Chaikovski, Piotr Ilyich - Concierto para violín y orquesta en re mayor, Op. 35

Piotr Ilyich Chaikovski (1840-1893)

Concierto para violín y orquesta en re mayor, Op. 35

Allegro moderato
Canzonetta
Finale: Allegro vivacissimo

Un catálogo discográfico más o menos actualizado nos informa que existen alrededor de 50 grabaciones disponibles del Concierto para violín de Chaikovski, y que en casi la tercera parte de los discos que lo contienen, esta obra va acompañada por el Concierto para violín en mi menor de Félix Mendelssohn (1809-1847). Según quienes saben de estas cosas, estos discos cubren las dos terceras partes de lo que es considerado como lo más popular y lo más famoso del repertorio concertante del violín. La otra tercera parte está cubierta por el Concierto para violín de Ludwig van Beethoven (1770-1827), y a estas alturas de la historia de la música nadie pone en duda el hecho de que estos tres conciertos para violín son, en efecto, lo más popular del género. (Hay quienes afirman que el Concierto para violín de Johannes Brahms (1833-1987) debería formar parte del selecto grupo, aunque en realidad no atrae a las multitudes tanto como los conciertos de Beethoven, Chaikovski y Mendelssohn). Este hecho no deja de ser interesante, y quizá consternante para los espíritus de algunos otros compositores. No es difícil imaginarse a Antonio Vivaldi (1678-1741), a Pietro Locatelli (1695-1764), a Niccolò Paganini (1782-1840), a Henryk Wieniawski (1835-1880), a Henri Vieuxtemps (1820-1881), a Jean Sibelius (1865-1957) entre otros, dando agitadas vueltas en sus respectivas tumbas al saber de este estado de cosas. Y quizá se revolcarían con razón. Además de que estos caballeros compusieron cada uno de ellos varios conciertos para violín (excepto Sibelius, que escribió solo uno), compartieron una característica que fue ajena tanto a Chaikovski como a Mendelssohn y a Beethoven: todos ellos fueron reconocidos virtuosos del violín, a pesar de lo cual sus conciertos para violín no tienen, ni remotamente, la fama y la popularidad de los tres conciertos mencionados.

En particular, puede decirse que, como suele ocurrir con frecuencia, el Concierto para violín de Chaikovski no fue tan popular en su estreno, puesto que recibió algunas críticas poco amables. El concierto fue estrenado por el violinista Adolph Brodski en Viena, el 4 de diciembre de 1881, con Hans Richter dirigiendo a la Filarmónica de Viena. Al día siguiente, en el periódico vienés Neue Freie Presse apareció la crítica del estreno, a cargo de la ácida pluma de Eduard Hanslick, el más conocido y más feroz de los críticos de Viena. Decía Hanslick:

De seguro, el compositor ruso Chaikovski no es un talento ordinario, sino un talento inflado, con una obsesión de genio que no conoce el gusto ni la discriminación. Así mismo es su largo y pretensioso Concierto para violín. Por un rato, se mueve musicalmente, con sobriedad, y con cierto espíritu. Pero pronto la vulgaridad se hace presente y domina hasta el final del primer movimiento. El violín ya no es tocado: es jalado, roto, golpeado. El segundo movimiento de nuevo se porta bien, para pacificarnos y ganar nuestra buena voluntad. Pero pronto se termina para dar paso a un final que nos transporta a la brutal y confusa alegría de una fiesta rusa. Vemos claramente los rostros salvajemente vulgares, oímos maldiciones, olemos el vodka. Friedrich Vischer observó alguna vez, hablando de pinturas obscenas, que apestan a la vista. El Concierto para violín de Chaikovski nos da por primera vez la horrorosa noción de que puede haber música que apesta al oído.

Es muy probable que esta crítica, como muchas otras dedicadas por Hanslick y sus colegas a la música rusa, haya estado influida más por prejuicios raciales y regionales que por el auténtico análisis musical. Como ejemplo de ello puede citarse otra crítica vienesa, aparecida en otro periódico, el mismo día que la de Hanslick. Esta observación se debe a Theodor Helm:

El Concierto para violín de Chaikovski es una acumulación de discordancias, clímaxes confusos y trivialidades disfrazadas, cubiertas con la bandera nacional del más bárbaro nihilismo ruso.

Es evidente, por la coincidencia de conceptos que hay en estas dos críticas, que cualquier cosa que sonara a música rusa era abominable para los civilizados críticos vieneses, no por abominable, sino precisamente por rusa.
Chaikovski compuso este concierto durante la primavera de 1878, durante su estancia en Suiza en compañía de Joseph Kotek, un notable violinista ruso que ayudó al compositor con la parte solista, haciendo indicaciones de técnica, arcadas y otros detalles. La obra, desde que fue terminada, corrió con mala suerte a manos de varios instrumentistas. Para empezar, Kotek rehusó estrenar el concierto, por lo que Chaikovski dedicó la obra a Leopold Auer. A su vez, Auer declaró después de estudiar la partitura que el concierto era poco violinístico y que no se podía tocar. Acto seguido, Chaikovski se aproximó al violinista francés Emil Sauret, quien también rechazó su Concierto para violín. Finalmente, Adolph Brodski se comprometió a estrenar la obra, pero lo hizo a regañadientes, haciéndole saber a Chaikovski que él mismo no apreciaba mucho la obra. El paso del tiempo, como de costumbre, le dio la razón a Chaikovski. El violinista Brodski se hizo famoso tocando esta obra y Leopold Auer decidió finalmente que el concierto sí se podía tocar; lo hizo en repetidas ocasiones, con gran éxito de público. Parece que sólo Eduard Hanslick se mantuvo firme hasta el final en su poco generosa crítica hacia éste, uno de los conciertos para violín de mayor fama y prestigio en la historia de la música.

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