Patrón de Rueda: La Fila en tu Barrio
Esta página documenta un concierto pasado.
Sábado 24 de febrero, 18 horas
Deportivo Hércules, San Miguel Teotongo, Iztapalapa
ENTRADA LIBRE
Domingo 25 de febrero, 12:30 horas
Sala Silvestre Revueltas
ENRIQUE PATRÓN DE RUEDA, director
JOHANN STRAUSS JR. (1825-1899) Polka Rayos y truenos, Op. 324
Polka Rayos y truenos, Op. 324
De la numerosa y muy musical familia vienesa de los Strauss, Johann Jr. (hijo de otro Johann menos famoso) fue el compositor más prolífico, y sin duda el que llevó al vals vienés a su punto más alto de desarrollo musical y de popularidad. En contra de la voluntad paterna, el joven Strauss estudió violín y composición por su cuenta y muy pronto estaba dirigiendo su propia orquesta, tocando música suya y de su padre. A la muerte de Johann Strauss Sr., el hijo fundió la orquesta de su padre y la suya propia en una sola, y con el nuevo grupo realizó exitosas y muy productivas giras de conciertos por Alemania, Polonia, Rusia, Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. El joven Strauss compuso más de 200 valses que en realidad son, cada uno de ellos, una cadena de valses formados por melodías fáciles y agradables, precedidas en ocasiones por preludios de corte dramático y cerradas con brillantes codas.
Si bien son sus valses lo que le ha dado fama duradera a Johann Strauss Jr., es preciso recordar que durante su prolífica carrera compuso numerosas obras en otros géneros (sobre todo polkas y marchas), la mayoría de ellas hábilmente orquestadas y en general designadas con títulos muy descriptivos, que aludían a asuntos muy en boga en la Viena de fines del siglo XIX: Polka champaña, Polka pizzicato, Marcha egipcia, Bombones de Viena, Vida de artista, Rosas del sur, Truenos y relámpagos, Cuentos de los bosques de Viena, Vino mujeres y canto y muchísimas otras. Dato curioso: la obra más famosa de Johann Strauss Jr., que es el hermoso vals El Danubio azul, fue escrita originalmente en una versión coral que no tuvo mayor éxito.
En una ocasión, el compositor francés Jacques Offenbach (1819-1880), especialista en operetas, visitó Viena para supervisar la producción de algunas de sus obras. Al contacto con Offenbach, Strauss decidió dedicar su talento a la composición de operetas, y escribió 16 obras de este género, entre las cuales sólo dos permanecen en la memoria y el repertorio: El murciélago y El barón gitano.
Jules Massenet (1842 - 1912) Meditación de Thaïs
Meditación de Thaïs
A lo largo de una carrera discretamente exitosa, el compositor francés Jules Massenet escribió un par de docenas de óperas elegantes, sentimentales y casi siempre muy populares entre los cantantes, para quienes concibió delicadas y graciosas líneas melódicas. Dicen los entendidos en asuntos operísticos que el éxito del que gozó Massenet en su tiempo se debió al carácter sensual y voluptuoso de los temas elegidos para sus óperas, temas a los que adornaba con una orquestación delicada e insinuante, llegando incluso a adoptar ciertos procedimientos musicales extraídos directamente del ideario de Richard Wagner (1813-1883). Además, por razones que bien valdría la pena analizar más a fondo, la sensualidad de la música de Massenet solía ser mucho mejor recibida por el público y la crítica si en el tema de la ópera había algún trasfondo religioso, cualquiera que fuera la religión en cuestión. Y por supuesto, ayudaba mucho si el sitio en el que se desarrollaba la acción del libreto era lejano y exótico, cosa que agradaba mucho a sus contemporáneos.
Tal es el caso de la ópera Thaïs, escrita por Massenet en el año de 1893 sobre un libreto de Louis Gallet basado a su vez en la novela homónima escrita por Anatole France en 1890, inspirado en su amor por Madame Arman de Caillavet.
Thaïs fue estrenada en la Ópera de París el 16 de marzo de 1894, y desde entonces uno de sus fragmentos más famosos es el intermezzo orquestal conocido como Meditación, en el que un violín y un arpa tienen roles protagónicos.
