Solistas OFCM: Lebel / Sommer
Información: ¡Concierto precedido por música de cámara en el LOBBY!
Solista y músicos de la OFCM tocan una obra música de cámara antes del concierto. Disfruta nuestro programa de preconciertos.
Sábado 12 de octubre, 17 horas
Domingo 13 de octubre, 11:30 horas
Vestíbulo de la Sala Silvestre Revueltas
MARÍA VAKORINA, flauta
KEVIN TIBOCHE, oboe
FRANCISCA ETTLIN, oboe
JACOB DEVRIES, clarinete
MARTIN ARNOLD, clarinete
SOFÍA ALMANZA, fagot
ANATOLI LOUTCHININE, fagot
ARMANDO LAVARIEGA, corno
MARIO DURÁN, corno
Charles Gounod - Pequeña sinfonía
Sábado 12 de octubre, 18 horas
Domingo 13 de octubre, 12:30 horas
Sala Silvestre Revueltas
MARTIN LEBEL, director
ROBERTO SOMMER, violín
Ricardo Castro (1864-1907) Intermezzo de la ópera Atzimba
Intermezzo de la ópera Atzimba
Cosa curiosa y, ciertamente inquietante no son muchas las óperas mexicanas que se han representado en el Teatro de Bellas Artes. En las enciclopedias que se han elaborado sobre el tema, se encuentran apenas poco más de una docena de compositores mexicanos cuyas óperas han sido vistas y oídas en nuestro máximo escenario de ópera: Vázquez, Hernández Moncada, Sandi, Moncayo, Bernal Jiménez, Chávez, Moreno, Jiménez Mabarak, Alcázar, Lavista, Ibarra... y por supuesto, Ricardo Castro, cuya ópera Atzimba ocupa un lugar interesante en la historia del Teatro de Bellas artes. En el mes de marzo de 1935 se realizó la primera función de ópera en este escenario, con la representación de Tosca de Giacomo Puccini (1858-1924). Unos meses después, en agosto de ese mismo año, la segunda ópera representada en la historia del Teatro de Bellas Artes fue precisamente Atzimba, realizada bajo la dirección musical de José F. Vázquez y la dirección escénica de Heliodoro Oseguera. Previamente, al parecer, Atzimba se había representado en 1928 en el Teatro Nacional, antecedente directo del Teatro de Bellas Artes.
El texto de la ópera Atzimba está basado en una antigua leyenda purépecha recogida por Eduardo Ruiz y puesta en forma de texto operístico por Alberto Michel y Alejandro Cuevas. En síntesis, el argumento de Atzimba es una de las muchas variantes del conocido conflicto de dormir con el enemigo, que es el motor narrativo de famosas óperas como Norma de Vincenzo Bellini (1801-1835) o Aïda de Giuseppe Verdi (1813-1901). El libreto de Atzimba se refiere fundamentalmente a los amores encontrados de una princesa purépecha, Atzimba, y un capitán español, Jorge de Villadiego. Después de numerosas vueltas de tuerca típicas de los argumentos operísticos de la época, el capitán español es derrotado en su lucha contra los indígenas purépechas y es conducido al sacrificio. Atzimba, desesperada por la suerte de su amado, arrebata su puñal al gran sacerdote Huépac y se da muerte. En algunas versiones de la leyenda de Atzimba se menciona que un joven guerrero purépecha también estaba enamorado de ella, y que además del amor de la doncella con el español, resentía el hecho de que el hermano de Atzimba había decidido que ella se dedicara al servicio de la diosa madre, permaneciendo sin casarse y virgen por toda la vida.
