Obertura festiva, Op. 96
El lugar: algún sitio en las afueras de Moscú La época: un par de años después del fin de la Segunda Guerra Mundial
El escenario: la sala de un “tribunal popular”
La acción: un severo fiscal se pasea frente a la tribuna del jurado, blandiendo en su mano algunas partituras mientras denuncia a los acusados con voz tonante
Fiscal: Y es precisamente esto, señoras y señores del jurado, lo que debemos desterrar a toda costa. No podemos permitir que el pueblo siga escuchando estas perversiones. ¿Qué tenemos aquí? Formalismo decadente, aburguesamiento occidentalizante, melodías elitistas, efectos instrumentales inaceptables, falta de emotividad revolucionaria...
Defensor (interrumpiendo): Protesto, señor juez. Se achaca a mis clientes faltas cuya enorme subjetividad las hace imposibles de probar.
Juez: Objeción denegada.
Fiscal: ... falta de emotividad revolucionaria, un internacionalismo tramposo que oculta los valores soviéticos, armonías antipatrióticas...
Defensor (interrumpe): Protesto, señor juez. Una buena parte de la obra de mis clientes está dedicada precisamente a la exaltación de los momentos clave de nuestro estado y nuestra historia.
Juez: Objeción denegada.
Fiscal: En fin, es mi convicción que el pueblo debe ser protegido a toda costa de aquellos que producen seudo-música de tintes imperialistas y reaccionarios.
Defensor: Protesto, señor juez. El fiscal ataca sin justificación la habilidad profesional de mis clientes.
Juez: Objeción denegada.
Fiscal: No debemos, señoras y señores del jurado, permitir que nuestros hijos queden expuestos a la nefasta influencia de esto... (arroja despectivamente al suelo la partitura de la Tercera sinfonía de Khachaturian, de la ópera La nariz, la Segunda sinfonía y la Obertura festiva de Shostakovich, de la Sinfonía clásica de Prokofiev, y de algunas obras de Miaskovski). Es por ello que pido el máximo rigor de la ley contra estos envenenadores del alma soviética. (Señala con índice de fuego a los cuatro acusados mientras el público del tribunal estalla en estruendosas exclamaciones pidiendo la cabeza de los compositores).
El mismo lugar, la misma época, el mismo escenario. La acción, poco tiempo después, al reanudarse el juicio después de la deliberación del jurado.
Juez: Señoras y señores del jurado, ¿tienen ustedes un veredicto?
El presidente del jurado se levanta y clama con voz de bajo profundo:
Presidente: Lo tenemos. Nosotros, miembros del jurado de este tribunal popular, hallamos a los acusados culpables de haber cometido música en primer grado, con todas las agravantes de forma, técnica, vena melódica, contexto tonal, color instrumental y las demás establecidas en nuestro sagrado código estético.
Juez: Los acusados deben ponerse de pie.
Los cuatro compositores acusados se levantan.
Juez: Por la gravedad de las faltas cometidas, este tribunal popular los condena a ser perseguidos y hostigados sin misericordia por el resto de sus vidas, y a que su música sea denunciada públicamente en todo lugar y en toda ocasión. Serán obligados, además, a profesar público arrepentimiento y desde este momento el estado dictará todas y cada una de sus acciones en el terreno de la música. Este tribunal entra en receso.
Cae el telón.
Si bien es cierto que ningún crítico de teatro aplaudiría este pequeño fragmento escénico, el hecho es que tiene más de realidad que de ficción. Bien conocida es la suerte que sufrió Shostakovich a manos de las autoridades soviéticas a causa de su música. De hecho, su Obertura festiva se prestaba idealmente para toda clase de acusaciones, desde su inicio con sonoras fanfarrias que apuntan más al esplendor cortesano que al impresionismo urbano requerido de los artistas soviéticos, hasta su contexto tonal clásico, claramente decadente según los expertos censores musicales de Stalin. Y para colmo de males, el final de la Obertura festiva requiere un coro extra de tres trompetas, tres trombones y cuatro cornos, asunto que definitivamente cae en el terreno de los fatuos e individualistas efectos especiales, poco dignos de un compositor cuyo deber es estar al servicio del pueblo. En este contexto, es interesante notar que algunos analistas han afirmado que la Obertura festiva es un claro ejemplo de realismo socialista en la música.
Esta Obertura festiva de Shostakovich fue compuesta en 1954 para celebrar el 37 aniversario de la Revolución de Octubre, al final de un período en el que las purgas estéticas habían sido cosa de todos los días en la Unión Soviética. El producto de ello fue, sin duda, toda una generación de artistas reprimidos, manipulados, sojuzgados y mediatizados por un Politburó ciertamente anacrónico y reaccionario. Pocos momentos más patéticos hay en la historia de la música como la aceptación pública que Shostakovich hizo de su “culpabilidad”. Si bien la represión de épocas posteriores se llevó a cabo por medios aparentemente menos violentos, es claro que la estupidez de la gerontocracia soviética en materia de expresión artística no varió mucho con el paso de los años.