RAVEL, MAURICE - *Alborada del gracioso*

Maurice Ravel (1875-1937)

Alborada del gracioso

Cada vez que por estos rumbos se escuchan Las mañanitas, además de celebrar a alguien se recuerda que se ha compuesto mucha música para conmemorar o comentar las primeras horas del día. Así, la Sexta sinfonía de Franz Joseph Haydn (1732-1809) lleva por título La mañana. De una opereta de Franz von Suppé (1819-1895) ha quedado la obertura Mañana, tarde y noche en Viena. Rodolfo Halffter (1900-1987) compuso música para un ballet titulado La madrugada del panadero. Y existen tres oberturas distintas tituladas Una mañana de verano: dos de ellas son piezas para piano, de John Ireland (1879-1962) y Ernest John Moeran (1894-1950), mientras que la otra es un madrigal de Richard Nicholson (ca. 1563-1639). No olvidar tampoco que en 1929 el compositor francés Francis Poulenc (1899-1963) escribió una obra para piano y 18 instrumentos titulada Aubade, que quiere decir alborada, ni más ni menos. La existencia de estas y otras obras de nomenclatura análoga demuestra que el inicio del día ha tenido connotaciones especiales no sólo para los místicos, sino también para los músicos. Claro, son más abundantes las referencias musicales a la noche que a la mañana, pero esa es harina de otro costal.

En el caso particular de Maurice Ravel, su Alborada del gracioso es de especial interés porque, una vez más, permite recordar que los compositores franceses tuvieron siempre una marcada inclinación a componer música de inspiración española. En el catálogo de Ravel es posible hallar su comedia musical La hora española, su Rapsodia española para orquesta, el famoso Bolero, y varias piezas menores inspiradas en danzas de origen español. Pero para llegar a la esencia de la Alborada del gracioso vale la pena hacer un poco de historia y recordar que Ravel, considerado hoy como uno de los máximos exponentes de la buena música francesa de todos los tiempos, tuvo que luchar durante muchos años contra la hostilidad de los críticos y los académicos, que no oían su música con buenos oídos. En el año de 1901 Ravel compitió por primera vez por el prestigiado Premio de Roma, pero obtuvo sólo el segundo lugar de la competencia. Volvió a presentarse al concurso en 1902 y 1903, pero sin éxito. En 1905, de nuevo, Ravel intentó obtener el Premio de Roma, y en esta ocasión el jurado decidió no aprobarlo siquiera en el examen preliminar. Como relativo consuelo, Ravel fue testigo del cambio en la dirección del Conservatorio de París, provocado por la prepotencia del jurado del Premio de Roma.

Fue en ese año de 1905, el de su último y fallido intento por obtener el codiciado premio de Roma, que Ravel escribió sus Espejos para piano, una suite en cinco movimientos en la que el compositor demostraba, a pesar de lo que dijera el jurado, que su talento estaba ya en pleno camino de una revolución en el lenguaje pianístico de su época. La suite Espejos está formada por los siguientes movimientos: Noctuelles; Oiseaux tristes; Une barque sur l’ocean; Alborada del gracioso; La vallée des cloches. Es inmediatamente notable que el título del cuarto movimiento de la suite está anotado por Ravel en español, a diferencia de los demás que están en francés. En su versión original para piano, Espejos fue estrenada por el pianista Ricardo Viñes el 6 de enero de 1906. Dos años después, en 1908, Ravel cedió una vez más a la continua tentación que le asediaba y volvió a la partitura original de la obra para piano con la intención de convertirla en música orquestal. Así, transcribió para orquesta una de las partes de la suite, Une barque sur l‘ocean. Años después, en 1918, Ravel regresó a sus Espejos para piano y transcribió la Alborada del gracioso para una gran orquesta. El estupendo pianista alemán Walter Gieseking, quien se especializó en la interpretación de música francesa, solía decir que la versión original de la Alborada del gracioso era una de las piezas para piano más difíciles de toda la literatura. Por ello, no es casualidad que la versión orquestal de la obra sea también una de las piezas en las que Ravel hizo un mayor alarde de maestría orquestal. En la transcripción sinfónica Ravel pide, entre otras cosas, dos arpas y una gran sección de percusiones en la que, dada la inspiración española, no podían faltar las castañuelas. Con su innegable sabiduría en el manejo de la orquesta, Ravel supo traducir perfectamente las complejidades armónicas de su original para piano, expandiendo orquestalmente algunas ideas, como por ejemplo una sección de la obra en la que las cuerdas están divididas en 24 partes. Y por supuesto, en una obra de este tipo y de este origen, no podía faltar el impulso rítmico que invita a la danza, también evidente en otras obras de Ravel como el Bolero, La valse y la Rapsodia española. La versión orquestal de la Alborada del gracioso fue estrenada el 17 de mayo de 1919 por la Orquesta Pasdeloup, bajo la dirección de Rhené-Baton.

Finalmente, una rápida visita a los diccionarios musicales me permite averiguar que en su sentido original una alborada es “una composición musical a la que se da ese título por describirse en ella el alborear del día. En el fondo es una composición por el estilo de la albada”. Y como no queda más remedio que ir a averiguar qué es una albada, descubro que en la época de los trovadores era el canto de la mañana, por oposición a la serena, que era el canto nocturno. De la albada y la serena de los trovadores surgieron después la alborada de Ravel y las numerosas serenatas de otros compositores. Un texto más específico informa además, para los que gustan de la exactitud, que en aquellos remotos tiempos la alborada se tocaba con caramillo y tamboril.

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