VIVALDI, ANTONIO - Las cuatro estaciones, Op. VIII

Antonio Vivaldi (1678-1741)

Vivaldi, Antonio - Las cuatro estaciones, Op. VIII

Concierto para violín, cuerdas y continuo en mi mayor, Op. 8, No. 1, La primavera

Allegro
Largo
Allegro (Danza pastoral)

Concierto para violín, cuerdas y continuo en sol menor, Op. 8 No. 2, El verano

Allegro non molto – Allegro
Adagio – Presto –Adagio
Presto (Tiempo tempestuoso de verano)

Concierto para violín, cuerdas y continuo en fa mayor, Op. 8 No. 3, El otoño

Allegro (Baile y canto de los campesinos)
Adagio molto (Borrachos durmientes)
Allegro (La cacería)

Concierto para violín, cuerdas y continuo en fa menor, Op. 8 No. 4, El invierno

Allegro non molto
Largo
Allegro

A lo largo de una vida interesante, variada y ciertamente fructífera, el gran músico veneciano Antonio Vivaldi compuso un número notable de obras, que suman más de setecientas y que probablemente hayan sido muchas más si se considera lo que afirman los musicólogos sobre sus obras perdidas. En ese numeroso y complicado catálogo de obras de Vivaldi hay sonatas instrumentales, sonatas en trío, conciertos para orquesta de cuerdas, sinfonías, conciertos para toda clase de instrumentos, misas, fragmentos de misas, oratorios, cantatas, óperas y serenatas. Aparentemente, Vivaldi es un compositor de los considerados como “famosos”, y sin embargo, el gran público del mundo entero lo conoce principalmente por cuatro conciertos para violín, cuerdas y continuo. En términos estadísticos, ello quiere decir que sólo el 0.5% de la producción de Vivaldi se difunde con cierta frecuencia. Esos cuatro conciertos para violín son, evidentemente, los conocidos como Las cuatro estaciones, y pertenecen al bloque más importante de toda la producción de Vivaldi. En efecto, entre sus más de 450 conciertos, la mayoría son para violín, cuerdas y continuo y suman alrededor de 250. Esto se explica en buena medida por el hecho de que Vivaldi fue no sólo un buen violinista, sino también un notable maestro de violín. En el mes de septiembre de 1703, fue contratado como maestro de violín del Ospedale della Pietà en su natal Venecia. El Ospedale era una de las cuatro instituciones venecianas que en aquel tiempo se dedicaban a acoger y educar a niñas huérfanas, poniendo especial atención en la preparación musical de aquellas que mostraban aptitudes especiales. Muy pronto, los deberes de Vivaldi rebasaron la mera enseñanza del violín, y tuvo que encargarse del entrenamiento instrumental y vocal de sus pupilas, de la elección, compra y mantenimiento de los instrumentos musicales para el Ospedale y, de modo importante, de la composición de numerosas obras para ser ejecutadas por las jóvenes que tenía a su cargo. Fue precisamente a raíz de esta última labor que surgieron muchos de los conciertos que Vivaldi escribió a lo largo de los años. De hecho, algunos de ellos están dedicados específicamente a algunas de las alumnas del Ospedale della Pietà, mientras que la mayoría carecen de tal dedicatoria. Aunque Vivaldi no fue del todo constante en su presencia en el Ospedale, se mantuvo en estrecho contacto con esta institución durante largos años.

Desde el punto de vista histórico y musicológico, los más interesantes conciertos para violín de Vivaldi son aquellos que fueron reunidos por el propio compositor en las colecciones tituladas Il cimento dell’armonia e dell’invenzione, La cetra, L’estro armonico y La stravaganza. El título de la primera de las colecciones mencionadas (que nada tiene que ver con cimientos, a pesar de las apariencias) puede traducirse como El enfrentamiento entre la armonía y la invención. Con este título, Vivaldi manifestaba claramente que esta serie de conciertos para violín era, según su punto de vista, un intento por hallar un equilibrio entre la armonía (es decir, las reglas de la estructura musical) y la invención (o sea, la libre expresión de la creatividad) sin menoscabo del resultado total de cada obra. Los conciertos de esta serie son doce, y los cuatro primeros son los famosos conciertos conocidos como Las cuatro estaciones. La colección entera fue publicada en Amsterdam en 1725 por Michel Charles Le Cene, y está dedicada al conde Wenzel von Morzin, pariente del conde Morzin que tuvo a su servicio a Franz Joseph Haydn (1732-1809). Las cuatro estaciones, además de ser conciertos para violín muy atractivos, representan ejemplos importantes de lo mejor de la música programática del barroco. En una versión manuscrita de los conciertos, cada uno de ellos está precedido por un soneto que describe con toda precisión una serie de imágenes, sonidos, paisajes y sentimientos asociados con distintos momentos de cada una de las cuatro estaciones. La relación entre los sonetos y la música se hace más estrecha por el hecho de que cada línea de cada soneto está ligada a un punto específico de la partitura, de manera que la lectura previa (o simultánea) permite al oyente conocer de qué medios musicales se valió Vivaldi para describir el zumbido de un moscardón, el canto de las aves, la tormenta, el ladrido de un perro, la borrachera de los campesinos, el ronquido de un pastor, el viento helado o los pasos sobre la nieve.

No se puede atribuir con certeza la autoría de los sonetos que acompañan a Las cuatro estaciones, aunque una anotación que hay en un ejemplar de la partitura que estuvo en poder del cardenal romano Pietro Ottoboni, benefactor de Vivaldi, afirma que los poemas fueron escritos por el propio compositor. En los cuatro conciertos que forman Las cuatro estaciones (así como en la gran mayoría de sus más de 400 conciertos) Vivaldi sigue en el típico modelo del concierto barroco, en el que dos movimientos rápidos enmarcan a un movimiento lento. A lo largo del tiempo, estos hermosos y divertidos conciertos de Vivaldi han llamado la atención de numerosos músicos que han realizado transcripciones de Las cuatro estaciones para dotaciones muy diversas. Entre las más interesantes habría que destacar:

  1. Una transcripción realizada en Japón para orquesta de kotos.
  2. La versión en la que el formidable flautista escocés James Galway toca la parte solista de los conciertos en su dorada flauta.
  3. El arreglo en jazz de Jacques Loussier para piano, bajo y batería.
  4. La interpretación a tres guitarras que hace el Trío de Guitarras de Amsterdam.
  5. En quinteto de metales, a cargo del siempre sorprendente ensamble Canadian Brass.

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