Juventino Rosas (1868-1894) Popurrí de danzas
Popurrí de danzas
José Juventino Policarpo Rosas Cadenas nació en el estado de Guanajuato, en un pueblo que hoy lleva su nombre y que antes se llamaba Santa Cruz de Galeana. Distintas fuentes citan su fecha de nacimiento como el 24 ó 25 de enero de 1868, aunque yo tengo una teoría muy personal al respecto. Es muy probable que Rosas haya nacido el día 26 de enero, ya que en el antiguo santoral del calendario, ese día se celebraba a San Policarpo. Hacia 1885 Juventino Rosas ingresó al Conservatorio Nacional, pero la muerte de sus padres le impidió continuar sus estudios como él hubiera querido. Tuvo que abandonar la escuela para ganarse la vida. De nuevo, obtuvo trabajo en orquestas diversas, y entre concierto y concierto comenzó a darse tiempo para componer. Algunas de sus piezas (sobre todo valses) comenzaron a ser conocidos a través del piano y a través de arreglos para bandas y pequeñas orquestas. Uno de sus valses, titulado Carmen, fue dedicado por Rosas a la esposa del presidente Porfirio Díaz, la señora Carmen Romero Rubio. En 1894, Rosas fue contratado por una compañía de zarzuela con la que viajó a Cuba. Ya en la isla, el compositor enfermó de gravedad, y murió en Batabanó el 9 de julio de 1894, a los 26 años de edad. Tiempo después, sus restos fueron repatriados e inhumados en la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón de Dolores.
La escasa producción de Juventino Rosas está compuesta fundamentalmente por piezas de música de salón, breves danzas basadas en los modelos que por entonces estaban muy en boga (valses, polkas, mazurkas, etc.), a las que Rosas, como muchos de sus contemporáneos, dio un sabroso toque mexicano al incorporar a estas formas europeas algunos giros melódicos, armónicos y rítmicos surgidos de nuestra música popular. Y si bien pudiera parecer interesante el explorar el repertorio de Rosas para encontrarle su lugar respecto a la música de Castro, Villanueva, Elorduy, etc., lo cierto es que la popularidad extraordinaria del vals Sobre las olas ha impedido que otras piezas suyas se toquen. Al parecer, Juventino Rosas puso inicialmente otros dos títulos a este vals, que primero fue conocido como A la orilla del sauz (quizá hubiera sido más correcto A la orilla del sauce) y más tarde, Junto al manantial, hasta que finalmente se quedó como Sobre las olas. En su traducción alemana, Über den Wellen, este famoso vals de Rosas se hizo famoso en Alemania al ser tocado durante un baile de la corte al que asistió el kaiser Guillermo II. De hecho, el vals se dio a conocer por toda Europa, muchas veces sin el crédito de su autor. Se sabe que en muchos sitios ha causado sorpresa la información de que este vals famoso en todo el mundo haya sido escrito por un mexicano, lo cual dice mucho de la eterna tendencia eurocéntrica de todo lo que tenga que ver con la cultura.
Gerónimo Giménez (1854-1923) Intermedio de La boda de Luis Alonso
Intermedio de La boda de Luis Alonso
Sevillano de origen, el compositor Jerónimo Giménez y Bellido (1854-1923) fue, además, un activo director de orquesta. Sus primeros maestros fueron su padre y Salvador Viniegra, con quien estudió el violín. Desde muy joven se integró a la Orquesta del Teatro Principal de Sevilla, y su precoz talento lo llevó a convertirse, a los 17 años, en director de la ópera de su ciudad natal. Poco después recibió una beca que le permitió asistir a las clases de los profesores Alard, Savart y Thomas en el prestigioso Conservatorio de París. En 1877, su asiduidad en los estudios fue recompensada con sendos premios en armonía y contrapunto. Viajó por Italia, regresó a España, y en 1885 fue nombrado director del famoso Teatro Apolo de Madrid. Poco después, Giménez accedió al puesto de director del Teatro de la Zarzuela, donde dirigió la primera representación en España de la ópera Carmen de Georges Bizet (1838-1875). Al paso del tiempo, llegó a dirigir diversas instituciones de promoción y difusión musical, a través de las cuales presentó al público español importantes obras del repertorio alemán, así como composiciones modernas de los compositores rusos y franceses del momento. En 1914, Jerónimo Giménez fue elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, pero por alguna razón, nunca se presentó a tomar posesión de su nombramiento.
