Juan Arturo Brennan
Además de lo mucho que se ha dicho y escrito sobre Ludwig van Beethoven como compositor, han llegado hasta nosotros muchos testimonios de contemporáneos suyos acerca de su peculiar perfil como pianista virtuoso. Esta faceta de la carrera de Beethoven fue de fundamental importancia, ya que su propia actividad como pianista dio origen a una parte significativa de su producción como compositor, en la que destacan cinco conciertos con orquesta, 32 sonatas para piano solo y un número significativo de obras de cámara con piano. Del mismo modo como Anton Bruckner (1824-1896) se hizo famoso como un gran improvisador al órgano, Beethoven tenía fama no solo como gran intérprete, sino también como un exuberante improvisador al piano. De sus talentos y excentricidades en la improvisación pianística existe un testimonio muy interesante, escrito por el compositor bohemio Jan Vaclav Tomaschek (1774-1850):
La sorprendente interpretación de Beethoven, tan extraordinaria por los desarrollos audaces de su improvisación, me conmovió de manera extraña. Me sentí tan hondamente humillado en lo más profundo de mi ser que no volví a tocar el piano en varios días. Volví a oír a Beethoven en su segundo concierto. En esta ocasión seguí su ejecución con un espíritu más calmado. Ciertamente admiraba su técnica fuerte y brillante, pero los saltos frecuentes y audaces de un motivo a otro no se me escaparon. Estos, por el contrario, suprimen la unidad orgánica y el desarrollo gradual de las ideas. La rareza y la desigualdad parecen ser para él un principio de la composición.
Ciertamente, lo que para Tomaschek parecía raro y desigual, para nosotros es una muestra de equilibrio clásico, sobre todo en las obras pianísticas que Beethoven compuso antes de asomarse a las fronteras del romanticismo. Entre estas obras está su Primer concierto para piano, escrito en 1798. Anteriormente, Beethoven había compuesto otro concierto para ese instrumento de transición que fue el fortepiano, y cuya parte orquestal está perdida. En el mes de diciembre de 1800 Beethoven escribió una carta a Franz Anton Hoffmeister (1754-1812), compositor austríaco que además fue un importante editor de música, habiéndose hecho cargo de la publicación de obras de Franz Joseph Haydn (1732-1809) y del propio Beethoven, entre otros. En esa carta, dirigida a Hoffmeister en Leipzig, el compositor le ofrecía algunas obras suyas para su publicación, entre ellas un concierto para piano y orquesta que, según el propio Beethoven, no era de lo mejor de su producción, porque el compositor se reservaba para sí mismo sus mejores obras. En la misma carta, Beethoven le informaba a Hoffmeister que tenía otro concierto para piano, que habría de ser publicado por el editor Mollo. De todo esto resultó que en 1801 Mollo publicó el que hoy conocemos como Primer concierto para piano de Beethoven, y Hoffmeister publicó otro concierto, el que hoy conocemos como segundo de la serie y que lleva como número de Opus 19. Lo cierto es que este Segundo concierto fue compuesto por Beethoven antes que el que conocemos como Primer concierto, y que la cronología invertida se debe al orden en que ambas partituras fueron editadas.
Una vez más, se impone la referencia a Tomaschek, quien en su autobiografía escribió que en el año de 1798 se había presentado en Praga ese gigante entre los pianistas que era Beethoven, y que en una audición en la Konviktsaal llena de un público emocionado, había tocado su Concierto para piano Op. 15. Como ocurre con otras obras tempranas de Beethoven, este concierto para piano tiene aún algo del espíritu mozartiano, aunque ya se prefiguran en él los rasgos típicamente beethovenianos que habrían de solidificarse a partir del tercero de sus conciertos para piano. Dice la historia que Beethoven compuso tres cadenzas distintas para el primer movimiento, lo cual reafirma el hecho de que este concierto pertenece todavía a una etapa en la que el compositor estaba experimentando con algunas variantes de su lenguaje pianístico. Finalmente, hay que señalar que los conciertos para piano de Beethoven fueron siempre un campo de entrenamiento muy propicio para el compositor. Escritos siempre para el uso del mismo Beethoven en sus presentaciones como pianista, cada uno de estos conciertos era interpretado por el compositor una y otra vez, hasta casi agotar sus posibilidades ante el público. Sólo entonces se decidía Beethoven a abordar la composición del siguiente concierto para piano. De ahí que, sobre todo en el caso de los tres últimos conciertos, sea evidente un progreso musical tan grande entre un concierto y otro. Esta es, sin duda, una de las muchas ventajas que Beethoven tuvo al ser un pianista notable y, ciertamente, adelantado a su tiempo, tal y como lo demuestra el breve texto de Tomaschek citado arriba.