Juan Arturo Brennan
Ya entrado el último cuarto del siglo XX, la música de Wolfgang Amadeus Mozart recibió un importante impulso, surgido de una fuente improbable y, hasta la fecha, muy discutida. Un malogrado músico de origen argentino, llamado Waldo de los Ríos, tuvo la idea de grabar algunos fragmentos de obras de Mozart, tomándose algunas libertades con la orquestación original y, sobre todo, añadiendo en dosis moderadas los sonidos de la guitarra y el bajo eléctricos y la batería. Por razones que hoy son más o menos comprensibles, esas grabaciones de trozos mozartianos corregidos, editados y modernizadostuvieron un éxito notable entre una gama amplia de melómanos, sobre todo en el continente americano. De inmediato, los puristas alarmados se quejaron enfáticamente, y con razón, por la deformación que Waldo de los Ríos había perpetrado con la música de Mozart. Sin embargo, con el paso del tiempo, ocurrió un fenómeno interesante: mucha gente (sobre todo gente joven) que nunca antes se había acercado a Mozart, comenzó a buscar su música, a asistir a conciertos, a buscar las versiones originales de aquello que habían conocido a través de Waldo de los Ríos. Así, de modo indirecto, esos extraños arreglos sobre las obras de Mozart cumplieron con el propósito de ampliar la difusión de la música de este magnífico compositor.
Y como todos bien recordamos, la obra que alcanzó mayor popularidad gracias a Waldo de los Ríos fue la Sinfonía No. 40 de Mozart. Para entrar en materia respecto a esta soberbia obra, es posible, por ejemplo, recordar un dato curioso que tiene que ver con la elección de tonalidades en las sinfonías de Mozart. De las 41 sinfonías del catálogo del compositor de Salzburgo, solamente dos fueron escritas en una tonalidad menor: la Sinfonía No. 25 y la Sinfonía No. 40. Y por casualidad, ambas están escritas en la tonalidad de sol menor. Durante los últimos cuatro años de su vida, Mozart estuvo ocupado principalmente con la creación de óperas; de este período final datan Don Giovanni,Cosí fan tutte, La flauta mágicay La clemencia deTito.
Debido a esta orientación de su actividad productiva, Mozart había dejado a un lado la composición de sinfonías. El 6 de diciembre de 1786 el compositor había firmado el manuscrito de su Sinfonía No. 38, Praga, y durante casi dos años no había vuelto a escribir sinfonías. De pronto, en el verano de 1788, en un corto período de siete semanas, Mozart creó sus tres últimas sinfonías, todas ellas obras maestras del género, para cerrar de manera brillante un catálogo sinfónico incomparable. Y todos los indicios históricos apuntan hacia el hecho de que, sin encargos ni compromisos de por medio, Mozart escribió estas tres sinfonías por el puro placer de hacerlo.
La historia nos dice también que los contemporáneos de Mozart no valoraron estas sinfonías en su correcta medida, aunque por fortuna, tiempo después se alzaron voces lúcidas y generosas para hacerles justicia. En particular, es posible citar a algunos personajes que se refirieron a la Sinfonía No. 40 en estos términos:
Sir Donald Tovey: La Sinfonía en sol menor define con toda precisión el rango de pasiones contenido en el arte de Mozart.
Richard Wagner: Esta es una obra de belleza indestructible. El Andante es exuberante, lleno de pasión y audacia. La belleza de sus últimos compases me sugiere el ideal de la muerte a través del amor.
Arturo Toscanini: El Minueto de esta sinfonía es una de las piezas más trágicas y oscuras jamás escritas.
J.F. Fétis: Aunque Mozart no utilizó fuerzas orquestales formidables en su Sinfonía en sol menor, ninguno de los enormes efectos que uno encuentra en una sinfonía de Beethoven, la invención que ilumina esta obra, los acentos de energía y pasión que la habitan y el color melancólico que la domina la convierten en una de las más bellas manifestaciones del espíritu humano.
Respecto a lo escrito por Fétis sobre la orquestación de la obra, cabe aclarar que, en efecto, Mozart utilizó fuerzas musicales modestas: una flauta, el resto de maderas a dos, un par de cornos y cuerdas, lo que no le impidió lograr colores sumamente atractivos a lo largo de la obra, colores por lo general oscuros y llenos de pasión. Esta hermosa sinfonía existe en dos versiones, una con clarinetes, la otra sin ellos. Vale la pena, finalmente, citar las sencillas pero precisas palabras de Robert Schumann respecto a esta formidable obra, porque resumen de manera muy clara no sólo las cualidades de la Sinfonía No. 40 de Mozart, sino en general las de toda su música. Decía Schumann:
En la Sinfonía en sol menor de Mozart encuentro la mejor manifestación de la elegancia griega.
Es decir, una obra maestra clásica, en el mejor sentido del término.