Chaikovski, Piotr Ilyich - Sinfonía No. 5 en mi menor, Op. 64

Piotr Ilyich Chaikovski (1840-1893)

Sinfonía No. 5 en mi menor, Op. 64

Andante - Allegro con anima
Andante cantabile con alcuna licenza
Valse: Allegro moderato
Finale: Andante maestoso - Allegro vivace

No deja de ser curioso el hecho de que a medida que pasa el tiempo las obras musicales más duramente criticadas con motivo de su estreno resultan ser las más gustadas por el público y, a la larga, incluso por la crítica. Desde que la crítica musical comenzó a ser ejercida en forma sistemática allá por los tiempos de Ludwig van Beethoven (1770-1827), uno de los compositores más atacados por los críticos ha sido Piotr Ilyich Chaikovski. Esto no deja de ser muy significativo si consideramos que en la actualidad la música de Chaikovski es casi universalmente apreciada dondequiera que se hace música de concierto. Hoy, la Quinta sinfonía de Chaikovski es considerada como una de sus obras maestras, superior incluso a la a veces incomprendida Patética, y sin embargo, en su tiempo, la obra fue duramente castigada por los críticos, como casi toda la producción de Chaikovski.

En el verano de 1888, después de casi diez años de no producir ninguna obra sinfónica importante, Chaikovski se decidió de nuevo a abordar la empresa de componer una sinfonía. En una carta dirigida a su benefactora Nadezhda von Meck el compositor afirmaba que el impulso de componer su Quinta sinfonía nacía, ante todo, de la necesidad de probarse a sí mismo que aún no estaba agotado y acabado como compositor. Como en el caso de muchas otras de sus obras, Chaikovski acometió la composición de esta sinfonía lleno de dudas y cuestionamientos. A pesar de ello, trabajó rápidamente en la nueva sinfonía y la terminó en el breve lapso de tres meses; el compositor dedicó la partitura al músico y profesor alemán Theodor Avé-Lallemant.

La Quinta sinfonía fue estrenada en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo el 17 de noviembre de 1888, bajo la batuta de Chaikovski; poco después, fue repetida en la misma ciudad y luego fue estrenada en Praga. Desde entonces los críticos volcaron su ira en contra de la obra. ¿Y quién fue el primer crítico feroz de esta sinfonía que hoy es tan popular? Nada menos que Piotr Ilyich Chaikovski. Después de la ejecución de la obra en Praga, el compositor escribió a la señora Von Meck:

He llegado a la conclusión de que mi Quinta sinfonía es un fracaso. Hay algo repelente, superfluo, irregular y poco sincero, y el público lo reconoce instintivamente. Fue obvio para mí que las ovaciones que recibí fueron debidas más a mis anteriores obras, y que la sinfonía no agradó realmente al público.

El paso del tiempo probó que esta vez Chaikovski se equivocaba respecto a su propia obra. Muchos analistas han comparado esta Quinta sinfonía con la más famosa de las quintas, la Quinta sinfonía de Ludwig van Beethoven (1770-1827), por el hecho de que en ambas es perceptible el mismo concepto estético y humano de la victoria a través de la lucha. Así como la Quinta sinfonía de Beethoven nace y crece, se reproduce y permanece, a partir de su fogoso tema inicial, la Quinta sinfonía de Chaikovski está caracterizada por el tema con que comienza el primer movimiento, expresado por los clarinetes en forma solemne y reflexiva. Este tema vuelve al primer plano una y otra vez a lo largo de la sinfonía, como una idea fija a través de la cual el compositor trató, quizá, de reafirmar sólidamente su presencia en el mundo de la música. Este tema inicial cobra particular importancia estructural y expresiva en el último movimiento de la sinfonía. Como en otras obras suyas, Chaikovski pareció dar gran importancia al elemento fatal en esta obra. En uno de sus comentarios sobre la sinfonía, el compositor dijo que su Quinta sinfonía representaba “la total sumisión ante el destino, o lo que es lo mismo, ante los insondables decretos de la Providencia.”

Respecto a las críticas dedicadas a la obra, hay que señalar como dato interesante que durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, una gran parte de los textos escritos sobre las obras de los compositores rusos incluían comentarios de tipo claramente étnico, cuando no francamente racista; es evidente que la Europa Occidental y los Estados Unidos no estaban preparados en ese entonces para aceptar el temperamento eslavo claramente expresado en la música. En 1889 apareció en el periódico Musical Courier de Nueva York una crítica sobre la Quinta sinfonía de Chaikovski, en estos términos:

La Quinta sinfonía de Chaikovski fue una desilusión. Busqué en ella, inútilmente, la coherencia y la homogeneidad. El segundo movimiento mostró lo mejor de este excéntrico ruso, pero el Valse fue una farsa, un trozo de papilla musical, un lugar común, mientras que en el último movimiento el compositor fue traicionado por su sangre de origen kalmuko: una masacre, terrible y sangrienta, se apropió de la tormentosa partitura.

Este tipo de referencias al origen eslavo de Chaikovski son, en perspectiva histórica, sumamente interesantes, si recordamos que, para horror de sus colegas, él fue el compositor ruso de su generación más orientado hacia la música occidental. Es decir que, a pesar de los insultos racistas de los críticos, es claro que la sangre rusa de Chaikovski estuvo siempre diluida con un poco de sangre francesa heredada de su madre, cuyo apellido de soltera era Assier. Para la trivia etnográfica, queda el dato de que los kalmukos son miembros de un pueblo de origen mongol que quedó concentrado básicamente en la ex – república soviética de Kalmykia.

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