Juan Arturo Brennan
Quizá resultaría un poco temerario afirmar que el concierto para piano y orquesta es una invención germana, o que la composición de conciertos para piano ha sido una provincia estrictamente germana. Sin embargo, la estadística, los catálogos y las discografías parecen dejar bien claro que la música concertante para piano ha sido especialmente atractiva para los compositores alemanes y austríacos. Sin hacer una contabilidad exhaustiva ni completa, a primera vista se pueden citar algunos nombres significativos: C.P.E. Bach (1714-1788), Ludwig van Beethoven (1770-1827), Johann Nepomuk Hummel (1778-1837), Félix Mendelssohn (1809-1847), Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), Robert Schumann (1810-1856), Franz Joseph Haydn (1732-1809), Carl Maria von Weber (1786-1826) y, evidentemente, Johannes Brahms.
La producción musical de estos señores incluye alrededor de 60 conciertos para piano y orquesta que todavía están firmes en los programas de concierto y los catálogos de grabaciones. Y ya que se hace mención a los catálogos de discos, se hace necesario mencionar un hecho bien sabido: no todos estos conciertos para piano gozan de la misma popularidad ni pueden presumir de la misma cantidad de grabaciones. En el caso de Beethoven, por ejemplo, los conciertos números 4 y 5 de su catálogo son especialmente predilectos. En el caso de Mozart, el 20 y el 21 parecen ir a la cabeza de la lista. Los de Haydn, Hummel y Mendelssohn no son muy conocidos en las salas de concierto, y tienen pocas grabaciones. El caso de Brahms, sin embargo, es distinto; sus dos conciertos para piano gozan de gran popularidad y existen más de una veintena de grabaciones de cada uno de ellos.
La aparición de cualquiera de estas dos montañas de música en un programa sinfónico es siempre un acontecimiento, y con razón. Hagamos entonces una somera aproximación a la obra que hoy nos ocupa.
Después de su Primer concierto para piano (1854-1858), Brahms tardó más de veinte años en iniciar la composición del segundo. En este lapso, el compositor hamburgués compuso sus dos primeras sinfonías, su Concierto para violín y una buena cantidad de música de cámara con piano. Así pues, en el monumental Segundo concierto para piano (1878-1881) de Brahms están integrados tres aspectos importantes de su pensamiento musical que fueron desarrollados en esos veinte años, y que aparecen sólidamente trabajados en la obra: la visión sinfónica, la escritura concertante y la técnica pianística. El hecho mismo de que el concierto tenga cuatro movimientos añade credibilidad a una afirmación que alguien hizo en el sentido de que los conciertos para piano de Brahms son en realidad sinfonías disfrazadas. Esto es notable, por ejemplo, en el Allegro appassionato en el que el piano lleva una parte más propia de un obbligato que de un solista. Este movimiento sirve como un puente hacia el Andante, en el que el violoncello solo parece ser el protagonista, presentando un tema que el piano luego desarrolla como en una improvisación. El último movimiento, estructurado como un rondó, nos presenta a un piano que más que antagonista parece ser cómplice de la orquesta. Quizá sólo el primer movimiento de esta obra nos deje la idea de una escritura concertante en el sentido mozartiano o beethoveniano del término.
De más está decir que esta clase de fusión entre el solista y la orquesta le produjo a Brahms igual número de admiradores que de detractores, al igual que el resto de sus conceptos musicales. Algunas acotaciones interesantes a este respecto se encuentran en dos cartas de Edouard Lalo (1823-1892) a Pablo de Sarasate (1844-1908). En la segunda de estas cartas, Lalo ofrece una interesante visión de la particular escritura concertante de Brahms; se refiere no al Segundo concierto sino al primero, pero el comentario es igualmente válido para la obra que hoy ocupa nuestra atención. En su carta, fechada en 1879, Lalo escribe lo siguiente:
Esta es la quinta vez que he escuchado este concierto y cada vez me produce la misma impresión. Es siempre muy interesante, el primer movimiento es muy bello, pero yo sostengo que cuando un solista se presenta en el escenario debe tener un papel protagonista y no ser un simple instrumento de la orquesta. Si el género solista le disgusta al compositor, que escriba sinfonías o alguna otra cosa para orquesta sola, pero que no me aburra con fragmentos de solos constantemente interrumpidos por la orquesta y, por supuesto, mucho menos interesantes que lo que la orquesta acaba de decir. El concierto de Brahms es una gran pieza orquestal, pero cuando el piano interrumpe a la orquesta, me irrita. Los conciertos de Beethoven y Mendelssohn están escritos tan sinfónicamente como éste de Brahms y sin embargo, en aquéllos el solista me interesa, mientras que en éste me molesta.
Como complemento ideal para estos conceptos de Lalo, se puede citar una carta de Max Reger a Adalbert Lindner, fechada en Wiesbaden en 1894, y que dice así:
En su tratamiento del piano, Brahms es único. En sus manos el piano toma un color completamente orquestal. No utiliza pasajes, escalas cromáticas, etc., pero lo suple con una polifonía pura y con las más nobles líneas melódicas. Por ello, sus detractores lo acusan de ignorar el* sonido sensual*. Pero primero es necesario sumergirse en el poder altamente expresivo de su línea melódica.
A la luz del contenido de estos textos, sus respectivos autores y las fechas en que fueron escritos, parece quedar bien fundamentada la añeja polémica tejida alrededor de Brahms y su música. Al parecer todavía no queda claro si Brahms fue más clásico que romántico o más romántico que clásico. O todo lo contrario... El Segundo concierto para piano de Brahms fue estrenado en Budapest el 9 de noviembre de 1881 con el compositor al piano. Días más tarde, Brahms repitió su actuación, esta vez con la famosa Orquesta de la Corte de Meiningen, bajo la dirección de Hans von Bülow.