El estreno de Atzimba se llevó a cabo, al parecer con bastante éxito, el 20 de enero de 1900 con la compañía de zarzuela del Teatro Arbeu. En septiembre de ese mismo año - se habría de inaugurar el Teatro Renacimiento, que más tarde se convertiría en el Teatro Virginia Fábregas, con una temporada que se inició con Aïda y terminó, el 11 de noviembre, con la reposición de Atzimba. Cuatro días después del estreno de la ópera, El diario del hogar publicó un texto firmado por R.N. Montante que decía así:
El éxito de la ópera proporcionó un éxito franco, ruidoso, a los señores Alberto Michel y Alejandro Cuevas, autores de la letra, y Ricardo Castro, compositor de la música. El argumento está dividido en dos actos y seis cuadros. La parte patriótica del asunto fue manejada con sumo tacto para no incurrir en exageraciones ridículas. Seis magníficas decoraciones debidas al pincel de Solórzano obtuvieron unánime aplauso. Castro no escribió obertura siguiendo el sistema de los compositores modernos, sólo unos cuantos compases preceden au lever du rideau que diría un francés. Esta inmensa ventaja puede ser apreciada por aquellos que hemos escuchado las óperas* Fedora* y Andrea Chénier de Giordano. La instrumentación es en extremo delicada, siguiendo el sistema adoptado por el que acabamos de nombrar. El número que agradó más al público fue el* Intermezzo*, del segundo acto, pues mereció los honores del bis.
Muy popular se volvió también, según la historia, la Marcha tarasca de la ópera Atzimba, una obra que es principalmente un vehículo de expresión para la vertiente nacionalista del pensamiento musical de Ricardo Castro. Algunas fuentes documentales, por cierto, mencionan que en su forma original Atzimba tenía las características de una zarzuela, y que sólo más tarde fue transformada en ópera. Seis años después del estreno de Atzimba habría de representarse por primera vez la otra ópera importante de Castro, La leyenda de Rudel.
Piotr Ilyich Chaikovski (1840-1893) Concierto para violín y orquesta en re mayor, Op. 35
Concierto para violín y orquesta en re mayor, Op. 35
Un catálogo discográfico más o menos actualizado nos informa que existen alrededor de 50 grabaciones disponibles del Concierto para violín de Chaikovski, y que en casi la tercera parte de los discos que lo contienen, esta obra va acompañada por el Concierto para violín en mi menor de Félix Mendelssohn (1809-1847). Según quienes saben de estas cosas, estos discos cubren las dos terceras partes de lo que es considerado como lo más popular y lo más famoso del repertorio concertante del violín. La otra tercera parte está cubierta por el Concierto para violín de Ludwig van Beethoven (1770-1827), y a estas alturas de la historia de la música nadie pone en duda el hecho de que estos tres conciertos para violín son, en efecto, lo más popular del género. (Hay quienes afirman que el Concierto para violín de Johannes Brahms (1833-1987) debería formar parte del selecto grupo, aunque en realidad no atrae a las multitudes tanto como los conciertos de Beethoven, Chaikovski y Mendelssohn). Este hecho no deja de ser interesante, y quizá consternante para los espíritus de algunos otros compositores. No es difícil imaginarse a Antonio Vivaldi (1678-1741), a Pietro Locatelli (1695-1764), a Niccolò Paganini (1782-1840), a Henryk Wieniawski (1835-1880), a Henri Vieuxtemps (1820-1881), a Jean Sibelius (1865-1957) entre otros, dando agitadas vueltas en sus respectivas tumbas al saber de este estado de cosas. Y quizá se revolcarían con razón. Además de que estos caballeros compusieron cada uno de ellos varios conciertos para violín (excepto Sibelius, que escribió solo uno), compartieron una característica que fue ajena tanto a Chaikovski como a Mendelssohn y a Beethoven: todos ellos fueron reconocidos virtuosos del violín, a pesar de lo cual sus conciertos para violín no tienen, ni remotamente, la fama y la popularidad de los tres conciertos mencionados.
