FABINI, EDUARDO - *Campo*

Eduardo Fabini (1882-1950)

Campo

Originario del pequeño pueblo de Solís de Mataojo, en el departamento de Lavalleja, el compositor Eduardo Fabini es considerado como el más importante músico uruguayo de su generación, una generación que tenía como cimiento de su trabajo creativo una concepción todavía nacionalista y regionalista de la música. Fabini fue además, según sus biógrafos, el primer compositor uruguayo en adquirir una reputación internacional. Distintos estudiosos asignan a distintas fechas y acontecimientos el surgimiento de Fabini en el ámbito mundial de la música, pero muchos de ellos coinciden en que su gran momento en este sentido ocurrió el 25 de agosto de 1923, cuando Richard Strauss (1864-1949) dirigió su poema sinfónico Campo en el Teatro Colón de Buenos Aires. Esta obra es considerada como la cima del nacionalismo sinfónico uruguayo. Durante su preparación como músico, Fabini dedicó una parte importante de su trabajo al estudio del violín, actividad en la que avanzó lo suficiente como para llegar a estudiar en el Conservatorio de Bruselas con el gran violinista y compositor Eugène Ysaÿe (1858-1931); más tarde fue alumno de César Thomson, sucesor de Ysaÿe en el conservatorio. Antes de dejar la capital belga, Fabini se graduó con un primer premio en violín. Fue precisamente en Bruselas que Fabini escribió la que probablemente sea su pieza más conocida, al menos fuera del Uruguay: el Triste No. 1, concebido primeramente para guitarra y recreado más tarde para piano por el propio Fabini después de haber perdido el manuscrito original. Desde el punto de vista estilístico, es posible asignarle a Fabini una deuda importante con el impresionismo, ya que en muchas de sus partituras es posible hallar una buena síntesis de los elementos nacionales con algunos de los parámetros más notables del lenguaje impresionista. Otras fuentes indican, además, que el ancla más sólida de Fabini en la música del siglo XIX fue la figura de Johannes Brahms (1833-1897), y que entre los autores que el compositor uruguayo solía mencionar con más frecuencia como sus guías espirituales están Monteverdi, Pergolesi, Haydn, Mozart, Verdi y Stravinski. Si bien Fabini fue un artista siempre ligado de cerca de su tierra, también tuvo algunos contactos importantes con la cultura de otros países; en 1927 y 1928 fue agregado cultural de la embajada del Uruguay en los Estados Unidos, pero su producción posterior deja en claro el hecho de que su pensamiento creativo no fue influido por la cultura musical estadunidense. De regreso en Uruguay, Fabini siguió componiendo, aunque su producción comenzó a disminuir claramente a partir de 1938. En el año de 1940 se dio a conocer una obra importante de un colega suyo, la Toccata para orquesta de Héctor Tosar (1923-2002), que provocó en Fabini una reacción inusualmente honesta. Al escuchar la pieza, Fabini declaró que “esa pieza me indica que mi tiempo ha terminado.” En efecto, la aparición de Tosar en el panorama musical uruguayo dejó claro que la música de su país ya estaba lista para emprender caminos más universales, alejados del nacionalismo y el folklorismo. Así, Fabini dejó de componer (rechazando incluso el insistente pedido de Andrés Segovia para escribirle un concierto para guitarra) y dio paso a las nuevas generaciones, que siempre vieron en él a un precursor importante de la música uruguaya de concierto. No deja de ser irónico, en este contexto, que una de las más lúcidas aproximaciones a Fabini haya sido expresada precisamente por Héctor Tosar:

Decir de Fabini que es un folklorista o un nacionalista no es adelantar nada en absoluto sobre el carácter de su música; ésta posee, por cierto, un marcado acento regional, criollo, pero lejos de ser una reconstrucción más o menos estilizada de nuestras melodías y ritmos más característicos, resume más bien en forma general, y por medios difíciles de precisar, los rasgos predominantes de nuestra tierra y los sentimientos que ella despierta en sus habitantes.

Si bien Fabini dedicó una parte sustancial de su trabajo a la creación de canciones, himnos y piezas breves, también creó un catálogo sinfónico de cierta importancia. En este rubro, lo más importante de su producción se encuentra en el ya citado poema sinfónico Campo, La patria vieja (1926), La isla de los ceibos (1926), Melga sinfónica (1930-1931), Mburucuyá (1932-1933), y Mañana de reyes (1936-1937). La audición de Campo permite descubrir una obra ecléctica en la que conviven gestos regionalistas, pinceladas impresionistas, fugaces alusiones modernistas (Stravinski, por ejemplo) e incluso algunos apuntes de romanticismo tardío. A una extensa introducción de carácter introspectivo sigue una sección apenas un poco más viva y expresiva; la orquestación es en general discreta, sin pintoresquismos folklorizantes, y acaso hay aquí y allá un par de trazos de espíritu bucólico. Es apenas en sus últimas páginas cuando la música de Campo adquiere un impulso más vivaz, aunque sin perder del todo el espíritu del inicio.

El 29 de abril de 1922, en el Teatro Albéniz de Montevideo, la Asociación Orquestal de Uruguay estrenó Campo, de Eduardo Fabini, bajo la dirección de Vladimir Shavitch.

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