SIBELIUS, JEAN - Sinfonía No. 3 en do mayor, Op. 52

Jean Sibelius (1865-1957)

Sinfonía No. 3 en do mayor, Op. 52

Allegro moderato
Andantino con moto; quasi allegretto
Moderato – Allegro (ma non tanto)

Uno de los momentos más sorprendentes (y más atractivos) de la producción sinfónica de Jean Sibelius se encuentra en el segundo movimiento de su Tercera sinfonía (1904-1907). Su tema principal, que es una larga, nostálgica y evocativa melodía, está construido de tal manera que es perfectamente posible unir su final con su principio para dar lugar a una especie de melodía sin fin. Claro, esta no es más que una impresión que queda profundamente grabada en el espíritu del oyente, ya que Sibelius aplica a este tema su habitual sabiduría musical para salirse de esa hipotética espiral eterna de sonido, y presentar y desarrollar ese tema de una manera estructuralmente muy efectiva. Por otra parte, la Tercera sinfonía de Sibelius representa una escala más en su fascinante viaje de exploración de la forma sinfónica bajo sus propios parámetros.

Para la Primera sinfonía (1899), Sibelius había utilizado el modelo tradicional de cuatro movimientos, claramente separados entre sí, y con una continuidad formal convencional. En la Segunda sinfonía (1901-1902), también en cuatro movimientos, el gran compositor finlandés propuso una fantástica (y muy personal) aproximación al concepto del allegro de sonata, y unió los dos últimos movimientos de la obra en un solo bloque musical. En la Tercera sinfonía, Sibelius abandonó el esquema formal en cuatro movimientos y exploró una estructura en tres movimientos en la que, según la tradición, faltaría el movimiento equivalente al scherzo. Sin embargo, una audición cuidadosa de la Tercera sinfonía permite percibir con claridad que, estrictamente, no le falta nada, ya que Sibelius ha logrado en esta partitura un elegante equilibrio, tanto en lo formal como en lo expresivo. Es quizá por ello que, en ausencia de ese hipotético scherzo poderoso y dinámico, y a la luz del peso específico del hermoso Andantino central, Sibelius propone dos movimientos externos de movimiento moderado y de orquestación hasta cierto punto transparente. El tercer movimiento, por cierto, comparte algunas características estructurales con el primer movimiento de la Segunda sinfonía, especialmente el método utilizado por Sibelius para presentar fragmentos temáticos aparentemente inconexos, y luego darles cohesión y sentido a medida que la música progresa.

Aunque algunos analistas han intentado hallar elementos extramusicales en las sinfonías de Sibelius, es claro que una de las cualidades más notables de su catálogo sinfónico es, precisamente, que sus siete sinfonías no son más que música abstracta, esa “agua pura de manantial”, como el compositor caracterizó a toda su producción. Sin embargo, hay respecto a la Tercera sinfonía un dato anecdótico ciertamente interesante que parecería que, al menos por un momento, Sibelius se dejó llevar por el impulso de la descripción programática. En este sentido, el musicólogo Harold Truscott afirma que Sibelius comentó con su colega y amigo, el compositor inglés Granville Bantock (1868-1946), que el primer movimiento de la Tercera sinfonía le traía la imagen de espesos bancos de niebla cubriendo la agreste costa inglesa. Es probable que la anécdota, aunque atípica de Sibelius, sea fidedigna. Bantock fue uno de los más activos promotores de la música de Sibelius en Inglaterra y, además, ofreció al compositor finlandés una hospitalidad intachable. De hecho, Sibelius habría de declarar, poco después de su primera (y exitosa) visita a Inglaterra que, gracias a la generosidad de Bantock, no había tenido oportunidad de conocer el dinero inglés. Es claro que la admiración y respeto entre Sibelius y Bantock fueron recíprocos, ya que durante esa visita, Sibelius ofreció a Bantock el privilegio de estrenar en marzo de 1907, con la Sociedad Filarmónica Real, la Tercera sinfonía. Sin embargo, Sibelius no pudo terminar la obra para la fecha señalada, y él mismo se encargó de dirigir en Helsinki el estreno de la Tercera sinfonía, el 25 de septiembre de 1907. A pesar del contratiempo, Sibelius dedicó la partitura de la obra a Bantock, en agradecimiento por sus atenciones durante sus visitas a Inglaterra.

Poro después de estrenar la sinfonía en la capital finlandesa, Sibelius llevó la obra consigo a San Petersburgo, donde fue recibida con menos entusiasmo que en su tierra natal (y que en sus subsecuentes ejecuciones en Inglaterra), aunque con el respeto que su figura merecía. Un cronista ruso describió la Tercera sinfonía de Sibelius como “una suite en el estilo de Mendelssohn, llena de melodías tristes, deprimente incluso para nuestros oídos”. Durante el resto de su vida, Sibelius vivió con la impresión de que su Tercera sinfonía no había sido apreciada como él creía que merecía, y en más de una ocasión se refirió a ella como “la más amada y la más infortunada de mis niñas”. Uno de los juicios más lúcidos que se han hecho sobre la Tercera sinfonía de Sibelius proviene de la pluma de David Burnett-James, quien escribió lo siguiente:

La Tercera puede ser considerada como la más clásica de las sinfonías de Sibelius. Su aparente sencillez es engañosa; tanto en lo estructural como en lo emocional, es mucho más compleja de lo que puede parecer a la primera audición. Además, es extraordinariamente difícil de dirigir satisfactoriamente; sus primeros compases contienen trampas en las que los conductores suelen caer con facilidad, y el movimiento central es elusivo de una manera que con frecuencia intriga a los intérpretes y a los oyentes, especialmente en nuestra era marcada por un pensamiento demasiado literal.

Por cierto un par de meses después del estreno de la Tercera sinfonía de Sibelius, Gustav Mahler (1860-1911) realizó una visita a Helsinki, durante la cual los dos grandes compositores se encontraron y tuvieron su famoso diálogo sobre la esencia de la sinfonía.

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