En particular, puede decirse que, como suele ocurrir con frecuencia, el Concierto para violín de Chaikovski no fue tan popular en su estreno, puesto que recibió algunas críticas poco amables. El concierto fue estrenado por el violinista Adolph Brodski en Viena, el 4 de diciembre de 1881, con Hans Richter dirigiendo a la Filarmónica de Viena. Al día siguiente, en el periódico vienés Neue Freie Presse apareció la crítica del estreno, a cargo de la ácida pluma de Eduard Hanslick, el más conocido y más feroz de los críticos de Viena. Decía Hanslick:
De seguro, el compositor ruso Chaikovski no es un talento ordinario, sino un talento inflado, con una obsesión de genio que no conoce el gusto ni la discriminación. Así mismo es su largo y pretensioso Concierto para violín. Por un rato, se mueve musicalmente, con sobriedad, y con cierto espíritu. Pero pronto la vulgaridad se hace presente y domina hasta el final del primer movimiento. El violín ya no es tocado: es jalado, roto, golpeado. El segundo movimiento de nuevo se porta bien, para pacificarnos y ganar nuestra buena voluntad. Pero pronto se termina para dar paso a un final que nos transporta a la brutal y confusa alegría de una fiesta rusa. Vemos claramente los rostros salvajemente vulgares, oímos maldiciones, olemos el vodka. Friedrich Vischer observó alguna vez, hablando de pinturas obscenas, que apestan a la vista. El Concierto para violín de Chaikovski nos da por primera vez la horrorosa noción de que puede haber música que apesta al oído.
Es muy probable que esta crítica, como muchas otras dedicadas por Hanslick y sus colegas a la música rusa, haya estado influida más por prejuicios raciales y regionales que por el auténtico análisis musical. Como ejemplo de ello puede citarse otra crítica vienesa, aparecida en otro periódico, el mismo día que la de Hanslick. Esta observación se debe a Theodor Helm:
El Concierto para violín de Chaikovski es una acumulación de discordancias, clímaxes confusos y trivialidades disfrazadas, cubiertas con la bandera nacional del más bárbaro nihilismo ruso.
Es evidente, por la coincidencia de conceptos que hay en estas dos críticas, que cualquier cosa que sonara a música rusa era abominable para los civilizados críticos vieneses, no por abominable, sino precisamente por rusa.
Chaikovski compuso este concierto durante la primavera de 1878, durante su estancia en Suiza en compañía de Joseph Kotek, un notable violinista ruso que ayudó al compositor con la parte solista, haciendo indicaciones de técnica, arcadas y otros detalles. La obra, desde que fue terminada, corrió con mala suerte a manos de varios instrumentistas. Para empezar, Kotek rehusó estrenar el concierto, por lo que Chaikovski dedicó la obra a Leopold Auer. A su vez, Auer declaró después de estudiar la partitura que el concierto era poco violinístico y que no se podía tocar. Acto seguido, Chaikovski se aproximó al violinista francés Emil Sauret, quien también rechazó su Concierto para violín. Finalmente, Adolph Brodski se comprometió a estrenar la obra, pero lo hizo a regañadientes, haciéndole saber a Chaikovski que él mismo no apreciaba mucho la obra. El paso del tiempo, como de costumbre, le dio la razón a Chaikovski. El violinista Brodski se hizo famoso tocando esta obra y Leopold Auer decidió finalmente que el concierto sí se podía tocar; lo hizo en repetidas ocasiones, con gran éxito de público. Parece que sólo Eduard Hanslick se mantuvo firme hasta el final en su poco generosa crítica hacia éste, uno de los conciertos para violín de mayor fama y prestigio en la historia de la música.