Este compositor sevillano dejó su huella más importante en el ámbito de la zarzuela, género en el que compuso un gran número de obras, desde Las niñas desenvueltas en 1878 hasta La cortesana de Omán, de 1920. Entre sus numerosas zarzuelas, las más conocidas y populares son La tempranica, De vuelta del vivero y La boda de Luis Alonso, cuyo intermedio se convirtió en una pieza favorita en las salas de concierto. En La boda de Luis Alonso se cuenta una típica historia de enredos amorosos. El cincuentón Luis Alonso se va a casar con la joven María Jesús, pero sus planes son obstaculizados por Grabié, antiguo novio de la muchacha, y por los padres de ella, quienes quieren colocarla con un mejor partido. La zarzuela La boda de Luis Alonso (designado como sainete en algunos textos) se estrenó en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 27 de enero de 1897, con un éxito notable. Crónicas de la época indican que en la misma función se representaron otras obras del mismo género, intercaladas con algunos cortos cinematográficos que por entonces eran una auténtica novedad en el campo del entretenimiento. Un año antes del estreno de La boda de Luis Alonso, el compositor había escrito una obra similar, titulada El baile de Luis Alonso.
Blas Galindo (1910-1993) Sones de mariachi
Sones de mariachi
Al ir manejando por el notorio Eje Central de la desordenada geografía urbana de la capital mexicana, uno llega al llamado Primer Cuadro (o Centro Histórico) y pronto deja atrás la Torre Latinoamericana. Poco más adelante pasa junto al Palacio de Bellas Artes (llamado Teatro Blanquito por los bromistas) y casi de inmediato está el Teatro Blanquita. Es en esta zona donde a casi todos los capitalinos (y a no pocos turistas) nos ha ocurrido una experiencia singular. El pasar al volante de un automóvil frente a la famosa Plaza Garibaldi nos ha expuesto una y otra vez a ser abordados con vehemencia por unos extraños personajes vestidos con rústicos uniformes, que nos hacen toda clase de proposiciones, algunas más decorosas que otras. Entre las ofertas está, claro, la de pasar al Tenampa o al Plaza Santa Cecilia o a algún otro lugar de esos donde, además de escuchar música típica, podemos rociar las penas del día con tequila de diversa procedencia y muchas otras bebidas espirituosas de dudosa pureza y altísimo octanaje. (La birria y demás antojitos son extra, se entiende). Ante la insistencia de los personajes en cuestión sólo hay dos respuestas posibles: la primera consiste en detener el vehículo donde se pueda y aceptar la invitación (que acabará por costar bastante cara) o acelerar con rumbo al Paseo de la Reforma para dejar atrás la tentación. Esta es, al menos en la gran ciudad, la expresión más conocida de la actividad del mariachi, y mientras uno huye apresuradamente del lugar, se puede poner a considerar algunas cuestiones interesantes sobre esta peculiar expresión de la música vernácula mexicana.
De entrada, está la controversia sobre el nombre, en la que dos bandos se disputan la razón. En esta esquina, los que afirman que mariachi es una corrupción del término francés mariage, usado porque los mariachis solían tocar con especial frecuencia en las bodas de pueblo. En la otra esquina, quienes dicen que mariachi es una síntesis del nombre María, abundantísimo en las letras de los sones de mariachi, y el sufijo náhuatl chi, que es como un diminutivo. Dejemos, pues, que los dos bandos diriman su controversia a balazos, en el más puro estilo del mariachi bronco, para explorar otros asuntos, entre los cuales está el hecho de que el mariachi es el conjunto musical típico de la urbe mexicana en lo que se refiere a la interpretación de sones. En su forma original, el mariachi estaba compuesto por dos violines, vihuela o guitarra de golpe, jarana y arpa. (Si alguien ha visto recientemente un mariachi con tal dotación, favor de avisar de inmediato, antes de que desaparezca por completo.) En pleno siglo XX, la dotación del mariachi cambió y se sustituyó el arpa por el guitarrón, y hacia los 1930s se añadieron las dos trompetas que hoy son indispensables en cualquier mariachi que se respete. (Hay pocas cosas más tristes que escuchar un mariachi moderno con una sola trompeta.) Fue por esos años que la música de mariachi se hizo muy popular en las ciudades, sobre todo gracias al cine, la radio y los discos. Este tipo de conjunto musical, hoy día tan popular, nació en la región del estado de Jalisco situada al sur de la ciudad de Guadalajara, y aún es posible encontrar mariachis con la dotación original mencionada en las costas del estado de Michoacán.
