DVOŘÁK, ANTONÍN - Sinfonía No. 8 en sol mayor, Op. 88

Antonín Dvořák (1841–1904)

Sinfonía No. 8 en sol mayor, Op. 88

Allegro con brio
Adagio
Allegretto grazioso
Allegro ma non troppo

En el mundo de la música de concierto, como en el de las demás artes, una buena parte de las anécdotas, historias y chismes giran alrededor de la competencia (leal o desleal) entre compositores e intérpretes por ganar el favor del público, de la crítica, de otros artistas y, en general, por proteger los privilegios propios a cualquier costo. Es por ello que no deja de ser interesante, y en ocasiones muy conmovedor además de instructivo, el hallar en la historia de la música a compositores que, lejos de poner obstáculos en el camino de sus colegas, se dedicaron a apoyarlos y promoverlos incondicionalmente. Tal es el caso, por ejemplo, de la noble actitud asumida por Johannes Brahms (1833-1897) en favor de la música de Antonin Dvořák.

Allá por el año 1877 Brahms tenía un puesto en el Ministerio de Educación de Austria, a través del cual asesoraba a los funcionarios encargados de otorgar becas a jóvenes compositores que mostraran talento y habilidad. Desde ese puesto, Brahms tenía la capacidad de hacer y deshacer carreras a su antojo y, teniendo ese poder, asumió una actitud honesta y generosa ante la música de Dvořák. Hay que recordar que en aquellos tiempos Berlín y Viena veían y oían con cierta desconfianza todo aquello que sonara bohemio, húngaro, gitano o eslavo, y sin embargo, Brahms no dudó en reconocer los méritos de la música de Dvořák, claramente definida por sus raíces bohemias. En una carta escrita en 1877 a su editor Fritz Simrock, en Berlín, Brahms afirmaba esto:

Dvořák ha escrito toda clase de cosas: óperas, sinfonías, cuartetos, piezas para piano. Es ciertamente un individuo muy talentoso y, además, pobre. Le suplico que tenga esto presente.

En otra carta, fechada un año después, en 1878, Brahms le decía esto a Simrock:

Dvořák tiene lo que es más esencial para un músico, y ello se encuentra en las piezas suyas que he oído. En una palabra, no me place sino recomendar a Dvořák de manera general. Además, ustedes tienen sus propios oídos y gran experiencia en los negocios, cosa que también es muy necesaria.

El caso es que las recomendaciones de Brahms surtieron efecto y muy pronto Fritz Simrock se convirtió en el editor de la música de Dvořák, teniendo a partir de 1879 el derecho de prioridad sobre todas las obras nuevas del compositor. En 1885 Simrock pagó seis mil marcos por los derechos sobre la Séptima sinfonía de Dvořák, obra que había encontrado una buena recepción de público y crítica. Sin embargo, cuando Dvořák le ofreció el manuscrito de su Octava sinfonía, escrita en 1889, Simrock ofreció por ella solamente mil marcos. Artista de corazón, pero hombre práctico al fin y al cabo, Dvořák no tuvo otro remedio que acudir a otra casa editora. Remitió entonces su manuscrito a la casa Novello de Londres, firma que finalmente publicó la Octava sinfonía en el año de 1892. Por esta razón, y sólo por ésta, la sinfonía fue conocida durante un tiempo como la Sinfonía inglesa, título totalmente irrelevante y que fue descartado muy pronto.

El primer movimiento de la sinfonía deriva su materia sonora principal de una melodía presentada por la flauta en el registro agudo, y que semeja la llamada de un ave. El Adagio es uno de los fragmentos más contemplativos escritos por Dvořák, y en medio de la solemnidad que es su marca característica, se escucha nuevamente el llamado de la naturaleza, esta vez a cargo de la flauta y el oboe. En el tercer movimiento, algunos analistas han descubierto la sombra de una dumka, forma musical tradicional de Bohemia, de origen ruso, y que Dvořák abordó varias veces en su producción musical. El cuarto movimiento es uno de los más brillantes de todo el catálogo sinfónico de Dvořák. Se inicia con una brillante fanfarria de las trompetas, un tema que es desarrollado a lo largo del movimiento y que regresa al final de la obra, declamado por toda la orquesta, para concluir con una majestuosa y enérgica coda.

El estreno de la Octava sinfonía de Dvořák se realizó en Praga el 2 de febrero de 1890 bajo la dirección del compositor, quien repitió en el podio cuando la obra se estrenó en Londres con la Sociedad Filarmónica, el 24 de abril de ese mismo año. Dvořák inscribió la partitura con una dedicatoria especial:

En agradecimiento a la Academia Bohemia Franz Joseph de Ciencia, Literatura y Arte.

Lo que Dvořák agradecía en esa dedicatoria era su ingreso a la Academia, que habría de realizarse en abril de 1890. Un año después, en 1891, la Octava sinfonía de Dvořák fue interpretada en Viena bajo la batuta del gran director Hans Richter. Después del exitoso concierto, Richter se fue a cenar con Brahms, y el compositor alemán brindó gustosamente con Richter por el éxito de su protegido.

Consulta todas las actividades que la Ciudad de México tiene para ti