Allegro moderato
Canzonetta
Finale: Allegro vivacissimo
Francis Poulenc (1899-1963) Sinfonietta
Sinfonietta
Dolor, sobriedad, sentido de la proporción, buen humor, profundidad, ligereza de espíritu… En este compacto resumen de las cualidades de la buena música francesa realizado por Francis Poulenc, es posible hallar una de las claves, quizá la más importante, de la visión creativa de este notable (y quizá incomprendido) compositor; de hecho, esa ligereza de espíritu que es cualidad fundamental en su música, llegó a ser catalogada como superficialidad por algunos críticos serios y solemnes. Es probable que tales críticos hayan olvidado que Francis Poulenc no sólo fue un músico básicamente autodidacta, sino que una parte importante de su aprendizaje ocurrió bajo la influencia de las músicas de cabaret y de las obras del music hall. La combinación de estos y otros elementos dio como resultado un estilo musical muy personal, que ha sido definido así por Lionel Salter:
Poulenc combinó el espíritu bromista de Satie con una lucidez casi clásica (como reacción contra el impresionismo), una delicada vena de sentimentalismo y una pizca de armonía stravinskiana.
Aunque estos y otros textos pudieran dar la impresión de que el estilo de Poulenc no es más que un collage de influencias, lo cierto es que su música presenta cualidades altamente individuales. Buena parte de la solidez de su música está en la importancia suprema que Poulenc dio siempre a la melodía, y en el hecho de que por lo general se apegó al sistema armónico tonal-modal que heredó de la generación anterior.
Una rápida revisión de la presencia de la música de Poulenc en las salas de conciertos demostrará que sus obras orquestales más difundidas son su Concierto para órgano y su Concierto para dos pianos; en menor medida, su Concierto campestre para clavecín hace esporádicas apariciones. En el resto del catálogo de Poulenc hay numerosas obras de indudable atractivo; entre ellas, por ejemplo, sus óperas Las tetillas de Tiresias, Diálogos de las Carmelitas y La voz humana. Muy interesantes resultan, también, sus partituras de música incidental para el teatro, así como un puñado de composiciones para el cine. Entre sus obras de música coral destacan las Letanías a la virgen negra, la cantata Figura humana y el poderoso y emotivo Gloria. En sus sonatas instrumentales y sus obras para diversos ensambles de cámara hay numerosas riquezas por descubrir. Pero es en sus canciones donde, según los especialistas, radica lo mejor de la producción de Francis Poulenc. Son piezas de un gran refinamiento, tanto melódico como armónico, y hay en ellas una asombrosa variedad de expresión. Con justicia plena, se considera a Poulenc como el heredero principal (y continuador) de la gran tradición francesa de la canción de concierto, ya que en sus mélodies la inspiración y el artesanado impecable van de la mano. Un estímulo particular para la creación de su espléndido catálogo de canciones fue su asociación profesional y personal con el gran barítono francés Pierre Bernac.
Es bien sabido que la sinfonía no ha sido un género particularmente cercano al espíritu creativo de los compositores franceses, al menos no en la medida que si lo es en la esfera cultural germánica, en la historia de la música rusa y en algunos otros ámbitos. En este sentido, nadie diría que Poulenc fue un sinfonista importante, pero sí sería posible decir que escribió al menos una sinfonía muy interesante. Se trata de su Sinfonietta, obra que a pesar de su designación tiene todos los elementos formales y estructurales de una sinfonía; el título de Sinfonietta se debe sin duda a la ligereza de su espíritu y sus texturas y, en menor medida, a los aires de danza que parecen habitar sus distintos movimientos. Más de un musicólogo ha señalado que la Sinfonietta de Poulenc parece ser un discreto homenaje a las sinfonías de Franz Joseph Haydn (1732-1809), y en ese sentido quizá sería posible hallar algunos puntos de contacto entre esta obra y la Sinfonía clásica (1917) de Sergei Prokofiev (1891-1953). La Sinfonietta ha sido descrita asimismo como una obra poliestilística y ecléctica con claros tintes neoclásicos, y con frecuencia suele mencionarse su experta orquestación. Una buena muestra de la variedad de enfoques abordada por el compositor en la Sinfonietta está en el hecho de que su desarrollo armónico transita elegantemente entre lo modal (que por momentos imparte a la pieza un cierto ambiente arcaico) y una armonía abiertamente romántica. Poulenc compuso la Sinfonietta en 1947 en respuesta a un encargo de la BBC, y la obra fue estrenada en Londres el 24 de octubre de 1948 por la Orquesta Filarmonía bajo la batuta de Roger Désormière.
