Gymnopédies
Orquestadas por Claude Debussy
Una mirada superficial a la personalidad y la música de Erik Satie puede hacer pensar, en principio, que este músico francés fue una especie de bufón ilustrado. Nada más lejano de la verdad. Debajo de su espíritu socarrón y de su gran capacidad para la risa es posible hallar a un músico serio, comprometido con su tiempo y sus ideas, y que quizá a su pesar habría de ejercer una influencia importante en compositores como Claude Debussy (1862-1918) y Maurice Ravel (1875-1937). Durante una buena parte del siglo XX, la música de Satie fue música para especialistas, hasta que en la década de 1970 comenzó a surgir, de pronto, un marcado interés en sus obras, en especial sus piezas para piano. Fue entonces que Satie apareció como una estrella brillante, si bien pequeña, en el firmamento musical contemporáneo. Este renovado interés en la música de Satie fue en buena parte responsabilidad del pianista italiano Aldo Ciccolini, quien a través de sus grabaciones y recitales con las piezas del músico francés ayudó a su inesperado y tardío prestigio. Si bien las grabaciones de Ciccolini de las piezas de Satie no son las únicas, son las que durante un largo tiempo estuvieron a la cabeza en la preferencia del público y la crítica.
¿Qué elementos conformaban la extraña y atractiva personalidad de Erik Satie? Para empezar, su herencia nacional diversa, mezcla de antecedentes normandos y escoceses. Después, un agudo instinto musical y un desprecio absoluto por cualquier clase de solemnidad. A esto habría que añadir la experiencia de Satie como pianista del cabaret El gato negro, y el hecho de que después de ver frustrados sus primeros intentos de estudiar música decidió convertirse a los 40 años de edad en alumno de Vincent D’Indy (1851-1931) y Albert Roussel (1869-1937) en la famosa Schola Cantorum de París. Para redondear la extraña personalidad de Satie se puede añadir el hecho de que durante una buena parte de su vida el compositor estuvo asociado con el movimiento Rosacruz, a través del cual dio cauce a sus inclinaciones místicas, que no llegaban a ser del todo religiosas. ¿Qué podía encontrar Satie en una secta como esta? Entre otras cosas, una curiosa mezcla del hermetismo egipcio, el gnosticismo cristiano, la cábala judía, la alquimia y algunos otros elementos esotéricos. De la combinación de todo esto nació la peculiar personalidad musical de Satie, evidente de principio a fin en cada una de sus obras.
Una rápida mirada al catálogo de sus obras permite descubrir que Satie compuso partituras para los ballets Relâche, Parade y Mercure, así como algunas canciones, el drama sinfónico Sócrates, una misa, algunas músicas incidentales para la escena. Pero son sin duda sus piezas para piano las que le han dado fama y prestigio póstumos. Estas piezas, engañosamente sencillas, son el mejor reflejo del espíritu lúdico, y al mismo tiempo refinado, de Satie. Muchas de ellas carecen de la armadura que debiera indicar la tonalidad, y en otras están ausentes las líneas que dividen los compases. Con estos detalles, Satie apuntaba claramente hacia la libertad y la independencia de su pensamiento musical. Pero sin duda, lo que más llama la atención de estas piezas son los extraños títulos que Satie eligió para ellas: Horas seculares e instantáneas, Penúltimos pensamientos, Piezas en forma de pera, Preludios flojos, Capítulos volteados para todos lados, Bosquejos y exasperaciones de un monigote de madera, Obstáculos venenosos, Crepúsculo matinal, Pánicos graníticos alrededor de las 13 horas.
Detrás de estos títulos delirantes se esconden piezas de un gran refinamiento, muy imaginativas, y dotadas siempre de un saludable sentido del humor, cualidad primordial de la personalidad de Satie. De todas sus piezas para piano, las que se han hecho más populares son, sin duda, las tres Gimnopedias. Desde el punto de vista estrictamente etimológico, la palabra gimnopedia (inventada por Satie) remite a la imagen de un niño desnudo. Una versión afirma que a Satie se le ocurrieron sus Gimnopedias después de ver la decoración de una antigua vasija griega. Por otra parte, Rollo Myers, biógrafo de Satie, afirma que el título de estas piezas se refiere a un festival anual que se desarrollaba en la Grecia antigua, en el que se honraba a los héroes caídos a través de danzas y exhibiciones de gimnasia. Sea cual fuere el origen de su nombre, lo cierto es que las Gimnopedias ya forman parte indispensable de la historia y el repertorio del piano.
Las Gimnopedias fueron escritas por Satie en 1887, cuando el compositor estaba metido de lleno en el movimiento Rosacruz. Lo llamativo de estas piezas ha hecho que sean objeto continuo de transcripciones a otros medios. En este sentido, es especialmente significativo que la primera y la tercera Gimnopedias de Satie hayan sido orquestadas por Debussy, ya que ambos compositores ejercieron una notable influencia el uno en el otro. Otras transcripciones orquestales de las piezas para piano de Satie se deben a músicos como Roger Desormiére, Alexis Roland-Manuel y Richard Jones. Existe, incluso, la grabación de un interesante ballet titulado Monotones, cuya música está hecha a base de transcripciones orquestales de las piezas para piano de Satie, entre las que destacan, por supuesto, las famosas Gimnopedias. Para concluir, cabe anotar que el hecho de que los publicistas de nuestro tiempo han abusado una y otra vez de las piezas de Satie, especialmente de la primera Gimnopedia, para musicalizar toda clase de mensajes de venta y promoción, no les quita a estas piezas nada de su valor original. ¿Qué pensaría el socarrón de Satie si pudiera oír una campaña radiofónica en pro de la salud infantil, musicalizada con sus Gimnopedias, que aluden en su título a los niños desnudos?