Concierto para corno y orquesta No. 4 en mi bemol mayor, K. 495
Allegro maestoso
Romance. Andante cantabile
Rondo. Allegro vivace
La lista de espléndidos cornistas del siglo XX que han hecho brillantes interpretaciones de los conciertos para corno de Mozart es larga: Hermann Baumann, Wilhelm Bruns, Dennis Brain, Alan Civil, Dale Clevenger, Mason Jones, Güelfo Nalli, Marc Gruber, Peter Damm, Gerd Seifert, Erich Penzel, Lowell Greer, Barry Tuckwell, Günther Högner, Peter Dorfmayr, Anthony Halstead, Radek Baborák, William Purvis, Timothy Brown, Ab Koster, Roger Montgomery, Alessio Allegrini, Francis Orval, Bruno Schneider, Hermann Jeurissen, Johannes Hinterholzer, Alec Frank-Gemmill, Pip Eastop, R. J. Kelley, Zdeněk Tylšar, William VerMeulen, Stefan Dohr, Sarah Willis. La habilidad técnica y el sentido musical de estos grandes cornistas de nuestro tiempo invita a recordar que, en el siglo XVIII, fue la presencia de otro gran virtuoso la que impulsó a Mozart a componer sus conciertos para corno y orquesta.
El personaje en cuestión se llamaba Ignaz Leutgeb (o Leitgeb, según algunos), quien además de ser un gran cornista era amigo cercano de Mozart y, para más señas, vendedor de quesos en sus ratos libres. La presencia de Leutgeb en el medio musical austríaco no fue, ni mucho menos, una excepción. De hecho, la enorme cantidad de espléndidos conciertos para instrumentos solistas escritos en la época de Mozart habla de una asombrosa proliferación de ejecutantes de primera línea. En particular, la tradición del corno estaba muy bien establecida, a través de las interpretaciones de importantes cornistas de la época como Eisen, Punto, Rupp, Herbst, Hradetzky, Hörmann y los hermanos Steinmüller. Entre esta constelación de grandes cornistas, la estrella que más brillaba era Ignaz Leutgeb (1732-1811), quien hacia el inicio de la década de los 1780s ya tenía una reputación musical sólidamente establecida. Tal reputación estaba basada no sólo en su actividad musical en Austria, sino también en sus exitosas presentaciones en lugares como Milán y París. Además de estupendo cornista, Leutgeb era compositor, y además de interpretar sus propias obras con frecuencia, bien pudo ser el autor de algunos de los movimientos de los conciertos para corno de Mozart, según afirman algunos musicólogos.
Pocos años después de que Leutgeb se estableciera en Viena en 1777, Mozart comenzó a escribir obras para él, dedicándole sus cuatro conciertos para corno y el Rondó K. 371. Una cronología tentativa de los cuatro conciertos de Mozart arroja estos datos:
Concierto No. 1, re mayor, K. 412 1782
Concierto No. 2, mi bemol mayor, K. 417 1783
Concierto No. 3, mi bemol mayor, K. 447 1783
Concierto No. 4, mi bemol mayor, K. 495 1786
La técnica requerida para la interpretación de estos cuatro conciertos demuestra más allá de toda duda que Leutgeb debió haber sido, en efecto, un instrumentista notable. Además de ello, llevaba una singular relación personal con Mozart, relación basada en las bromas y el buen humor, y de la cual existen numerosas pruebas en los documentos mozartianos de la época. En 1783, Mozart dedicó a Leutgeb el Segundo concierto para corno escribiendo esto en la partitura:
W. A. Mozart se compadeció de Leutgeb, tonto, burro y bufón, en Viena, el 27 de mayo de 1783
La historia registra que Leutgeb, bonachón y afable, nunca tomó a mal las bromas de Mozart, y que permaneció fiel en su amistad hasta la muerte del compositor.
En 1786 Mozart estrenó su ópera Las bodas de Fígaro y compuso, entre otras cosas, su Sinfonía No. 38, tres de sus conciertos para piano y uno de sus cuartetos de cuerda. En octubre nació su tercer hijo, que habría de morir antes de un mes. Ese mismo año Mozart escribió para Leutgeb el cuarto de sus conciertos para corno, y si el segundo de ellos le había sido dedicado al cornista en un tono cómico, este concierto también llevaba una dedicatoria muy especial. Para su querido amigo el cornista y vendedor de quesos Mozart escribió la partitura del concierto con tintas de cuatro colores distintos. El primer movimiento está construido en la tradicional forma sonata. En el segundo, Mozart saca a relucir las mejores cualidades cantables del instrumento solista, que debe ser tocado con una impecable técnica de legato. En el tercer movimiento, como en los rondós de sus otros conciertos para corno, el compositor propone algunos vivos temas en el espíritu de fanfarrias, aludiendo así a la añeja tradición del jagd-hörn, es decir, el corno de cacería. Este tipo de tema musical era especialmente apto para ser interpretado en el corno natural (sin válvulas) que se usaba en la época de Mozart, y esto tiene mucho que ver con el hecho de que tres de los cuatro conciertos para corno estén escritos en la tonalidad de mi bemol mayor, tonalidad que se prestaba idealmente para ser explotada al máximo en aquel rústico instrumento. En el Cuarto concierto para corno Mozart utiliza citas de obras suyas, particularmente del Segundo concierto, escrito tres años antes, y de su cantata La alegría masónica, escrita en 1785 sobre un texto de Franz Petran. Al escuchar los conciertos para corno de Mozart uno no puede menos que convencerse de que, a pesar de las bromas del compositor, nadie que pudiera tocar esta música a su satisfacción podía ser un burro, tonto o bufón.