Allegro con fuoco
Molto vivace
Andante cantabile
Finale: Très vite et très gai
Martin Lebel
Director(a)
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Martin Lebel
Director(a)
Martin Lebel es actualmente el Director titular de la Orquesta Sinfónica de Xalapa (México). Ha sido asignado por un periodo de cuatro años (2020-2023).
Anteriormente fue el Director de la Orquesta Filarmónica de Montevideo (Uruguay), en el periodo 2013-2015. En el año 2009 fue nombrado Director de la Orquesta de Karlovy Vary, en la República Checa, en el año 2014 fue distinguido como Ciudadano Honorario de esa ciudad y ahora es Director Honorario de su orquesta, dirigiendo varios conciertos al año.
En el año 2003 obtuvo el Primer Gran Premio de Dirección, en el Concurso Internacional Prokofiev, en San Petersburgo, Rusia, convirtiéndose en el primer director de orquesta francés en recibir un premio en ese certamen trienal. Posteriormente fue invitado a dirigir varios conciertos con la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo.
En Francia ha dirigido a la Sinfónica de Saint-Étienne, cuarenta conciertos con la Orquesta de Bretaña, la Orquesta de Avignon, la Orquesta del Capitolio de Toulouse, así como la Orquesta Lamoureux, la Orquesta Colonne y la Orquesta Pasdeloup, además de la Orquesta de Savoie, y la Sinfónica de Orléans .
En Rusia ha dirigido a la Orquesta Filarmónica Ural; en la República Checa las orquestas de Zlin y Pardibuce, así como a la Filarmónica de Praga. En Polonia dirigió la Filarmónica de Szczecin; en Portugal la Orquesta Metropolitana de Lisboa; en Grecia la Orquesta de Tesalónica; en Brasil la Orquesta de Porto Alegre; en México la Orquesta Filarmónica de la UNAM, la Orquesta Sinfónica Nacional OSN, la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México OFCM; en Argentina ha dado conciertos en el Festival Internacional de Ushuaia, con la Orquesta Sinfónica de Salta.
Además de abordar el repertorio sinfónico, en el terreno de la ópera y como Director de la Orquesta Filarmónica de Montevideo, dirigió importantes óperas: Madama Butterfly y Manon Lescaut de Puccini; El trovador y Falstaff, de Verdi; Ariadna en Naxos, de Strauss; y La voz humana, de Poulenc.
Martin Lebel comenzó su carrera como pianista y violonchelista, ha obtenido honores, cuatro veces, en el mítico Conservatorio Nacional de Música de París: en fuga, contrapunto, orquestación y dirección orquestal. Después de dirigir la Orquesta de Bretaña, como joven director adjunto (1996-1997), fue premiado en el Certamen Internacional de Dirección Orquestal “Dimitri Mitrópoulos”, en Atenas 1998. Ha participado, en clases de perfeccionamiento de dirección en el importante Festival de Tanglewood, además de ser elegido por el director Seiji Ozawa para dirigir durante el Festival. Ha sido asistente del
respetado director de orquesta James Conlon, con la Orquesta Gürzenich de Colonia (Alemania) y en la Ópera de la Bastilla (Francia). Desde el año 2001 es regularmente invitado por el Conservatorio Nacional de Música de París para dirigir su orquesta e impartir clases magistrales a los estudiantes de dirección orquestal.
Ha sido responsable de los estrenos de varias obras contemporáneas en Radio Francia, la Academia de las Artes de Berlín y el Festival Ars Nova de Bruselas. También dirige uno de los principales conjuntos europeos de música contemporánea, el Ensamble Itinéraire. Desde el año 2002 dirige en el Festival de Otoño para Jóvenes Intérpretes (FMAJI), en Francia.
