Obertura de hadas de Scheherazade
El año 1898 fue testigo del debut público de Maurice Ravel como compositor con la ejecución de sus Sites auriculaires para dos pianos; en noviembre de ese mismo año, redactó la partitura de su primera obra orquestal, Shéhérazade, designada como ouverture de féerie, término un tanto ambiguo (y ciertamente fantasioso) que puede traducirse como “obertura de hadas” u “obertura de cuento de hadas”. El origen de la obertura se encuentra en la fascinación de Ravel, adquirida desde temprana edad, por el Oriente y las culturas orientales, una fascinación que habría de hallar cauce en varias de sus obras. Subyugado como tantos otros creadores con el universo fantástico de los cuentos de Las mil y una noches, Ravel concibió la idea de componer una ópera basada en la legendaria colección de narraciones; de este ambicioso proyecto sólo realizó la obertura. Esta obra fue estrenada en 1899, año en que Ravel compuso su Pavana para una infanta difunta. Es un hecho histórico que estas dos obras de Ravel han tenido una historia diversa: mientras que Shéhérazade fue rápida y permanentemente olvidada, la Pavana sigue siendo una de las obras más populares de Ravel, más en la versión orquestal que en el original para piano. Es preciso recordar que unos años más tarde, en 1903, Ravel volvió a referirse a la legendaria princesa de los cuentos de Las mil y una noches al componer un ciclo de tres canciones sobre poemas de Tristan Klingsor, titulado también Shéhérazade, que está entre lo mejor de su música vocal. Como ya quedó anotado, la obertura Shéhérazade corrió con mala suerte desde el principio; con motivo de su estreno, un crítico se refirió a ella como “un poco de Rimski-Korsakov, refrito por un debussyista que ansía parecerse a Satie”. Esta breve frase, aparentemente tan sencilla, contiene mucha materia de discusión. En primer lugar, para reafirmar que la más famosa de las obras musicales inspiradas en Las mil y una noches es la suite sinfónica Shéhérazade (1888) del compositor ruso Nikolai Rimski-Korsakov (1844-1908), obra frecuente en las programaciones orquestales. En segundo lugar, que la figura y la música de Ravel fueron constantemente comparadas, equiparadas y contrastadas con las de su ilustre colega Claude Debussy (1862-1918), con frecuencia en el marco de una discusión que intentaba dilucidar si ambos pertenecían cabalmente al mundo de la estética impresionista. Mientras algunos afirman que Debussy y Ravel fueron, en efecto, los más sólidos pilares del impresionismo, otros dicen que Ravel fue el primer compositor de su tiempo en superar el impresionismo. (Sobra decir que esta discusión todavía no termina). En tercer lugar, vale recordar que Ravel y Erik Satie (1866-1925) nunca se llevaron particularmente bien: de hecho, Satie fue el autor de algunos sarcasmos particularmente rudos respecto a su ilustre colega.
Al margen de estas consideraciones, resulta ciertamente interesante escuchar esta obra de juventud (Ravel tenía por entonces 23 años de edad) de un compositor que con el paso del tiempo habría de componer algunas de las obras más notables de todo el repertorio pianístico, convirtiendo después algunas de ellas en obras orquestales. De hecho, las obras orquestales de Ravel, originales o transcritas, representan toda una cátedra en el manejo de la escritura orquestal más refinada y expresiva.
El elemento “exótico” de la obertura es claramente perceptible desde sus primeros compases, en los que hace su aparición inmediata una sinuosa melodía en el oboe que habrá de cumplir más tarde importantes funciones estructurales. (Observación pertinente: la primera de las canciones del ciclo Shéhérazade también inicia con una destacada presencia del oboe). A lo largo de la pieza se puede percibir con cierta claridad la influencia de la música de Debussy, combinada con los afanes orientalistas del propio Ravel. Las arpas y la celesta aportan aquí y allá toques de color muy asociados con la estética impresionista y, además de lo oriental, hay momentos fugaces en los que la referencia pareciera ser la música española. Cabe aquí el recordatorio de que corría sangre vasca por las venas de Ravel, y que nació a unos cuantos kilómetros de la frontera de Francia con el País Vasco español.
El estreno de la obertura Shéhérazade de Maurice Ravel se llevó a cabo en París el 27 de mayo de 1899 en la Sala del Nuevo Teatro, bajo la dirección del compositor, en uno de los conciertos de la Sociedad Nacional de Música.
