Juan Arturo Brennan
Franz Schubert pasó una buena parte de su niñez y adolescencia en el Colegio Real e Imperial de la Ciudad de Viena, conocido coloquialmente como el Konvikt. Al mismo tiempo que realizaba ahí sus estudios básicos, formaba parte de la orquesta del colegio, como segundo violín, y era miembro del coro de la capilla de la corte imperial. Todo ello le permitió ponerse en contacto muy temprano con las mejores obras de sus predecesores y contemporáneos, y su progreso en la orquesta fue tan rápido que, siendo apenas un adolescente, fue nombrado director del conjunto.
Hacia el año de 1815, Schubert había adquirido ya los cimientos teóricos de un oficio al que, muy a su pesar, habría de dedicar varios años de su vida: el oficio de maestro de escuela. Es bien sabido que por aquella época, los deberes de un maestro de escuela eran todavía más numerosos que hoy, a pesar de lo cual el compositor encontró el tiempo necesario para crear mucha música. De hecho, los biógrafos de Schubert afirman que 1815 fue probablemente el año más productivo de su vida, al menos en términos de la cantidad de música compuesta. Dos sinfonías, numerosas danzas para piano, variaciones, dos sonatas, un cuarteto de cuerdas, varias obras corales, dos misas, cuatro obras dramáticas y casi 150 canciones forman lo fundamental de la producción de Schubert en ese año. Fue precisamente en marzo de 1815 que Schubert terminó la composición de su Segunda sinfonía, que había iniciado en diciembre del año anterior.
El primer movimiento de la Segunda sinfonía de Schubert se inicia con una introducción lenta, dramática y poderosa, con una orquestación rica y sólida. Sutilmente, esta introducción se aligera para conducir de una manera muy fluida al allegro. Este vibrante movimiento está definido por una serie de figuras rítmicas muy características, así como por algunas interesantes propuestas armónicas. El segundo movimiento es un andante ligero y sencillo, en el que cada una de las cinco variaciones propuestas por Schubert tiene una personalidad propia, claramente distinta de las demás; la tercera de ellas es particularmente extrovertida y enérgica. Para el tercer movimiento, el compositor propone un menuetto en la tradicional forma ternaria A-B-A y en compás de ¾, en el que es posible encontrar un par de momentos definidos por un interesante uso de los acentos desplazados. El trío central es un episodio ligero y transparente protagonizado fundamentalmente por el oboe. El movimiento final es un presto de gran brillo, en el que Schubert realiza con maestría diversos cambios en la densidad de la orquestación. Destaca en este movimiento final una figura rítmica reiterada que, sin referencia programática alguna, pareciera sugerir el ritmo de una cabalgata.
En un interesante y muy completo ensayo sobre las sinfonías de Schubert, el musicólogo Harold Truscott hace algunas observaciones realmente fascinantes. La más sorprendente de ellas se refiere, precisamente, al primer movimiento de la Segunda sinfonía. Después de discutir brevemente algunos de los procesos estructurales aplicados por Schubert en sus sinfonías, Truscott afirma que la sólida estructura del movimiento inicial de la obra está cimentada sobre un núcleo temático que el compositor habría de emplear con frecuencia en su música; lo peculiar del caso es que este motivo o núcleo temático no es una creación original de Schubert, sino que es una referencia directa al tema principal de la obertura Las criaturas dePrometeo, escrita en 1800-1801 por Ludwig van Beethoven (1770-1827). Parece ser que las referencias de Schubert a la música de Beethoven son más abundantes de lo que los melómanos se imaginan; en otro ensayo sobre las sinfonías de Schubert, escrito por Stefan Kunze, se afirma que parte del material temático del primer movimiento de la Primera sinfonía de Schubert está tomado directamente del movimiento final de la Tercera sinfonía (1803) de Beethoven.
Al igual que la Primera sinfonía, escrita en 1813, la Segunda sinfonía fue escrita por Schubert como un ejercicio práctico para la orquesta del Konvikt. De hecho, la partitura de la Segunda sinfonía está dedicada a Innocenz Lang, quien por entonces era el director del colegio. Con su brillante orquestación, su sólido aunque heterodoxo manejo de la armonía y su peculiar tratamiento de la estructura tradicional, la Segunda sinfonía de Schubert es un buen preámbulo a los enormes logros musicales que el compositor habría de obtener en sus sinfonías maduras, especialmente la Octava y la Novena. Y si esta sinfonía de 1814-1815 no alcanza aún las alturas técnicas y expresivas de estas dos obras maestras, de todas maneras no está nada mal para un jovenzuelo de apenas 18 años de edad.