre José Rolón y su obra, se citan otros tantos años como su fecha natal: 1875, 1876, 1877, 1878 y 1883. ¿A quién creerle?
En un intento por aglutinar la vocación nacionalista del medio musical mexicano, se realizaron en 1926 y 1928 dos Congresos Nacionales de Música, a convocatoria de la Universidad Nacional y el periódico El Universal. El primero de estos congresos se llevó a cabo en septiembre de 1926 y tuvo como sede principal la Escuela Nacional de Minería. Una parte importante de este Primer Congreso Nacional de Música fue la realización de una serie de trabajos de investigación sobre diversos temas pertinentes a la música de México. La otra parte significativa del congreso estuvo concentrada en la celebración de concursos en las áreas de canto, piano, violín, violoncello, composición y música de cámara. Como suele ocurrir en estos casos, fue el concurso de composición el que dejó una huella más permanente de lo realizado en el Primer Congreso Nacional de Música. El primer premio fue para El festín de los enanos, de José Rolón; el segundo fue declarado desierto; y el tercero fue otorgado a Imágenes de Candelario Huízar. Estas y muchas otras partituras de música mexicana pudieron haberse quedado guardadas en un cajón durante muchos años si no hubiera sido por el hecho de que poco después de la realización de este concurso tuvo lugar uno de los acontecimientos más importantes de nuestra historia musical: el nacimiento de la Orquesta Sinfónica de México. El Sindicato de Músicos del Distrito Federal había detectado desde tiempo atrás la necesidad de contar con una orquesta sinfónica profesional y estable, pero un par de intentos de consolidarla habían fracasado por falta de acuerdos y consensos en temas tanto artísticos como logísticos y sindicales. Finalmente, los esfuerzos rindieron fruto y en el año de 1928 nació la Orquesta Sinfónica Mexicana bajo la dirección de Carlos Chávez; al año siguiente, el conjunto cambió su nombre por el de Orquesta Sinfónica de México y durante un largo período fue un motor importante en la promoción de nuestra música sinfónica. Al año siguiente de su fundación, en 1929, la Orquesta Sinfónica de México realizó el estreno de El festín de los enanos de Rolón, bajo la batuta de Silvestre Revueltas.
La audición de El festín de los enanos permite descubrir un scherzo sinfónico ligero y divertido que se mueve en un ámbito básicamente tonal, sazonado aquí y allá con algunas disonancias no demasiado temerarias. En su espíritu, la obra muestra tendencias claramente nacionalistas, aunque en ciertos momentos se adivinan toques impresionistas muy interesantes. (De hecho, hay quienes afirman que El festín de los enanos es la primera obra claramente nacionalista de Rolón.) A manera de contraste, la obra presenta una breve sección lenta poco antes de su extrovertido final. Ahora bien, si esta aproximación a El festín de los enanos tuviera que ser matizada con una comparación, no sería del todo descabellado hacer algunas analogías entre esta obra de Rolón y El aprendiz de brujo de Paul Dukas (1865-1935). Esta afirmación surge, en primera instancia, de los evidentes puntos de contacto que hay en el sonido de los enanos de Rolón y el aprendiz de Dukas; pero más allá de esto, y en el ámbito de lo tangible, está el hecho de que Rolón estudió con Dukas durante su segundo período de aprendizaje en Francia. Al margen de lo que Dukas pudiera haberle enseñado a Rolón específicamente en el campo de la composición, le aconsejó algo que sin duda resultó importante para que el compositor mexicano olvidara sus dudas de orientación estilística y se decidiera a dar una voz propia a su música. Este consejo consistió en estudiar todas las técnicas y todas las estéticas posibles, para olvidarlas de inmediato. Respecto a este singular consejo de su maestro Paul Dukas, Rolón comentó lo siguiente:
“¡Qué filosofía tan profunda encierran estas palabras para un músico moderno! Aprender todo para luego olvidarlo y ser uno mismo, auténtico y libre. Creo que éste es mi camino a seguir.”
Y aunque parezca contradictorio, Rolón encontró muy pronto su voz propia y al mismo tiempo integró a su catálogo obras en las que la sombra de otros está claramente presente. Es el caso, sin duda, de El festín de los enanos, en el que la sombra de Francia y la presencia de Dukas son nítidamente perceptibles. Para detectarlas, basta simplemente con escuchar los últimos compases de la pieza de Rolón y compararlos con las páginas finales de El aprendiz de brujo. Para cerrar elegantemente un curioso círculo de relaciones musicales, citaré un fragmento de una nota de Manuel M. Ponce (1882-1948), otro compositor mexicano que estuvo en contacto con Paul Dukas, en la que hace un breve análisis de la música de Rolón. Escribió Ponce:
Al emprender su segundo viaje a París, José Rolón llevaba en su maleta* El festín de los enanos*, scherzo para grande orquesta. En esta obra puede señalarse un doble dominio en el arte de la orquestación: los grupos de instrumentos se mezclan en combinaciones que impiden la rigidez de las viejas fórmulas orquestales y el pequeño tema, de carácter popular y burlesco, se opone en artístico contraste a la melodía sentimental de la canción.
Este párrafo de Ponce aporta un dato importante para darle un carácter aún más especulativo a la posible relación de El festín con El aprendiz: Rolón ya había compuesto su scherzo sinfónico antes de comenzar a tomar clases con Dukas. Para finalizar, una más de mis infaltables excursiones al mundo de la trivia, para recordar algunos otros festines musicales que se añaden a El festín de los enanos de Rolón:
- El festín de Alejandro, de Händel
- El festín de Baltazar, de Sibelius
- El festín de Baltazar, de Walton
- El festín de la araña, de Roussel