ROLDÁN, AMADEO - *Tres pequeños poemas*

Amadeo Roldán (1900-1939)

Tres pequeños poemas

Tres pequeños poemas
Oriental
Pregón
Fiesta negra

Sí, a Amadeo Roldán se le recuerda en Cuba (y en el mundo) como violinista, compositor, director de orquesta y educador, pero su perfil queda inconcluso si no se mencionan también sus labores como organizador, promotor, y fundador de importantes instituciones musicales; es decir, un creador y un intelectual completo. Junto con su colega Alejandro García Caturla (1906-1940), Amadeo Roldán fue una figura importante en el proceso de renovación de la música cubana de concierto en los inicios del siglo XX, renovación que tuvo como uno de sus principales cimientos la incorporación de elementos tradicionales afrocubanos al ámbito de la música académica.

En 1919 se fundó en La Habana la revista mensual Carteles, que en 1927 se convirtió en semanario, y que dejó de publicarse en 1960. El 13 de febrero de 1927, el destacado escritor cubano Alejo Carpentier publicó en Carteles un texto titulado Amadeo Roldán y la música vernácula. Después de hacer un comentario sobre la primera audición de la Obertura sobre temas cubanos de Roldán, Carpentier menciona como un acontecimiento trascendente para la música cubana el estreno de los Tres pequeños poemas del compositor incidentalmente nacido en París. Bien vale la pena citar partes de ese texto, en el entendido de que fueron escritos por una pluma más que autorizada y creíble. He aquí la voz de Carpentier:

No recuerdo si fue Jean Cocteau quien decía que sólo existían tres maneras de convencer: acariciar, hablar y pegar. Lo cierto es que su elástico aforismo podría utilizarse al mencionar el tríptico orquestal de Roldán.* Oriental nos acaricia; es una caricia un poco acre, en que, por momentos, el placer evoca vagamente el dolor, como en toda verdadera voluptuosidad. Una visión –si queréis literatura- de un paisaje en plenitud de color, bañado por nuestra luz de perenne incendio, que encuentra su paradigma sonoro en una canción santiaguera que sabe ser suave sin melismas y guarda toda la nobleza imponderable de los auténticos aires populares. Pregón nos habla y con tal elocuencia que es su discurso una obra maestra difícil de igualar. Bochorno del mediodía, rumores confusos, exhalaciones de una naturaleza ubérrima, y un sencillo pregón de tamalero que traza su arabesco melódico en un cubanísimo ambiente. El cuadro es perfecto: no falta ni sobra una pincelada. La orquesta se puebla de sonoridades embrujadas y la estilización de los elementos populares es tan hábil, tan maravillosamente justa, que este poema ofrece páginas que dudo mucho hayan sido superadas alguna ve en nuestra música. Fiesta negra nos pega, nos golpea implacablemente. Ráfagas de acordes acotados por formidables golpes de tam-tam, son arrancadas al metal. Atravesamos un momento de violencia; un cúmulo de recias anarquías armónicas se entroniza en la orquesta. Y, sin tardanza, un agrio motivo de rumba se anuncia; el ritmo, seco, obsesionante, todopoderoso, comienza a sacudir frenéticamente los instrumentos; el tema es zarandeado, triturado; se alza de pronto para volver a caer; si se corporeiza lo veríamos saltar de los metales a las maderas como una gruesa pelota roja. La percusión se inquieta, se multiplica; los percutores típicos se unen a la batería tradicional y pueblan el conjunto de nuevas contundencias; distintos ritmos se desintegran, adquieren carácter propio y se combinan en una polirritmia furiosa. La orquesta clama a voz en cuello su áspero motivo; la formidable rumba adquiere proporciones épicas. Y cuando creemos llegada la progresión a su mayor intensidad, cuando esperamos ver rota su dinámica ascensión, por un tour de force *de disposición orquestal, los valores se duplican, los metales enriquecen sus voces, y después de hacer oír por última vez el tema demoníaco, la orgía cae secamente en el silencio –un silencio que la prolonga por contraste.

Más allá de la indudable utilidad específica de este texto para un posible acercamiento a los Tres pequeños poemas de amadeo Roldán, su lectura es a la vez ejemplo y envidia para quienes escribimos sobre música. Cabe señalar que después del texto arriba citado, Carpentier consigna el dato de que el director bajo cuya batuta se estrenaron los Tres pequeños poemas de Amadeo Roldán fue Pedro Sanjuán, quien había sido maestro del compositor. Y, tan interesante como el análisis de Carpentier sobre esta fogosa partitura de Roldán es la descripción que el escritor hace de las reacciones críticas suscitadas por la primera audición de la obra, que por lo pronto quedan como harina de otro costal. Queda también para la especulación, al releer la mención que Carpentier hace del llamado del tamalero dibujado en el Pregón, esta pregunta: ¿cuánto falta para que alguno de nuestros compositores posmodernos escriba una obra sinfónica basada en el famoso Hay tamales, oaxaqueños, calientitos…?

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