Así que, si algún compositor estaba destinado a poner sones de mariachi en orquesta sinfónica, tenía que ser Blas Galindo, músico nacido en San Gabriel, Jalisco, y muy cercano a las músicas populares de su estado natal. Después de participar activamente en la revolución (o irse a la bola, como se decía entonces) cargando un fusil en una mano y una guitarra en la otra, Galindo regresó a su pueblo y al paso de los años se empapó de las cadencias y las melodías de los sones de su tierra. En 1940 Galindo compuso la que al correr del tiempo sería su obra más popular, Sones de mariachi, concibiéndola primero para una pequeña orquesta que incluía la vihuela, la guitarra y el guitarrón. Esta primera versión de los Sones de mariachi fue estrenada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en mayo de 1940, bajo la dirección de Carlos Chávez, con motivo de una exposición titulada Veinte siglos de arte mexicano. Así como José Pablo Moncayo utilizó tres huapangos (o sones jarochos) como materia prima de su Huapango orquestal, Galindo cimentó su partitura sobre tres conocidos sones de su tierra: El zopilote, Los cuatro reales y La negra. De éste último Galindo enfatizó, sobre todo, las brillantes intervenciones de las trompetas. Poco después del estreno de la versión original Galindo realizó la transcripción de la obra para orquesta sinfónica, que fue estrenada en México por Carlos Chávez al frente de la Orquesta Sinfónica de México, el 15 de agosto de 1941, en el marco de un programa dedicado por entero a la música mexicana.
Ahora sí, habiendo escapado del acoso de los modernos mariachis de la Plaza Garibaldi, y casi para llegar a Paseo de la Reforma, uno puede preguntarse, mientras espera el cambio de luz en el semáforo: ¿se volverá a tocar alguna vez la versión original de estos Sones de mariachi, con su dotación que se parece más al mariachi que la de muchos mariachis que andan sueltos por ahí?
José Pablo Moncayo (1912-1958) Huapango
Huapango
Según la fuente que uno consulte, huapango es una corrupción de la palabra fandango, o un término proveniente de la lengua náhuatl que quiere decir "lugar donde se coloca la madera", o sea, la tarima para el baile, o es una contracción de las palabras Huasteca y Pango, siendo éste el nombre alternativo del río Pánuco, o es el equivalente del llamado son jarocho, o un aire popular en décimas rimadas, o un tipo de canción popular mexicana que existe en dos variedades, el huapango jarocho y el huapango ranchero. En realidad, y aunque el asunto parezca muy complejo, todas estas definiciones tienen algo de útil para acercarnos a la esencia del huapango. Y este acercamiento no deja de ser interesante, necesario quizá, si consideramos que el Huapango de José Pablo Moncayo (1912-1958) es la obra musical más notoria de México. Para esta espléndida, brillante, siempre luminosa obra orquestal, Moncayo elaboró y transformó los temas de tres huapangos alvaradeños, citados en una nota por el musicólogo Otto Mayer-Serra: El Siquisirí, El Balajú y El Gavilancito. Ante la posibilidad (también fascinante) de escuchar estos sones en sus versiones originales, uno puede darse cuenta de que Moncayo hizo mucho más que citar textualmente los huapangos. De hecho, su trabajo de elaboración es muy rico y variado, y el detalle más claro de su apego a la forma original del son jarocho está presente en la sección final de la obra, cuando la trompeta y el trombón dialogan retadoramente, cual si fueran dos copleros alvaradeños. La diferencia fundamental es que la trompeta y el trombón, en vez de intercambiar sutiles insultos y otras cuestiones de doble y hasta triple sentido, intercambian brillantes frases musicales. Por cierto: además de los tres sones citados por Mayer-Serra, es posible detectar en el Huapango de Moncayo la presencia fugaz de fragmentos de algunos otros, en particular El pájaro cu.
