PROKOFIEV, SERGEI - Concierto para piano y orquesta No. 3 en do mayor, Op. 26

Sergei Prokofiev (1891-1953)

Concierto para piano y orquesta No. 3 en do mayor, Op. 26

Andante-Allegro
Tema e variazioni
Allegro ma non troppo

¿Puede el verdadero artista permanecer ajeno a la vida y confinar su arte a las estrechas fronteras de la emoción subjetiva? ¿O debe estar donde más se le necesita, donde sus palabras, su música, su cincel, puedan ayudar al hombre a vivir una vida mejor? Es el deber del compositor, como el del poeta, el escultor y el pintor, servir a la humanidad, embellecer la vida humana y señalar el camino hacia un futuro radiante. Ese es el inmutable código del arte, tal y como yo lo veo.

En primera instancia, estas palabras de Sergei Prokofiev indican que era un hombre con un sentido social bien definido. Y por más que se mencionen los elementos disonantes, complicados y astringentes de sus obras, lo cierto es que su música responde claramente a esa visión estética y social; todo ello indica, finalmente, que Prokofiev era una rara avis en el medio en el que se movía: era un hombre honesto y congruente. Así, al margen de que algunas de sus obras sean menos accesibles que otras desde el punto de vista de su inteligibilidad en términos musicales tradicionales, es un hecho que la claridad del pensamiento de Prokofiev está muy presente en su música: nunca queda la menor duda de las intenciones del autor, independientemente del juicio estético que pueda aplicarse a tal o cual obra suya. Entre ellas, una de las más sólidas, compactas y directas es su Tercer concierto para piano.

Como suele suceder en muchos otros casos, esta composición no fue el producto inspirado de un par de semanas de rápido trabajo, sino que tuvo una lenta y prolongada maduración. Los primeros bosquejos de la obra datan del año de 1911. Hacia 1913 Prokofiev tenía ya bastante claro el tema que sirve como base al segundo movimiento del concierto; las variaciones mismas fueron bosquejadas entre 1916 y 1917. Después de todas estas peripecias cronológicas, Prokofiev terminó su Tercer concierto para piano en el año de 1921, durante su estancia en el poblado bretón de St-Brévin-les-Pins. La cronología compositiva del concierto parecería indicar que fueron los años de 1916-1917 los que marcaron el inicio real del interés de Prokofiev por su Tercer concierto para piano. Esto es interesante porque en esos mismos años el compositor escribió una de sus obras más conocidas y populares, la Sinfonía clásica. En referencia a ese período, Prokofiev escribió años más tarde lo siguiente:

Pasé el verano de 1917 en total soledad en los alrededores de Petrogrado. Leí a Kant y trabajé mucho. A propósito, no hice llevar mi piano a Petrogrado, porque quería tratar de componer sin él. Hasta ese momento, yo había escrito generalmente con el piano, pero quería establecer el hecho de que el material temático desarrollado sin el piano resulta mejor. Al ser transferido al piano, a primera vista parece extraño, pero después de varios intentos, queda claro que esta es la única forma de llevarlo a cabo.

De esta línea de pensamiento surgieron los contornos claros y límpidos de la Sinfonía clásica y de otras obras posteriores de Prokofiev, entre ellas el Tercer concierto para piano. A la luz de esta tendencia de Prokofiev a asumir un retorno a las raíces clásicas, no deja de ser extraño el hecho de que el estreno de su Tercer concierto para piano haya sido un fracaso; fue realizado el 26 de diciembre de 1921 con Prokofiev como solista y Frederick Stock al frente de la Orquesta Sinfónica de Chicago, y tuvo una recepción muy fría por parte de público y crítica. A este respecto, no hay que olvidar que Prokofiev era considerado entonces como un modernista de vanguardia, y que su música era escuchada con cierta sospecha. Como dato interesante puede mencionarse el hecho de que casi treinta años más tarde, en 1949, el compositor estadunidense Aaron Copland (1900-1990) escribió un artículo en defensa del modernismo en la música, y en él realizó una muy personal clasificación de los compositores considerados modernistas, de acuerdo a su mayor o menor accesibilidad. Decía Copland:

Muy fáciles: Shostakovich, Khachaturian, Poulenc, Satie, Vaughan Williams, Thomson, Schoenberg y Stravinski en su primera época. Más o menos accesibles: Prokofiev, Harris, Villa-Lobos, Bloch, Walton. Más o menos difíciles: Stravinski tardío, Bartók, Chávez, Milhaud, William Schumann, Honegger, Britten, Hindemith, Piston. Muy difíciles: Schoenberg tardío, Berg, Webern, Varèse, Krenek, Ives, Sessions.

Además de su valor como curiosidad histórica, esta lista puede motivar la imaginación y llevarla a especular sobre la hipotética posibilidad de tener listas semejantes de todas las épocas de la música, y observar cómo los compositores van cambiando de una categoría a otra con el paso del tiempo.

El caso es que el Tercer concierto para piano del más o menos accesible Prokofiev fue mejor recibido por los artistas que por el público: Prokofiev mismo lo tocó para su amigo, el poeta Balmont, quien quedó tan conmovido con la obra que le compuso un soneto. Después del frío estreno, la obra corrió progresivamente con mejor suerte; Prokofiev la tocó en 1925 en Nueva York con cierto éxito, y el estreno en Moscú, realizado en 1927, fue un triunfo rotundo. Considerando las veleidades de la posteridad, puede decirse que Prokofiev corrió con suerte: le llevó sólo seis años convertir su Tercer concierto para piano, de un fracaso relativo, en un éxito absoluto. ¡Cuántos compositores quisieran tener igual suerte con sus obras!

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