Sinfonía No. 6 en re mayor, Op. 60
Allegro non tanto
Adagio
Scherzo (Furiant). Presto
Finale: Allegro con spirito
Unos días antes de iniciar la redacción de esta nota escuché, después de mucho tiempo de no hacerlo, la espléndida grabación de István Kertész y la Orquesta Sinfónica de Londres a la Sexta sinfonía de Antonin Dvorák. Después de esta audición me quedé pensando un largo rato, buscando un adjetivo adecuado para la obra, y finalmente me dije: “¡Caramba, qué sinfonía tan... pastoral!” Muy orgulloso de mi hallazgo, me di entonces a la tarea de buscar información específica sobre la obra, y entre otras cosas encontré que al menos una docena de musicólogos de épocas y latitudes diversas han hablado de la Sexta sinfonía como la Pastoral de Dvorák. Así pues, una vez roto el encanto de mi presunto hallazgo y de mi inexistente originalidad, no tuve más remedio que dedicarme en serio a investigar los posibles perfiles pastorales de esta, una de las sinfonías más luminosas de ese buen músico bohemio que fue Antonin Dvorák.
A manera de síntesis rápida, es posible mencionar rápidamente las tres palabras que los especialistas utilizan cuando se refieren a la Sexta sinfonía de Dvorák: esas palabras son Beethoven, Brahms y folklore. Evidentemente, esta sinfonía es mucho más que un simple coctel de influencias o plagios, por lo que se hace indispensable explicar esos tres elementos que, sin duda, confluyen en esta sinfonía.
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Ludwig van Beethoven (1770-1827). Quizá no haya sido una casualidad que, para su Sexta sinfonía, Dvorák haya elegido la misma tonalidad, re mayor, que Beethoven eligió para su propia Sexta sinfonía. Este hecho, combinado con la impresión acústica (subjetiva pero muy difundida) de las cualidades bucólicas de la Sexta de Dvorák han hecho que se facilite el aplicar a esta obra, extraoficialmente, el adjetivo de pastoral. Pero más allá de estas coincidencias, es un hecho evidente que en esta, como en otras de sus sinfonías, Dvorák rinde tributo al sinfonismo beethoveniano en ciertas cuestiones formales y expresivas. (Por cierto, no está de más mencionar respecto a este asunto de los homenajes a través de las tonalidades, que Anton Bruckner (1824-1896) eligió para su Novena sinfonía la misma tonalidad, re menor, que Beethoven había elegido para la suya.)
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Johannes Brahms (1833-1897). Todo análisis de la música de Dvorák, tanto en su producción sinfónica como en sus obras de cámara, indica con claridad la cercanía evidente de su pensamiento musical con el de Brahms. Podría decirse, para simplificar las cosas, que la música de Dvorák puede entenderse como una extensión del estilo de Brahms, con más libertad lírica y más flexibilidad expresiva, con colores instrumentales más atrevidos y brillantes, y con el sello especial del folklore de Bohemia. En este sentido es importante recordar también que Brahms fue siempre un generoso promotor y divulgador de la música de Dvorák, cosa que se le agradece cumplidamente. El caso es que la Sexta sinfonía de Dvorák tiene muchos puntos de contacto con la Segunda sinfonía de Brahms; entre ellos, la misma tonalidad y el mismo ámbito expresivo bucólico...o pastoral.
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Folklore bohemio. Sería erróneo decir que todas las obras de Dvorák están fuertemente marcadas por el color local de su patria, pero es indudable que muchas de sus partituras, aun sin hacer referencias directas a ritmos, melodías o armonías tradicionales, poseen de modo casi automático el espíritu de Bohemia. Si las Danzas eslavas son el ejemplo más claro de ello, en otras obras de Dvorák es posible hallar también referencias directas a los sonidos tradicionales de su tierra. En el caso particular de la Sexta sinfonía, está el hecho de que el Scherzo está elaborado bajo la forma y la dinámica de un furiant, danza folklórica que el compositor utilizó también en un par de obras para piano, indudablemente bajo la influencia del furiant que aparece en La novia vendida, ópera de su colega y compatriota Bedrich Smetana (1824-1884). El furiant tradicional es una danza vivaz y exuberante en la que se combinan los compases de 2/4 y 3/4, aunque algunos furiants originales del siglo XIX están escritos totalmente en compás de 2/4, con acentos irregulares que dan la impresión de cambio de compás. Breviario lingüístico: la palabra furiant nada tiene que ver con la furia, y según los enterados, se refería originalmente a un jovenzuelo vivaz e impertinente.
Dvorák compuso su Sexta sinfonía en el otoño de 1880, y esta fue la primera de sus sinfonías en ser impresa, por lo que llevó el número 1 en el viejo catálogo sinfónico del compositor. La sinfonía representa, según los estudiosos, la culminación de la primera fase nacionalista en el desarrollo musical de Dvorák. La obra fue estrenada en Praga el 25 de marzo de 1881, y la partitura está dedicada al gran director de orquesta Hans Richter. Poco después del estreno absoluto, Richter quiso dirigir el estreno de la sinfonía en Viena, pero por entonces había en la capital austríaca (que nunca se ha distinguido por su generosidad para con los extranjeros) una fuerte corriente de hostilidad hacia los pueblos de los confines del imperio austro-húngaro, incluyendo, claro, el pueblo checo. Así, la primera ejecución de la Sexta sinfonía de Dvorák fuera de su tierra natal ocurrió en Leipzig en 1882, bajo la dirección de Paul Klengel.