Para volver al huapango como forma musical popular, cabe la aclaración de que, en su forma típica a la usanza veracruzana, suele acompañarse por lo general con requinto, arpa, guitarra y, en ocasiones, violín y jarana. Una audición atenta del Huapango de Moncayo nos permitirá descubrir que el compositor tapatío logró, con particular elegancia y efectividad, transportar a la orquesta algunos de los sonidos del conjunto instrumental típico del huapango. A este respecto cabe mencionar, por ejemplo, el interludio protagonizado por el arpa hacia la mitad de la obra, o los episodios en los que los violines acompañan como pequeñas jaranas, rasgueados y no frotados. Blas Galindo (1910-1993), colega y coterráneo de Moncayo, decía esto sobre el compositor y su Huapango:
Moncayo no es un compositor nacionalista. El Huapango*, su obra más divulgada, constituye un caso aislado en su producción. Trátase, en rigor, de un arreglo brillante y afortunado de sones veracruzanos. En sus restantes obras, que no son de procedencia folklórica, se advierten, sin embargo, ciertos elementos mexicanos, los cuales imprimen un carácter peculiar a la música de este autor. Es, sin duda, un mexicanismo elevado a una categoría universal. Moncayo maneja los recursos del arte de orquestar con seguridad de maestro. *
La inmensa (y bien merecida) fama y popularidad de que goza el Huapango de Moncayo puede verse como un fenómeno que tiene aspectos positivos y facetas negativas. Un breve inventario al respecto puede contener, entre otras, estas observaciones:
1.- El impacto enorme del Huapango en nuestro medio musical, tanto en el ámbito de su ejecución frecuente como en el de la percepción del público, ha ocasionado que el resto de la producción de Moncayo (muy estimable, por cierto) haya sido relegada a un olvido inmerecido. Entre los miles de melómanos que no pierden oportunidad de escuchar el Huapango una y otra vez, ¿cuántos conocen Bosques, Cumbres, Tierra de temporal, las Tres piezas para orquesta, la Sinfonía o la Sinfonietta, para mencionar únicamente el rubro de su música orquestal?
2.- Con cierta justificación, el Huapango de Moncayo ha sido transcrito, arreglado y transformado en numerosas ocasiones, convirtiéndose en una pieza que aparece con ubicuidad bajo múltiples disfraces sonoros. Si por una parte ello ayuda a la mayor difusión de esta luminosa obra cuando se carece de una orquesta sinfónica, lo cierto es que algunas de esas versiones le hacen más daño que bien a la partitura del compositor jalisciense. Una buena transcripción para acordeón, por ejemplo, resulta más coherente y satisfactoria que un mal intento de arreglar el Huapango para cuarteto de guitarras amplificadas y gran órgano.
3.- Muchos melómanos suponen que el Huapango de Moncayo, especie de segundo himno nacional mexicano, debiera ser materia perfectamente conocida para nuestros músicos. Por desgracia, suele ocurrir lo contrario, y no es infrecuente enfrentarse a malas ejecuciones de esta obra, causadas por aproximaciones rutinarias y descuidadas por parte de orquestas y directores que creyendo que conocen el material a la perfección lo interpretan con desgano y soberbia singulares.
4.- Una de las consecuencias más negativas de la gran popularidad del Huapango está en el hecho de que casi inmediatamente después de su estreno, esta rica obra comenzó a ser usada (y abusada) como fondo musical para toda clase de propaganda oficialista y gubernamental, así como en numerosos productos audiovisuales comerciales, promocionales y turísticos de intención "nacional" o "mexicanista", con el consiguiente efecto de "abaratamiento por hartazgo". Debiera quedar prohibido por ley volver a utilizar el Huapango para musicalizar películas, documentales, comerciales y similares, en el entendido de que el abuso perjudica la salud... de la partitura.
