Brahms, Johannes - Danza húngara no. 7 en fa mayor

Johannes Brahms (1833-1897)

Danza húngara no. 7 en fa mayor

En muchas colecciones discográficas de música instrumental del renacimiento es posible hallar versiones anónimas diversas de una divertida danza llamada ungaresca, editada por Pierre Phalése en uno de sus volúmenes de la música de su tiempo. Esta ungaresca, de contornos armónicos extraños y melodías sugestivas, suele tocarse de manera que cada vuelta al estribillo principal es más y más rápida, con lo que esta danza de origen húngaro termina en una especie de frenesí musical y coreográfico.

Más adelante, ya en pleno siglo XIX, es posible encontrar en el catálogo de Carl Maria von Weber (1786-1826) una curiosa obra, Andante y rondó húngaro para fagot y orquesta, llena de ritmos inusuales y melodías que por entonces eran consideradas exóticas. En esa misma época (y, de hecho, desde el siglo anterior) se compusieron numerosos movimientos de sinfonías y conciertos que llevan como indicación all’ungarese, es decir, al estilo húngaro. En el catálogo del compositor húngaro Béla Bartók (1881-1945) hay, de manera natural, un gran número de obras basadas en diversas formas y géneros del folklore de su patria. No es necesario citar más ejemplos análogos para afirmar que, en el contexto de la música de la Europa Occidental, Hungría siempre ha sido considerada como una fuente casi inagotable de material sonoro “exótico” y “lejano”. La razón histórica de ello es bien simple: antes de que Hungría existiera como una nación independiente, era una de las fronteras lejanas y exóticas del imperio austrohúngaro, y muchos músicos europeos, dentro y fuera de ese imperio, recurrieron a temas populares y folklóricos húngaros para adornar sus obras con acentos que por entonces eran considerados novedosos y llamativos. Lo curioso es que, salvo muy escasas excepciones, la mayoría de esas piezas de inspiración húngara se quedaron en mera imitación, a veces caricatura, de la auténtica música vernácula de Hungría.

A riesgo de hacer una afirmación quizá temeraria, me parece que la fascinación de tantos compositores con los sonidos de Hungría se ha debido, sobre todo, al atractivo que sobre esos músicos ha ejercido el elemento gitano propio de la música tradicional húngara. Por desgracia, muchos de ellos no tuvieron la iniciativa de empaparse en serio de tales sonidos y conocerlos a fondo (las excepciones siendo, claro, Bartók y su colega Zoltán Kodály, 1882-1967), y terminaron por incluir en sus partituras solamente lo superficial de esa sugestiva y misteriosa música gitana.
¿Dónde se encuentra, entonces, la conexión húngara en la vida y la música de Johannes Brahms? Es posible comenzar a buscar esa conexión en el año 1850, en el que Brahms se encontraba ganándose la vida como pianista tocando en burdeles, tabernas, teatros y salones de danza, a veces acompañando a otros instrumentistas. Uno de estos solistas de prestigio era el violinista húngaro Eduard Remenyi, a quien Brahms conoció en 1850 y a quien acompañó en algunos recitales. Más tarde, en 1853, Brahms obtuvo un contrato para realizar una extensa gira acompañando a Remenyi por diversos países. Es muy probable, casi seguro, que además de sonatas y variaciones y otras piezas de concierto de importantes compositores, los recitales de Brahms y Remenyi incluyeran también música tradicional húngara, llena de esos contornos gitanos que tan bien le quedan al violín (vale recordar a Pablo de Sarasate, 1844-1908, y sus Aires gitanos para violín y orquesta), y no sería descabellado afirmar que Brahms asimiló con facilidad parte de esa influencia húngara para volcarla más tarde en su propia música. Se sabe, además, que durante sus giras de concierto Brahms y Remenyi se acercaron a las ya mencionadas fronteras lejanas del imperio austrohúngaro. En 1867, por ejemplo, una de esas giras los llevó hasta Budapest. Así pues, Brahms transformó todos estos contactos con Hungría y su música en una larga serie de Danzas húngaras, 21 en total, que fueron originalmente concebidas para dos pianos, y realizadas entre 1852 y 1869. Como en el caso de otras obras similares (por ejemplo, las Danzas eslavas de Antonin Dvořák, 1841-1904) las Danzas húngaras de Brahms son más conocidas en su versión orquestal que en el original pianístico. Además, en diversas grabaciones modernas es posible escucharlas interpretadas indistintamente en dos pianos, en piano a cuatro manos, en orquesta, en violín y piano, etc. No deja de ser interesante el hecho de que mientras en una conocida enciclopedia musical el artículo dedicado a Brahms incluye la información de que las versiones orquestales de las Danzas húngaras son del propio Brahms, en otras fuentes se afirma que fue Dvořák el responsable de arreglar las danzas para orquesta. Lo cierto es que Dvořák solo realizó arreglos (en 1880) de las danzas 17-21, mientras que Brahms orquestó las Danzas Nos. 1, 3 y 10. Otros orquestadores de estas piezas incluyen a Hallén, Juon, Gal, Parlow, Schollum y Fischer. Las Danzas húngaras de Brahms están distribuidas en cuatro libros; los dos primeros fueron publicados en 1869 y los otros dos en 1880. Las diez primeras danzas fueron arregladas por Brahms para piano solo en 1872, y al año siguiente el compositor realizó la transcripción orquestal de las danzas números 1, 3 y 10.

Quizá sea posible afirmar, desde una apreciación cabalmente subjetiva, que estas Danzas húngaras de Brahms son estilísticamente más refinadas y formalmente más coherentes (y menos “folklóricas”) que las Rapsodias húngaras de Franz Liszt (1811-1886), nacidas también en el piano y más conocidas en la actualidad en sus transcripciones orquestales. Si hay alguna validez en esta observación, no deja de ser muy ilustrativa del valor relativo de Brahms y Liszt en el proceso de asimilar e integrar el elemento húngaro tradicional en la música de concierto, sobre todo si se tiene en cuenta que Liszt sí fue húngaro de nacimiento.

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