Martin Lebel ha acompañado, como director orquestal, a importantes solistas internacionales como: Brigitte Engerer, Nicolai Lugansky, Ku Woo Paik, Bruno Rigutto, Bruno Leonardo Gelber, Cédric Tiebergin, Vanessa Wagner, Jean-Frédéric Neuburger, Daniel Raiskin, Emmanuelle Bertrand, Ivan Zenaty, Jiri Barta, Arta Arnicane, Jorge Prats, Mei-TingSun, Guy Touvon, Maria Katzarava , Federico Osorio, Francisco Fullana, entre otros.
Roberto Sommer
Violín
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Roberto Sommer
Violín
Nació en Sumiswald, Berna, Suiza en 1981, de padre mexicano y madre suiza.
Inicia con la práctica de violín a los 6 años y tras desarrollarse rápidamente con diversos maestros en México y en Suiza, a los 12 años pasó a convertirse en concertino de la Orquesta Juvenil de la ICACH. Estudió en Suiza con Beat Jaggi y en México con el violinista cubano Alex Morales, ahora concertino de la Sinfónica de Madrid y posteriormente con el concertino de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, Misha Medvid. Para tomar estas clases, a los 13 años viajaba solo en autobús cada 3 semanas desde Chiapas a Xalapa.
A los 15 años superó las audiciones de admisión al conservatorio de Berna, Suiza,siendo el estudiante más joven en haber sido admitido a la institución. Absolvió sus estudios de violín con varios de los más prestigiosos profesores de violín de las últimas décadas, tales como Monika Urbaniak, Igor Ozim y Zakhar Bron. Se tituló en la Universidad de Berna con las mejores calificaciones en el Master of Perfomance (con la Solosonata de Bèla Bartok entre las obras de titulación) y el Master of Pedagogy en violín. Posteriormente estudió un año en la Universidad de Zürich en la clase de solistas del Prof. Zakhar Bron (Maestro de David Garret, Maxim Vengerof y Vadim Repin), quién en su recomendación escrita menciona que “Roberto ha demostrado excelentes cualidades como violinista y músico. Sus interpretaciones manifiestan profundo entendimiento de las obras y de las intenciones del compositor, las cuales entrega con alta capacidad y pasión artística”. También ha participado en cursos de perfeccionamiento musical con importantes violinistas de
renombre internacional como Erika Dobosiewicz y el Prof. Robert Davidovici.
Roberto se ha presentado como concertista y como músico de orquesta en México, Suiza, Estados Unidos, Venezuela, Alemania, Italia y Austria. Su gran repertorio incluye muchas obras consideradas de las más difíciles para violín, como los 24 Caprichos de Paganini, los grandes conciertos románticos y la Solosonata de Bela Bartók, entre otros.
En agosto de 2018 publicó su primer álbum solista con los 24 Caprichos de Niccolo Paganini, una producción propia, presentando la obra completa en una gira de conciertos a la par con un programa de violín y piano con Rodolfo Peña Sommer en el piano. Esta gira se realizó en el primer semestre del 2019 con conciertos en la Sala "Carlos Chávez" de la UNAM en la Ciudad de México, en PALCCO de la Ciudad de Guadalajara, en los conservatorios de Celaya y de Toluca, en la Iglesia Francesa de la Ciudad de Berna Suiza, en el centro cultural "Elfenau" de Berna y en el Perugia Music-Fest en Italia, entre otros. En el segundo Semestre del 2019 realizó una gira por México con la Sonata "Kreutzer" de Beethoven y la Sonata de Debussy para violín y piano entre otros, con Rodolfo en el piano, dando conciertos en importantes salas como en el Paraninfo de la UDG y el Teatro Degollado en Guadalajara.
En mayo de 2022 ganó la audición de Violines de la prestigiosa Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, incorporándose a esta como integrante de los primeros violines.
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