PIAZZOLLA, ASTOR - Tres movimientos tanguísticos porteños

Astor Piazzolla (1921-1992)

Tres movimientos tanguísticos porteños

Allegretto
Moderato
Vivace

El término “porteño” está, y estará, indisolublemente asociado, de manera directa o indirecta, con toda la música de ese gran compositor y bandoneonista que fue Ástor Pantaleón Piazzolla. Más allá de la presencia específica de esa palabra en los títulos de algunas de sus obras, el concepto del puerto (en su acepción más mítica que estrictamente geográfica) se percibe a lo largo y a lo ancho de toda la música de Piazzolla, en el entendido de que probablemente no hay otro género musical en la historia que esté ligado de modo tan potente a una ciudad, en este caso ese singular y efervescente puerto que es Buenos Aires. Todo esto no es sino una confirmación, por si hiciera falta, de que esta música y ese puerto son inseparables, asunto doblemente interesante si uno recuerda que Piazzolla no fue bonaerense, ya que nació en Mar del Plata… que no es sino otro puerto.

Piazzolla trabajó para el legendario Carlos Gardel en el inicio de su carrera, y más tarde fue bandoneonista de una de las más tradicionales orquestas de tango, la de Aníbal Troilo, el famoso Pichuco. Al mismo tiempo que dejaba que el tango se le metiera en los huesos, Piazzolla se preparaba para empresas musicales más ambiciosas, estudiando composición en París con la maestra fundamental de su tiempo, Nadia Boulanger. De la sabia combinación de ambos mundos, el del tango y el de la música de concierto, Piazzolla obtuvo un lenguaje plenamente personal y un sonido absolutamente inconfundible, que si bien es apreciable en sus obras de concierto, lo es más aún en los tangos que compuso para los ensambles tradicionales que fundó y dirigió. Su herencia es doble, y doblemente valiosa. Además de escribir más de trescientos tangos y una cincuentena de partituras cinematográficas, Piazzolla fue sin duda el más notable bandoneonista de su generación, obteniendo del viejo fuelle sonoridades nunca antes escuchadas en el tango. Es posible, sin embargo, hallar una aparente contradicción en el trabajo de Piazzolla y su posición personal respecto al tango. ¿Cómo conciliar lo dicho por Piazzolla respecto a que su intención era hacer tangos para escuchar, con el hecho histórico indiscutible de que el tango nació para ser bailado? Muy fácil: sentarse en una sala de conciertos a escuchar tangos de Piazzolla es una experiencia singular, pero el que quiera bailar, que baile. Para eso es, finalmente, el tango. La enorme capacidad creativa que llevó a Ástor Piazzolla a revolucionar un género tan aparentemente inmutable como el tango se vio particularmente enriquecida por su contacto con los legendarios tangueros arriba mencionados. Cuando Gardel fue a los Estados Unidos en la década de los 1930s a filmar algunas de sus películas, Piazzolla fue contratado para tocar el bandoneón en las pistas sonoras. A través de esa experiencia, pudo ponerse en contacto con la vertiente más tradicional y arraigada del tango clásico. Ello no le impidió, sin embargo, comprender cabalmente el hecho de que en los años posteriores a Mundial, el tango se hallaba en un triste estado de decadencia, por razones culturales, musicales, sociales y hasta políticas. Entonces, Piazzolla asumió una tarea enorme y complicada: sacar al tango de esa decadencia, darle nueva vida y nuevos horizontes. En ese proceso, Ástor Piazzolla logró una hazaña casi imposible: revolucionar por completo una música que al parecer no admitía cambios ni novedades, sin apartarse de sus parámetros más sólidos. Dicho de otra manera, Piazzolla creó un tango nuevo firmemente anclado en el tango viejo; escuchar un tango de Piazzolla es descubrir simultáneamente dos épocas musicales y expresivas distintas, es acercarse a música que siendo inconfundiblemente moderna conserva lo mejor de la raíz sentimental y la pasión de este género tan tradicional. De hecho una de las cualidades básicas de ese Nuevo Tango inventado y promovido por Piazzolla es su ámbito sonoro inconfundible; un par de compases son suficientes para reconocer el estilo Piazzolla, cuya consistencia es, además, marco para una notable variedad de invención. Hacer un recuento de las contribuciones específicas de Piazzolla al mundo del tango moderno equivaldría a redactar una gran lista de tangos que ya son clásicos de nuestro tiempo; entre todos ellos, recuerdo especialmente tangos como Zum, Tristeza de un “Doble A”, Libertango, Mumuki, Biyuya, Revirado, Lunfardo, Chin Chin, Escualo, Verano Porteño y, por encima de todos ellos, el tango que, más que ningún otro, es como la firma inconfundible de este gran músico: Adiós, Nonino.

Los Tres movimientos tanguísticos porteños (1968) representan una vertiente particularmente austera y abstracta del tango piazzolleano; la primera prueba de ello está en los compases iniciales de la obra, en los que el compositor ofrece una introducción procesional, casi fúnebre. De manera análoga, el segundo movimiento abre con una lánguida melopea a cargo del violoncello solo, seguida por una réplica de espíritu similar en el clarinete. Se trata de un Moderato que en su parte media adquiere el tempo y las cualidades expresivas de un Allegro, para volver después a la languidez inicial. El Vivace final arranca con un juguetón tango encabezado por el fagot y continuado, en rigurosa escritura imitativa, por los demás alientos-madera. Hay en este trozo conclusivo de los Tres movimientos tanguísticos porteños una evidencia más del gusto que tenía Piazzola por las formas fugadas.

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