Farrenc, Louise - Obertura no. 1, op. 23

Louise Farrenc (1804 - 1875)

Obertura no. 1, op. 23

Antes de proceder a la manera tradicional, añadiré el nombre de Louise Farrenc a la inacabable lista de mujeres (compositoras o no) a las que la historia, escrita por hombres, ha condenado a ser conocidas por la posteridad con el apellido de sus no-tan-ilustres maridos. No sólo eso: el curriculum vitae de Jeanne-Louise Dumont (porque así se llamaba) ofrece otras instancias de que esta muy talentosa y creativa dama se vio obligada a someterse en más de una ocasión a los designios masculinos. Una de las más notables es la que dice, con distintas palabras, según la fuente: “debido a su matrimonio se vio obligada a interrumpir sus estudios”.

El caso es que Louise Farrenc, como se le conoce, fue una muy buena pianista, muy buena compositora y, además, realizó importantes trabajos de investigación y divulgación. Su árbol genealógico es rico en talento, sobre todo femenino: su familia incluyó a varias pintoras de buen nivel, y su hermano Auguste Dumont fue un escultor muy reconocido. Como alumna del Conservatorio de París, tuvo como su maestro principal a Anton Reicha (1770-1836). Esa destacada institución de educación tuvo a bien reconocer el valor de la música de Farrenc al decretar que sus estudios para piano habrían de ser materia obligatoria de trabajo para los estudiantes del instrumento. Entre aquellos músicos notables que supieron apreciar el talento de Louise Farrenc y la calidad de su música se encuenta Robert Schumann (1810-1856) quien, refiriéndose a unas variaciones de la pianista y compositora parisina afirmó que eran “seguras en su diseño, lógicas en su desarrollo... uno no puede menos que caer bajo su embrujo, sobre todo porque el sutil aroma del romanticismo flota sobre ellas”.

Además de Reicha, quien la entrenó sobre todo en composición y orquestación, Louise Farrenc tuvo ente sus maestros de piano a dos de los mejores de su tiempo: Johann Nepomuk Hummel (1778-1837) e Ignaz Moscheles (1794-1870). Además de las trabas y prejuicios que tuvo que enfrentar como mujer en un universo musical y social de hombres, Farrenc se topó con otra barrera que hizo aún más difícil la divulgación de su música: en su tiempo, la moda musical en París era la ópera, un género que a la compositora nunca le atrajo, de modo que su destacada música orquestal y de cámara tuvo que abrirse paso contra viento y marea. Aun así, le fue otorgado el prestigioso Premio Chartier (en 1861 y 1869) por sus logros en el ámbito de la música de cámara. Así como Schumann había alabado la música para piano de Farrenc, otro gran músico de aquel tiempo, el gran violinista Joseph Joachim, le rindió homenaje de un modo más práctico, accediendo a participar en el estreno de su Noneto Op. 38 para cuerdas y alientos, llevado a cabo en 1850.

Buena pianista, buena compositora y respetada profesora de piano en el Conservartorio de París, Louise Farrenc también destacó en el ámbito de la edición musical. Esta faceta de su actividad profesional está relacionada directamente con su matrimonio, en 1821, con el flautista, editor y académico Aristide Farrenc; algunas de sus primeras obras para piano fueron publicadas precisamente por la editorial fundada por él y después administrada por ambos. Como parte importante de su trabajo editorial, Louise Farrenc dio a conocer una vasta colección de música para piano, en 23 volúmenes, titulada El tesoro de los pianistas. Además, Louise Farrenc y Aristide Farrenc tuvieron una hija única, Victorine-Louise Farrenc (1826-1859) quien, entrenada fundamentalmente por su madre, se convirtió en una pianista de excepción, especializada en la música de Johann Sebastian Bach (1685-1750) y Ludwig van Beethoven (1770-1827).

En el campo de la música orquestal, Louise Farrenc creó solamente un puñado de obras, dos oberturas y tres sinfonías, pero también en este rubro demostró una sólida combinación de talento y oficio. En la Obertura No. 1 Op. 23 (1834) de Louise Farrenc no hay sorpresas; en ella, la compositora se apega con rigor al modelo tradicional de la época, ofreciendo una introducción lenta y poderosa, seguida por un allegro sólido y expresivo. A lo largo de la breve pieza, Farrenc alterna inteligentemente el dramatismo propio del modo menor (la tonalidad de la obertura es mi menor) con momentos más luminosos en los que modula al modo mayor. Al igual que sus tres espléndidas sinfonías (cuya audición es ampliamente recomendada), la Obertura Op. 23 ostenta una gran claridad en la forma, una notable lógica en el desarrollo y una orquestación rica y robusta.

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