El Huapango, noble obra que ha resistido todos estos abusos y vejaciones a lo largo del tiempo, se estrenó el 15 de agosto de 1941, con la Orquesta Sinfónica de México dirigida por Carlos Chávez. Pocos son los melómanos que saben, por cierto, que diez años antes, en 1931, el compositor mexicano José Pomar (1880-1961) escribió su propio Huapango para orquesta, obra por demás muy interesante.
Dámaso Pérez Prado Popurri Pérez Prado, op.38
Popurri Pérez Prado, op.38
Antes de abordar la creación de su Mambo para quinteto de alientos, Eugenio Toussaint había tenido un par de experiencias previas con este sabroso y movido ritmo popular, al realizar sendos arreglos, para orquesta sinfónica y para octeto de alientos, de algunos de los mambos más famosos de Dámaso Pérez Prado. De su nuevo contacto en el mambo, el compositor decía lo siguiente:
Después de hacer esos dos arreglos sobre los mambos de Pérez Prado, como que me quedé en ese canal, y se me ocurrió la idea de hacer una obra en el espíritu de mis Danzas de la ciudad, con referencia al mambo, pero totalmente personal. Se trataba de no hacer citas directas de ningún mambo específico, sino de crear una especie de mambo nuevo a partir de mi propio lenguaje personal. Hay aquí referencias a ciertos parámetros rítmicos del mambo tradicional, y en el caso del quinteto de alientos estoy utilizando el fagot como si fuera el bajo de una orquesta de mambo.
Vayan estas palabras como afirmación de la cercanía de Toussaint con el mambo, y como breve preludio a su Popurrí de mambos, también conocido como Popurrí Pérez Prado. Tal y como lo hizo en su mambo camerístico, en su Popurrí de mambos Toussaint se mantuvo indeclinablemente fiel al espíritu de Pérez Prado y su música, añadiendo a la vez elementos de su propio lenguaje y su propio temperamento. Ello quiere decir que en esta música de aliento fundamentalmente tropical se han colado algunos elementos del mundo del jazz que son el santo y seña de la música de Eugenio Toussaint. Una rápida revisión del catálogo de Toussaint permitirá confirmar su cercanía con el mambo: en el listado de sus obras se encuentra el Mambo para alientos arriba mencionado, una Mambo Suite, una divertida pieza híbrida titulada Flambo Mambenco, y el Popurrí Pérez Prado, que data de 1999.
Arr. Eugenio Toussaint
Enrique Patrón de Rueda
Director(a)
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Enrique Patrón de Rueda
Director(a)
Enrique Patrón de Rueda se trata de uno de los más experimentados directores de ópera mexicanos de la actualidad.
Estudió en el Conservatorio Nacional de Música, en el London Opera Center, en la Royal Academy of Music y en el Morley College. Fue alumno de Sir Geraint Evans, Tito Gobbi y Reri Grist. Becado por el gobierno italiano, se perfeccionó en la Academia Chigiana de Siena. Regresó a México en 1979. Ha sido titular de Orquesta del Teatro de Bellas Artes, director artístico de la Compañía Nacional de Ópera, director artístico de la Temporada de Ópera Concierto de la Filarmónica de la Ciudad de México, director artístico del Festival Cultural Sinaloa de donde es originario y promotor de actividades artísticas y culturales de su estado.
En 1997 es la primera persona galardonada con el premio Sinaloa de las Artes, a cuya orquesta (OSSLA) ha dirigido en diversas ocasiones con el acompañamiento de banda, llevando a las comunidades populares su cultura. En 2005 ayudó a fundar la Escuela Superior de Canto de Mazatlán, que en 2009 lo llevarían a gestionar el Concurso Internacional de Canto Sinaloa, en la capital del estado.
Se ha especializado en dirección operística y ha dirigido varias grabaciones de este género. Entre sus direcciones más importantes se encuentran las óperas Tosca, Carmen, Turandot, Madama Butterfly, La Boheme, Aida, Rigoletto, La Traviata y muchas otras.
Dirigió la Compañía Nacional de Ópera de 1984 a 1986. Ha trabajado además en países como Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Estados Unidos, e Inglaterra.
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