Sinfonía No. 3 en la menor, Op. 56, Escocesa
Andante con motto-Allegro un poco agitato
Vivace non troppo
Adagio
Allegro vivacissimo
Si hemos de creer en el añejo adagio que dice que los viajes ilustran, sin duda entre los beneficiarios más notables de ello a lo largo de la historia están los músicos. Los catálogos de numerosos compositores de todas las épocas y todas las latitudes están llenos de obras inspiradas por el conocimiento (o imaginación) de tierras lejanas, exóticas y ajenas. En este sentido se impone repetir la referencia a la gran cantidad de música española compuesta por músicos franceses que viajaron (real o figuradamente) al vecino país. Olvidemos, sin embargo, este lugar común, y busquemos otras músicas que demuestran que, en efecto, los viajes ilustran. ¿Será suficiente una docena de ejemplos? Veamos...
- Antonin Dvorák, bohemio: Cuarteto americano
- Mikhail Glinka, ruso: Jota aragonesa
- Johann Sebastian Bach, alemán: Concierto italiano
- Vaclav Pichl, bohemio: Sinfonía Marte
- Piotr Chaikovski, ruso: Sinfonía polaca
- Franz Joseph Haydn, austríaco: Sinfonía Oxford
- Héctor Berlioz, francés: El carnaval romano
- Ludwig van Beethoven, alemán: Las ruinas de Atenas
- Aaron Copland, estadunidense: El Salón México
- Nikolai Rimski-Korsakov, ruso: Capricho español
- Gustav Holst, inglés: Suite japonesa
- François Adrien Boïeldieu, francés: El califa de Bagdad
Esta lista podría alargarse interminablemente, pero doce referencias son más que útiles para nuestros fines. Sólo falta aclarar que, en algunos de estos casos, los compositores viajaron al lugar en que se inspira la música, mientras que en otros la inspiración fue indirecta. Cabe suponer, en todo caso, que el caballero Pichl no tuvo oportunidad de viajar a Marte para obtener la inspiración necesaria.
En el caso particular de la sinfonía que hoy nos ocupa podemos decir que Félix Mendelssohn era bastante aficionado a los viajes; una breve mirada a su biografía nos habla de algunos de los lugares que conoció fuera de Alemania. Entre ellos, París, Londres, Escocia, Italia, Suiza. El impacto de estos viajes en su sensibilidad puede detectarse directamente en algunas de sus obras, entre las cuales pueden ser citadas la obertura Las Hébridas, también conocida como La gruta de Fingal, su Tercera sinfonía, Escocesa, y su Cuarta sinfonía, Italiana. Resulta que además de buen viajero, Mendelssohn era un buen corresponsal, y gracias a algunas de sus cartas nos hemos podido enterar del efecto que le produjo su viaje por Escocia. Desde Edimburgo, Mendelssohn escribía:
Todo aquí se ve muy austero y robusto, envuelto a medias en una capa de bruma o niebla. Muchos escoceses salieron de la iglesia con sus trajes tradicionales, guiando a sus novias vestidas de domingo, mirando al mundo con miradas magníficas e importantes. Con largas barbas rojas, sus faldas de tartán, sus boinas y plumas, con las rodillas al aire y sus gaitas en la mano, pasaron en silencio por el gris castillo en ruinas donde la reina María Estuardo vivió en el esplendor. ¿Qué más puedo decir? Tiempo y espacio se acaban, y todo debe terminar con este estribillo: ¡Qué amable es la gente de Edimburgo, y cuán generoso es el buen Dios!
Más generoso aún fue el mismo Mendelssohn, quien en su correspondencia no sólo nos dejó buenas descripciones de Escocia y otros lugares, sino que nos hizo el favor de darnos datos específicos sobre la creación de su Sinfonía Escocesa. El 30 de julio de 1829 el compositor escribió esto:
Fuimos, al atardecer, al palacio de Holyrood donde vivió y amó la reina María. Hay un pequeño cuarto al que se llega por una escalera de caracol. Por ahí es por donde subieron y hallaron a Rizzio en el cuartito, lo sacaron arrastrando y, tres habitaciones más allá, en un oscuro rincón, lo mataron. La capilla adjunta ya no tiene techo y la hierba y la hiedra crecen en ella. Ante su estropeado altar, María fue coronada reina de Escocia. Todo está arruinado y lleno de moho, y se filtra la luz del sol. Creo que hoy hallé aquí el inicio de mi Sinfonía Escocesa.
A pesar de haber hallado en Holyrood la inspiración musical, Mendelssohn tardó un buen tiempo en terminar la sinfonía. El mismo día que escribió la carta citada, anotó los primeros compases del primer movimiento. Al año siguiente el compositor trabajó en la Escocesa durante el viaje a Italia que le inspiró la Sinfonía Italiana. Sin embargo, habrían de pasar doce años antes de que la partitura estuviera terminada. El día 20 de enero de 1842 Mendelssohn puso el toque final a su Sinfonía Escocesa en Berlín, y seis semanas más tarde él mismo dirigió el estreno de la obra con la famosa Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. En cuanto al posible contenido de material musical escocés de esta sinfonía, hay que decir que es dudoso. Se sabe que Mendelssohn no tenía inclinaciones hacia la expresión nacional en la música, y aunque el segundo movimiento de esta sinfonía parece tener un tema derivado de una antigua pieza para gaita, la verdad es que esta obra es tan alemana como la Sinfonía Italiana, compuesta por Mendelssohn en 1833. De hecho, al compositor Robert Schumann (1810-1856) le parecía que la Escocesa sonaba italiana, lo cual prueba que Mendelssohn no era un simple imitador de tonadas populares, sino un compositor con los ojos y los oídos bien abiertos a sus experiencias de viaje.